Un fragmento de la novela Basura, de Sylvia Aguilar Zéleny

esquina calle modelo

Esta será tu esquina. Nadie más tiene derecho a usarla, pero nunca falta alguna pendeja que se arrima porque no sabe, porque se hace la que no sabe o porque sabe que tú no sabes. Ponte lista. Tienes que marcar tu territorio, tu esquina es tu territorio y si no la defiendes, no sirves para esto, punto. ¿Cómo que quién? Pues cualquiera, mija, cualquiera que parezca de las nuestras pero que no es de las nuestras. Ay, pues lo sabes: las ves y lo sabes. Sabes que no tienen nuestra clase, nuestro estilo. No, no pasa seguido, las reglas aquí hace mucho fueron hechas; quieras que no, todas las respetan, pero de que pasa, pasa. No te creas que eres la única que ha decidido meterse en esto para salir del hambre. Porque por eso estás aquí, a mí no me vengas con el cuento que al taloneo le entras porque estabas aburrida. Ah, ¿ya ves? Por eso tienes que ponerte trucha, haz de cuenta que si te roban tu esquina te roban el pan. Entonces, si alguien te la hace de pedo en esta esquina, tú les dices que se vayan a chingar a su madre y listo. Y si no se van, porque nunca falta la dientona que se hace la sorda, tú diles que se averigüen con la Reyna y ya verás cómo desaparecen. Sí, la Reyna soy yo. Reyna Grande, aunque oigas a la Bibi llamándome Treyna Glande o a la Tijeras preguntando a grito pelado, ¿dónde está Mi Reyna Trande? Pinches morras, a todo mundo le ponen apodos. Así fueran de creativas con la chamba. Ya las conocerás, pueden parecer cabronas, pero son de una buenaondería bárbara. También son buenas pa los trancazos así que, si no estoy yo y estás en apuros, tú diles a ellas y verás cómo le parten el hocico a quien sea que te esté molestando. Ay, pero quita esa cara, mija, hasta parece que vas a llorar. ¿Estás segura de que estás lista para esto? Mira, pues por si las dudas, te tendré en periodo de prueba. A estas alturas no estoy para cuidar pollitas.

Antes de venirte a la esquina tienes que reportarte conmigo todos los días a más tardar las seis; si no estoy en la casa, me vas a encontrar allá enque el Javier, digamos que ahí está mi oficina. Es ese lugarcito de allá, ¿lo ves?, el del techo caído. Yo no sé por qué no lo arregla, de veras que afea la vista. Es más, vamos, ahí platicamos. Ya es hora de mi clamatito y hace calors. Yo no sé cómo le hace el Javier, un clamato con cerveza no tiene ciencia, pero a él le quedan deliciosos. Es una ciencia eso de poner la cantidad exacta de jugo de limón, de salsa Maggie, y de Tabasco. El Javier sirve desayunos, así que si un día no tienes ganas de cocinar, te vienes con él. El Javier es de los nuestros, if you know what I mean. Me refiero a que también es un volteado de piña, o sea que antes era piña pero se volteó, ¿sí me entiendes, verdad? Pues trans, mija, trans como tú. ¿Que cómo supe? Mija, luegoluego me di cuenta, en cuanto me preguntaste si… oye, pero, ¿estás llorando? Te vas a arruinar el maquillaje y te ves muy chula, mira yo te lo noté porque pues it takes one to know one, pero se ve que te has trabajado bastante, ya te enseñaremos aquí más cosillas. Poco a poco serás toda la tú que quieres ser, como el Javier.

Sí, el Javier antes era Javiera. Me queda claro que comprendes eso de crecer inconforme con el cuerpo y lanzarse a ser lo que se es. Un buen día se decide dejar pueblo, familia y vida, para ser la tú que quieres ser. Y ser la que tú quieres ser sale caro, mija, seguro ya lo sabes. Pues bueno, así el Javier. Lo dejó todo, lo cambió todo, lo olvidó todo para hacerse acá una nueva vida. A veces la cadera lo delata, depende el pantalón que traiga puesto. Pero eso sí, mija, nada de andar de mirona que si estás tratando de estudiarlo se emputa. Fíjate que eso le pasó a la Bibi cuando recién llegó. Lo veía como a ratón de laboratorio, nomás faltaba que directamente le preguntara oye, Javier, y tú ¿pa dónde bateas? Pinche Bibi.

No, el Javier no trabaja con nosotras, ni nosotras para él, digamos que es una relación de clientes. Nosotras somos sus clientas y, de vez en cuando, si no hay nadie en su vida, pues él es el nuestro. Claro que a él solo le gustan las mujeres, esas las bendecidas por la madre naturaleza con tetas de verdad y sin pito de novedad, como tú, como yo y como la Bibi. Sí, la Bibi también. Igual que tú tenía la P de pendeja cuando llegó pero fue agarrando la onda. Te va a caer bien. Al Javier también le agarrarás cariño, es rete decente, ¿no te digo que hasta me deja hacer mi oficina ahí? Mucho me dice que por un precio más que nada simbólico, me deja quedarme con el cuartito de trebejos. Un escritorio, un par de sillas, una pintada y aquí puedes trabajar Reynita, me dice. Si no le he tomado la palabra es por huevona, la mera verdad, por puro huevona. Este horario volteado a mi edad está acabando conmigo… aquí es cuando tú me interrumpes y me dices, pero si usted se ve bien joven Reynita, cómo va a ser. Ya quisiera yo verme como usted a su edad… Ay, mija, qué se me hace que no solo pareces medio bruta, sino que también lo eres.

Bueno, sigamos.

Al trabajo, porque esto es trabajo y no diversión… al trabajo una se va bañada, peinada y bien maquillada. Lo primero hay que hacerlo en chinga, porque aquí el agua no abunda y hay días que el baño es a puro jicarazo, chula. Pero lo segundo, el arreglo, la transformación, la magia que hace de ti una princesa, esa sí es a tus anchas. Tómate el tiempo que te tome en hacer de tu cara un homenaje a la belleza. Oye, déjame verte bien, tienes la piel un poco maltratada, vas a necesitar una humectante o algo así. ¿Cómo te depilas? No me digas que te rasuras. Ah, ya me estabas asustando, es que estos pelitos de aquí te salen gruesos y los pelitos solo salen de este grueso cuando te ras… no, mija, ¿cómo que con la pinza? La pinza de cejas hace lo mismo que el rastrillo: sacas y sacas y sacas y con el tiempo el pelito ese se vuelve un pinche tronco. Oye y tus cejas están bonitas, eh, ni muy delgaditas ni muy mechudas. Me gustan, me gustan, me gustan. Capaz que te las copio. Ah, qué detalle, no pues si tú me las quieres hacer, mucho mejor, yo flojita y cooperando. Pero bueno, esa barbilla es mejor depilarla con cera, que sí, que reseca un poco pero es mejor. Yo tengo la mejor receta, la aprendí de mi nana, la mamá de mi amá, ella nos cuidaba a mis hermanas y a mí cuando mi amá trabajaba en la maquiladora. O sea, siempre. Mi nana preparaba su propia cera con una receta secreta: azúcar, miel de abeja, agua, vaselina y otros ingredientes que esos sí no me los saca nadie. Es algo que aprendió allá en su pueblo. Mi nana era de Ecatepec y en Ecatepec se forjan los mejores remedios y se guardan los mejores secretos. Bueno pues esa cera que mi nana hacía se las embarraba a todas mis hermanas, porque las tres eran casi changos desde chiquitas. Yo no, ¡qué ironía! ¿verdad? El varoncito lampiño y las escuinclas todas bien pinches barbudas. Yo la verdad hubiera preferido… bueno sí, obvio, hubiera preferido ser niña… Pero yo iba a decir changuito también, sí hubiera querido ser peludo o granoso o algo que hubiera obligado a mi nana a darme alguno de sus tratamientos. Tenía las manos rasposas porque en el pueblo ella trabajaba duro, pero me gustaba, me gustaba sentir esa textura. Además, se tomaba el tiempo del mundo en la cara de cada una de mis hermanas, era como el único momento en que ofrecía atención así, individual. Mi nana nos cuidaba y todo, pero para ella éramos una tropa, 4 escuincles a los que había que bañar, alimentar, mandar a la escuela. Pobre, a eso se la trajo mi amá, a cuidarnos, a chambear y chambear, así que nada de trato especial, nada de consentirnos, al menos no a mí. A los varoncitos les hace daño la ternura, decía. Daño. Y para lo que le sirvió forjarme con dureza y grito pelado, igual me le volteé en el camino. Si me viera ahora no lo creería, es más se volvía a morir de la pura impresión. Ay mi nanita, dios la tenga en su gloria. No, no se moriría de la vergüenza, ni de la sorpresa, sino de la impresión descubrir que del flaquito, patuleco ese, salió esta reina. La Reyna Grande.

Tú vas a necesitar otro nombre, por cierto, hay que irlo pensando. No sé, Anita a secas aquí nomás no va a pegar. Necesitas algo, no sé, más catchy.

Anyway, de esos pelitos tuyos me encargo yo. Ahora, deja verte las piernas, pérate tantito que si te mueves no veo nad… Ah, bien, mira pero qué largas piernas tienes. Pero medio pálidas, ¿eh? Yo me pongo aceite de coco en vez de crema para el cuerpo, así además de suaves, huelen rico, brillan y se broncean. El aceite de coco, aquí te va un secreto, sirve también de lubricante. ¿Ya te la sabías? Caray, a lo mejor sí sirves para esto, veo que te sabes algunos tips. ¿El de almendra? Mira, ese no lo he probado. ¿Será que yo fui la única aquí que aprendió a la mala? Ya sabes, de escupitajo en el culo y ahí te voy. Mira, te hice reír.

Oye, ¿es tu cabello o son extensiones? ¿Tú solita? Oye pues apiádate de esta greña porque mira nomás qué ralito tengo el cabello, no me caería mal una melenaza como la tuya.

Pos henos aquí. Uy, está lleno. A ver, a ver, déjame busco al Javier para… ah, mira, ahí hay una libre. Siempre está lleno. El barrio entero cotorrea, come y chupa aquí. Es el lugar perfecto: abre temprano, cierra tarde, sazón hogareña, buen ambiente y chela fría. No, mija, esto es el paraíso. Mira, no he ordenado y velo, el Javier se fue directo a prepararme mi clamatito.

¿Qué te tomas? •

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