El canto de La Ballena: un puente de palabras, encuentro de escritores Sinaloa-Durango

Julio Zataráin

El canto de La Ballena

Yo había puesto
encima de mi pecho,
un pequeño letrero que decía:
“Cerrado por demolición”.

Y aquí me tiene usted pintando las paredes,
abriendo las ventanas,
adornando la mesa con la flor amarilla
con que paga el otoño sus encantos.


Carlos Pellicer

La visión nacional de la literatura sinaloense comienza y se acaba con Élmer Mendoza. La de Durango con Revueltas. Inés Arredondo escribió que «el mar y el sol dan otro sentido a las distancias». Con máximo respeto, sin eludir méritos ni emitir juicios algo hay que hacer para sacudir el panal.

Casi llegamos al año 2020 y a las flores que nacen en el fango de Sinaloa y Durango no les basta la proeza de surgir. Necesitan también romper el concreto y no impulsarse en nada si no es desde su propia obra.

Ante un panorama desalentador por parte de algunas instituciones (municipales, estatales y nacionales) que se dedican a promover la literatura con presupuestos recortados y proyectos inconclusos, y un evidente futuro incierto en materia cultural, los jóvenes artistas deambulan entre la tentación de dejarlo todo y la última chispa que niega apagarse y puede bastar para provocar un incendio.

Los artistas son fuego. Arden por dentro. En días nublados por fuera. Andan sueltos en la calle. Van silenciosos y solitarios, a veces desbordantes e inconmensurables. Se bajan de la nube para subirse al camión. Pero no se les escapa el mundo que nace en el resquicio que tienen entre sus ojos y lo que les dicta, a veces a gritos, a veces en susurros, el universo. Ahí explota y después de la explosión se convierte en un iceberg que se derrite durante el verano. Se provocan incendios e inviernos; se reducen a cenizas y se endurecen; combinan los elementos, se congelan, se derriten, jamás tibios, hasta que vuelven a arder. Así el periplo de las horas terrenales.

A pesar de que cerremos nuestro pecho por demolición, pero a la vez lo abramos para el otoño, cada ciudad tiene sus fantasmas que la recorren: artistas sueltos y silenciosos.

Contra ese silencio ha combatido La Ballena Literata. Esta organización no es sino un grupo de jóvenes que, desde una zona independiente y libre, promueve la literatura en Mazatlán.

En esta ocasión, el pasado 23 y 24 de agosto, La Ballena no solo se quedó en la bahía mazatleca, sino que atrajo con su cántico voces de los fantasmas de Durango y de Sinaloa.

Sin distinciones ni tratos especiales, mucho menos reconocimientos, se llevó a cabo “Un puente de palabras: encuentro de escritores Sinaloa-Durango”. Constó de dos jornadas literarias, bohemias, con narrativa y poesía, cantautores, lecturas dramatizadas, talleres y exposiciones de artistas gráficos. También hubo libros regalados y otros muy baratos.

De Sinaloa leyeron los autores Silvia Michel, Irasema Orona, Rebeca Ortiz, Saúl Valdez, Noel Martínez, Fernando Alarriba, Ana Belén López, Óscar Paúl Castro, Juan Esmerio. Además de las participaciones de Luis Marchena y Pedro Rodríguez, ambos pertenecientes al grupo literario “La Nave de los Sueños”, coordinado por Melly Peraza. Además, durante el sábado por la noche, contamos con una especial participación de Nino Gallegos, quien con orgullo sostiene que es de Durango. Sin embargo, es como el verdadero puente de palabras entre ambas entidades.

Al final de cada velada hubo música. El viernes se presentó el cantautor duranguense Jim Bernadac mientras que el sábado hizo lo propio la culichi Fer Am. Durante la primera tarde se llevó a cabo el taller de Ana Merino, actividad dirigida a niños que desean ilustrar su historia. Y la siguiente tarde, Claudia Reyes impartió un taller de poesía feminista.

Hablemos de los artistas de Durango: dos narradoras jóvenes, Ana Compeán (27 años) y Mariela de la Peña (23 años). Esta última, además, presentó una colección de su obra plástica. Entre los pintores, también participó Esperanza Vaz (27 años) con su exposición “Savoir Faire”, que se traduce del francés como “Disfruta el momento”.

En el encuentro participaron los poetas duranguenses Carlos Yescas, Guillermo Romo de los Reyes, Sofía Magallanes y Fredy Landeros junto con Julia Leyva. Estos dos últimos presentaron su plaquette de poesía Tres.

Pero Durango no solo ofreció narrativa, poesía y pintura, sino también ensayo, análisis y reflexión. El escritor Samir Delgado (España, 41 años) ofreció una conferencia nombrada “La ciudad imaginada: Durango y Mazatlán en la memoria de los poetas”, en la que reflexiona el impacto de México como un país anfitrión, hospitalario y cosmopolita, cuyas ciudades sin fronteras les embona bien a poetas extranjeros a quienes sus paisajes los deslumbraron e influyeron. En específico, Luis Cernuda, quien escribió sobre Durango, y Jack Kerouac, autor de la Beat Generation, quien estuvo en Mazatlán y escribió sobre él. (Link del texto completo de la conferencia: https://bit.ly/2kUZ1pc)

Para proseguir, les dejo una probadita de las obras del encuentro:

Primero dos cuentos duranguenses, uno de Mariela de la Peña y otro de Ana Compeán. Después la poesía de Julia Leyva (26 años), Carlos Yescas (Huejuquilla El Alto, Jalisco, 37 años), Guillermo Romo de los Reyes (27 años), Sofía Magallanes (40 años) y Fredy Landeros (26 años).

Después les presentaré la obra de algunos sinaloenses y la obra pictórica de El Alberto, Mariela de la Peña y Esperanza Vaz.

Durango

Mariela de la Peña

Lotería

El mundo, El sol, La luna, La campana, La escalera, El barril, La botella, La estrella, El cantarito, La maceta, El corazón, La botella, El músico, La botella, El bandolón, La botella, El paraguas, La botella, La calavera, La botella, La botella, La botella… La muerte.

El borracho. Ni El soldado ni El catrín, El borracho; en una noche, en una noche callada, en una noche tumulto, un día, un día de estafas, un día de dolor, en su casa, en su casa cocina, en su casa campo minado, o en cantina, o en un bar. Me topé con él. A oscuras, frente a las cartas, frente al árbol de la vida.

Olor a jabón, hierba, al cuero de su chamarra y licor de canela, en la mezcla perfecta de dosis iguales. Los componentes de un cuerpo terrestre, sometido a la materialidad del reino, sometido a parecer humano. Extraño y hermoso ser en cautiverio, cuidando de un pedazo de tierra que no le pertenece; no le pertenece nada, no le pertenece a nadie.

Se tambalea en las aceras, caminando en zigzag, usando siempre los mismos zapatos; bajo la lluvia tormenta huracán, se tambalea en las aceras, caminando en zigzag. Estúpida sonrisa la que desprende, me tiene harta su mueca sinvergüenza, me tiene harta que me tenga harta.

Con el brazo izquierdo sostiene una caguama, la cuida; con el brazo derecho amarra la cintura de La sirena, la cuida aún más. La sirena. Ni La dama ni La chalupa, La sirena; amarra la cintura de La sirena, amarra la cintura de mí.

¡LOTERÍA! Pude gritar al fin, pudiendo demostrar al mundo que El borracho también te puede hacer ganar.

Ana Compeán

El rostro

No tengo rostro, pertenezco a un pueblo de calaveras y traiciones. Tengo una hija, apenas una bebé, tengo a mi esposa y a mi familia. A ellos les han desollado el alma como a mí la vida.

Dicen que se dice que no se sabe quién me mató, solo mis ojos aterrados recorren la cara de la muerte cuando recuerdan el instante final. La tierra que sostuvo mi caída ya no encuentra en el horizonte aquella bandera tricolor paseándose por el viento: observa trozos de tela meciéndose ensangrentados. En sus recuerdos, por las noches, mi pueblo escucha mis desgarradores gritos perdiéndose entre otros tantos similares.

Vivir era mejor que esto. No sé dónde estoy ¿De verdad terminé así? Un asesinato tiene motivos, la violencia también los tiene, los busco y pareciera que mi destino se viene tejiendo desde muy atrás, en el telar de la ignorancia, la ambición, depravación.

No sé cuántos me recuerdan, no sé quiénes me conocen, pero sí sé que la última imagen que de mí se tiene, la fotografía final, mi rostro lastimado, mi cara sin cara, permanece en internet. Mi rostro desollado le da imagen al horror de este país. Mi hija crecerá y un día lo verá. Pareciera que su destino se viene tejiendo desde muy atrás. ¿Con sentido? ¿Con demencia? ¿Quién es el autor?

No me cuentan entre los cuarenta y tres, no soy una cifra, mi cuerpo sí apareció, soy la facción de la herida, un vacío en el mapa, un día de entierro, el olvido, el rojo de mi dolor gritando cuando quedo en silencio, soy Julio César Mondragón Fontes, soy normalista, soy mexicano, muerto, por otro de mi propia nación.

Julia Leyva

Siete

Tus pies son más fuertes que la piedra.
Tu voz más poderosa que los vientos huracanados

Por la décima llave que ejerce mi espíritu.
Por la hora precisa en que llegué a la tierra.
Por la mano izquierda que me gobierna.
Por la fuerza brutal que es mi lengua.
Por el fuego invencible que irradian mis ojos.
Por el gruñido naciente de mis entrañas.
Por la bestia que protege mis pesadillas.
Por la ira perpetua que me da la victoria.
Por la oscuridad maternal que me arropa.
Por la tercera llave que me da la fuerza…
Por esta carne que goza la sombra.
Por este nombre que retumba el infinito.
Por estas mandíbulas manchadas de sangre.
Por estas garras que escarban el miedo.
Por este sexo que absorbe la vida.
Por este cuerpo que es mi propio templo.
Por esta voz que golpea los abismos.
Por esta voz que golpea.
Por esta voz.
“Mirad las poderosas voces de mi venganza,
atraviesan la quietud del aire y permanecen como
monolitos de ira, sobre una llanura de serpientes agitadas”.

Carlos Yescas Alvarado

Playa sueño

I

Desde el primer beso
la voz se guardó en la roca.
En tu sudor cabe todo
el peso del fuego.

II

Como el sueño de coral en retirada
maduramos desde el frío
toda mentira que ya no es mía.
En el silencio se vierte la luz
y escribe su calor con la palabra
de tu cuerpo.
Soy la roca que resiste
el azote del cielo.

III

La astilla es la memoria de la selva
y con ella entre mis dientes
crecen palabras sobre la arena.
Te las entrego,
ofrenda
para la turba silenciosa,
procesión por la playa
hacia la cima clandestina
donde tus caderas izan su bandera
sobre toda ceniza de selva anterior
de mar que está por venir.

IV

En este sendero no hubo gritos
violencia o negociaciones,
solo manos entregando semillas al tiempo,
remolinos entre las dunas,
un hueco en la arena
siempre destinado a este barco
donde las horas, hechas nudo,
nos llevaron del milagro de la retina
a la choza que construimos en los labios.

V

Hago pedazos las memorias
y las mezclo con un poco de sal
que me quedó entre los recuerdos.
Pero aquí las gaviotas son diferentes:
no creen en el aterrizaje.
No se acercan más que para tomar
ciertas palabras
que caen de las palmeras
mientras
me destrozo el tacto
en un garabato que nos explique el naufragio.
Desde las alturas, a pesar de la lengua,
las gaviotas huelen el silencio de las ramas
y saben que es mi voz, camino a su encuentro.

VI

Solo tú escuchas el silencio de mi cuerpo:
devuelves la palabra en una ola.
En la oscuridad de la playa
florece una primavera desde el hielo.
Cargada de nieve, la mano es la pluma
con que se escribe la tierra
y sus exilios
a lo largo de la costa de tus piernas.

Sofía Magallanes

Derechos de autor

Combinaba con mi blusa
la jacaranda que plantaste
justo en medio de mis manos.
Hubo un instante
en que rozaste mi dedo anular,
en que mediste mi cintura,
en que introdujiste tu lengua.
Y así como sucedió
conviene también aclarar
que no soy autora de estas palabras.
Pero que no me salgan
con asuntos de plagio
porque hubo un instante
en que la jacaranda
se me fue metiendo por los ojos
y me cantó al oído en portugués.
Hubo un día
—y no me vengan a decir poeta
cuando soy en realidad la cuenca
por donde se desborda el agua—
en que alguien cambió los boletos,
el autor de todas estas sílabas 
puso tu nombre en otra ruta
e hizo brotar
cada una de las hojas,
cada minuto en que la jacaranda
hecha raíces,
florea
y se regocija en mí.

Guillermo Romo de los Reyes

Germen de pájaro

Llámame hijo
pico de larva cascando la semilla desde adentro
te tengo mi útero relleno de orina
la vejiga rellena de helio
por eso la pelvis vuela
                                       pero no tanto
no tanto que alcances a ver

te espero en el cerro neón
aquí las piedras agotaron el escalofrío de la opulencia
son rehenes de un alambre
                                                que de las carreteras hace jaulas
y de las vacas
                         pajaritos
en esta hectárea tomada
habitamos tu otra familia
los hombres que hemos construido el tracto anal que navegas
llámame y que su parentesco no me alcance
dime de otra forma
                                 que los hombres sepan que no soy como ellos
aunque luego vaya a estar esperando sus piedras

encuéntrame en el cerro neón si quieres matarme
pero llámame hijo
no importa si tu vientre ya está ocupado por otras plagas.

Fredy Landeros

Cuando me volví adicto

Cuando mis labios experimentaron el sabor femenino,
el de su boca y el de su sexo,
cuando mi olfato degustó el exquisito aroma
de su piel, de su perfume, el de flores y el natural,
cuando mis manos palparon por primera, 
segunda y tercera vez un cuerpo desnudo: 
senos grandes, medianos y pequeños
deliciosos al tacto, a la vista y al paladar,
nalgas voluptuosas, firmes y otras no tanto,
listas para los besos, mordidas y caricias violentas;
entrepiernas selváticas, a veces desérticas,
siempre húmedas,
exploradas por mis venturosos dedos y mi lengua sedienta;
oídos vírgenes que mis palabras han penetrado,
orando rosarios,
proclamando poesía o pronunciando blasfemias. 
Me volví adicto al sexo cuando supe que en el universo
la vida nace y la vida acaba en la unión de dos,
cuando mi cuerpo se disolvió en otro cuerpo
creando tormentas, temblores y maremotos,
destruyendo rastros de civilización,
perdiendo el control poco importando el arriba o abajo,
perdiendo el tiempo entre el ir o el venir,
perdiendo el aire, las fuerzas y las palabras,
muriendo lento, a veces rápido, para renacer.

Sinaloa

Claudia Reyes

Créditos

¿Desea continuar?

Todavía es dos mil dieciocho y esperamos el viaje de regreso junto al área de juegos en un viejo centro comercial.

Llevas la camisa que vestía tu padre en vacaciones cuando la plaza era tan blanca como el trozo de piel que asoma por tu rasgadura.

Preguntas: «¿Del 1 al 10 qué tan ansiosa te sientes?».

Crece el sonido de un galope.

Inserte una moneda para continuar

En la sala de juegos una mujer introduce diez fichas en la ranura del caballo y monta a su bebé.

Entonces los recuerdos retroceden circulares como la moneda que cae.

La nostalgia se manifiesta en el movimiento que no termina de suceder, una melodía que se reproduce continuamente con el oscilar de un animal mecánico.

Rodeado por máquinas el bebé se balancea en la caída de un desfile de nombres con los mejores puntajes de la sala.

Ya no sé cuándo inició el juego de apostar entre la posibilidad de llegar a la cima de una lista o perder todas las vidas.

El juego ha terminado

El bebé y la mujer se iluminan por los sonidos fluorescentes que se encienden y apagan con la cadencia del galope.

Todavía es dos mil dieciocho y esperamos el viaje de regreso en una plaza que envejece al ritmo en que se evapora el neón de las luces, en que se desgarra la ropa, en que nuestros cuerpos crecen y desbordan a un animal mecánico.

Cuenta regresiva

Se termina el paseo, todavía es dos mil dieciocho, ya no tengo vidas, deseo mecerme en una máquina sin ranuras que al término del viaje me pregunte: «¿Del 1 al 10 qué tan ansiosa te sientes?», y responder: «me siento un 4, soy un 4».

Paúl Castro

Prueba de Rorschach

(Ayotzinapa, 43 de septiembre)

Soy puto
Soy un hijo de puta
Soy una puta
Soy un niño de la calle
Soy un niño ignorado por su padre
Soy una niña golpeada por su madre
Soy un niño Soy una niña
Alguien que debía amarme y protegerme abusa de mí
Soy una niña que visten de princesa
en un país que se muere de hambre
Soy un policía
El cañón de la pistola del gobierno toca mi nuca
El cañón de la pistola del crimen toca mi frente
Soy un policía Y el cañón de mi pistola te apunta a ti
Soy madre sola
18 horas de trabajo me desgarran el rostro
Soy madre Sola No tengo rostro
Soy una madre sola No tengo nombre
Soy el negro Soy el joto Soy el prieto Soy la torta del salón
Soy la marimacha Soy el que se viste de mujer
El que vive en la calle
La que tiene hambre El que muere solo
El niño abandonado por sus padres
El viejo abandonado por sus hijos
Soy espejo
Soy espejo y me reflejo
En este momento
Me están desalojando de mi casa
En España En México En Estados Unidos
En este momento
Me están lapidando porque amé a un hombre
que no era mi esposo
Me están moliendo a golpes porque soy hombre
y amo a otro hombre
En este momento
Escucho caer las bombas a unas cuadras de mi escuela
En este momento
Me están tirando a un canal en Culiacán
Mi cuerpo se está disolviendo con ácido en Tijuana
Mi cuerpo se está pudriendo en una fosa en Iguala
En este momento
Está entrando una bala en mi cuerpo
Y la sangre y la vida salen de mí
Porque creo en otro Dios
Porque no creo lo que me dicen
la tele
los curas
los políticos

Toma mi voz
Es tuya
Haz que se eleve
por encima del dolor y la miseria
Y que salga viva de entre el lodo de la muerte.

Irasema Orona

No permitas que crezcan,
mamá,
no lo permitas.
Son serpientes que encantan lobos,
tesoros malditos,
un fauno que atormentará mis días,
extensión de mí
que me dará la muerte.

No permitas que broten de mi cuerpo,
de este cuerpo que no es mío,
que es de aquel
y de todos,
menos mío.
Córtalo.
Escóndelo.
O mejor
no permitas que crezcan.
Madre,
¿se ha salvado alguien en este país incierto?

Réquiem para todas las voces

I

La calle es el azar continuo del género.
Enzarzamos en el vientre el universo.
En él habitan mariposas negras
Como nefasto anuncio de la condición humana.
Hacia ti quien van todos los mortales
Van plegarias de todo credo
Para pedir que pare.

II

Míranos ahora,
Montón de piel acumulada entre multitudes
De olor a flores solo quedan los ritos funerarios.
Que el tiempo,
Noche y día
Permitan el retorno
Porque al salir a las calles somos recompensa,
Botín,
Tesoro,
Posesión,
Cuerpo.
Entonces, ten piedad de nosotros.

III

Que el silencio no germine,
No encuentre la hondura de la indiferencia.
Si unos ojos abiertos por el miedo en un cuerpo sin vida
Deberán otros recordarlo y vivir su nombre a grito abierto,
Porque no podemos callar,
Porque no ha de violentar más nuestro derecho
El impulso material del hombre que se adueña de otro sexo.
Que todas las desaparecidas,
Asesinadas,
Esclavizadas,
Encuentren siempre una voz de lucha.

IV

En esta vida, en esta tierra,
Tú que caminas a mi costado,
Que observas el temor de nuestros pasos,
Socórrenos con tu gracia.

Ni una menos

Nos mataron a todas.

Quedamos sin vida,
Sin libertad.
El dolor vuelca por la garganta.
Me ha sacado a las calles,
gritando tu nombre.

Cuando todo se haya ido,
quedará tu voz bajo mi resguardo.
Será mi grito luz en la escampada
donde he encontrado tu cuerpo,
Tu cuerpo que es ahora el mío
Porque te he reconstruido
para que no triunfe la aflicción de un pasado sin glorias;
para que seas de nuevo la sonrisa valiente.
Andaré a tientas bajo los escombros de la justicia,
Donde se niega toda verdad
Mientras la danza de la muerte
Dibuja estelas vaporosas que nos envuelven.
Andaré sin ti para que nadie más falte,
Para que nuestros pasos retumben
Y un manto de conciencia caiga sobre todos.

Ni una menos*

No salgas.
Mantente alerta.
Abre los ojos.
Voltea.
Cúbrete.
Encórvate.
No cortes la manzana.
No incites a comerla.

No hables con extraños.
No uses minifalda.
No tomes.
No grites.
No marches.
No tengas sueños.
No expreses tus deseos.
No viajes sola.
No existas.
No. Pero sobre todo: no rayes el Ángel de la Independencia.

Fernando Alarriba

Palacios

Doña Licha,
exquisita majadera,
se arrancó el calzón
y salió a asolear sus nalgas
en el sol casquivano.

Las uñas esmaltadas, dos pellizcos, una sonora nalgada y una letanía
de marranadas, después zambulló su panza,
madre perla,
en un manto de algas.

Surfistas de oxidadas greñas y seis destetadas negras vieron un astro bullir
como flema cuando el ocaso sepultó su loro en la curva de sus gloriosas ancas
volviéndola naipe,
concha de mercurio,
estalactita,
alma de pescado,
centella de alfileres rojos
                                          a los pies del árbol.

Al chile le suena el hueso

Al chile le suena el hueso
Maraca
           Piña
                 Melón
Tu hermana me pegó un beso
Perla
      Alquitrán
                    Gabarrón
Tantos sones trae la plata como
                                           polvo mis espuelas
Tanto me quema la espalda
                                            que al nopal agusanado
                                                                        le está brotando una pierna y en la fuente de los gallos,
a punta de resoplidos,
está gorjeando la leña.
Al chile le suena el hueso
Maraca
           Piña
               Melón
Anda y pídele a la gorda
                                   que se empine en el limón.

Flor de Lis sonríe

Llueve otra palmera datilera.

Otro rayito verde que en su menta fornica esmeraldas.

Cagan los ojos de Emma sobre una población de gigantes güilos que van a morir a los ríos lamosos.

Otro chancro explota en la uña de la Madame latina que recorre las praderas de un reino lejano con su capa de Pavorreales.

Flor de Lis la mira a lo lejos,
acaricia con su lengua a las abejas
y sonríe mientras sus súbditos se convierten en bellotas.

Pásame la salsa…

Entraron unos vatos con unos fuscones de este vuelo y le dijeron al de la tienda
Órale cabrón, contra el vidrio o me lo trueno, culero.

El ojete cerró los ojos y empezó a sudar.

Uno saltó del lado de la caja, le metió unos trompos para que picara la clave y en
cuanto pitó y pepenaron la feria, le dieron un culatazo al compa.

¿Yo? Con el culo en la mano…
Nomás me arrimé para ver al compa sangrando todo trabado, le temblaban los dientes y le corrían las lágrimas.

Pásame la salsa, güey…

Julio Zataráin

El Panchillo

La madre del Panchillo se derrumbó frente a los sicarios. El estruendo de sus rodillas se escuchó hasta la otra esquina. No era ya la posible muerte de su hijo lo que hizo sacarle ese sollozo bárbaro, sino la incertidumbre que causa la posibilidad de no saber en dónde llorarle.

Esa vez el Panchillo no murió, claro. Había corrido por todo el barrio, huyendo de la muerte encarnada. Eran sicarios quienes lo perseguían, pero podían ser policías. Sicarios policías que controlaban el desorden. Nadie más podía robar, nadie más matar, si no eran ellos. Algo muy sabido ya.

El Miami, como le decían, era el jefe de sicarios. Así se llamaba el puesto: jefe de sicarios. En aquel tiempo había una paz sigilosa entre los grupos locales que se dedicaban a vender drogas. No puede haber paz con miedo, decía el Miami. Nadie se metía con nadie y cada quién respetaba su zona. Pero el Panchillo no se aplacaba. Le gustaba fumar cristal y su único ingreso era la desgracia ajena. Le estaban poniendo un estatequieto por haber robado a quien no debía robar. Por eso el Jetta negro sin placas, por supuesto, ni señales aparentes, lo perseguía. Todos sabían que era La Monarquía Lizárraga la que el Miami comandaba como jefe de sicarios. Para ellos era fácil atropellarlo con el Jetta y se acabó, pero el jefelo quería vivo.

El Panchillo huía de la vida todo el tiempo. Esta vez buscaba otra oportunidad: una barda, un árbol, algún callejón. Pero no. La calle era amplia, pero ajena. El Jetta casi le alcanzaba los pies. Subió a la acera de enfrente y, como regalo de Dios, apareció una casa con la puerta abierta.

Como toro encabronado entró tirando los adornos de cerámica de una mesa de centro. Vio a una familia en el comedor: un anciano, niños y niñas, tíos y tías. Algún tiempo atrás su familia así había sido. A los viejos les causó lástima y a los niños terror la mirada turbulenta del Panchillo. Escuálido, confundido, subió las escaleras casi de un brinco. Un portazo se oyó en toda la ciudad. Unos segundos después, llegaron cuatro plebes, casi idénticos al Panchillo, flacos y desmejorados, pero con pistolas en las manos.

El más viejo de la familia dio la cara. Cállate el hocico, ruco. El Panchillo buscaba una salida, otra vez. Los jóvenes pistoleros subieron con pasos agigantados. Dieron con el cuarto donde estaba encerrado y comenzaron a gritarle para que abriera, golpeando, por supuesto, la puerta con la culata. No dispararon a la manija por respeto. Sí. Por respeto. El anciano de la familia subió y les pidió de favor que no lo mataran ahí, en donde él, seguramente, tenía planeado morir. ¡Que no te metas, pinche ruco!

El Panchillo vio un teléfono, de inmediato le habló a su madre. No respondió porque ya le habían avisado que su hijo estaba siendo perseguido. Ella estaba viendo tranquilamente una telenovela, alguien le gritó, se levantó y fue como siguiendo la corriente de un río atroz hasta donde el Panchillo daba vueltas en la habitación, frente a un Jesucristo clavado en la pared por encima de la cama. La señora llegó a la casa. Había mucha gente afuera, observando, oyendo los gritos de adentro.

Ella era un bloque de hielo a punto del colapso. Llamó a la policía, pero no llegó. Para qué sirve la policía sino es para ayudar a una viejita a cruzar la calle. La policía, la de verdad, la que podía hacer justicia o podría cometer todos los atropellos, era La Monarquía Lizárraga.

La madre se hincó frente a los hombres y, con el llanto bárbaro, suplicó para que no lo mataran. ¡Entréguenlo a la policía, ellos sabrán qué hacer con él! Pero los hombres contestaban que no podían hacerlo, que ya tenían órdenes y no iban a arriesgarse por un pendejo.

Los plebes ya se habían hartado del teatro. Uno disparó a la manija y sacaron al Panchillo. Así de fácil, así de rápido. La madre los persiguió. Después de haberse derretido en lágrimas, volvió a solidificarse en un bloque de hielo y junto a las miradas de los vecinos, vio cómo metieron a su hijo a la cajuela y quemaron llantas, doblaron una esquina y desaparecieron.

No volvió a permitirse el llanto esa señora, no servía de nada y, aunque tampoco sirviera de nada, fue a la comandancia, pero le dijeron: ¿Qué podemos hacer? No sabemos a dónde se llevaron a su hijo, ni quién, ni por qué. El funcionario que la atendió, luego de que la señora se retirase con las sienes punzantes, creía saber el destino de fosa clandestina que le esperaba a su hijo.

Pero al Panchillo las oraciones de su madre siempre lo salvan. Cuando salió de la cajuela, trémulo y orinado, vio al Miami avanzar hacia él, sonriéndole, lo tomó del hombro y le dijo ¿Tú no eres el novio de la Teresa, hija de don Ernesto Lizárraga?

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