Jesucristo Gómez está entre nosotros, de Adán Medellín

Jesucristo Gómez está entre nosotros

Adán Medellín

El novelista, guionista, dramaturgo y periodista mexicano Vicente Leñero (1933-2014) realizó distintos intentos desde la novela, la dramaturgia y los textos de divulgación por aproximar el relato de Cristo a la actualidad de su país. Consecuente con la fe católica que lo acompañó durante su vida, entregó a imprenta las Parábolas. El arte narrativo de Jesús de Nazaret (2009), un compendio de versiones personales que buscaba recuperar las cualidades del Jesús narrador con un lenguaje austero, moderno y sencillo.

Leñero emprendió una «cuidadosa limpieza gramatical de las parábolas consignadas en los Evangelios de Marcos, de Mateo y de Lucas, según la Biblia de América». Más que centrarse en un propósito evangelizador, el deseo del escritor era «abordar el genuino arte narrativo de su contador oral». El escritor jalisciense trataba de retratar al Jesús fabulador y de la charla, al descubridor de verdades espirituales que encantó a la comunidad de su tiempo desde su posición como narrador admirable, despojándolo de explicaciones o exégesis.

Pero con mayor hondura y libertad que la paráfrasis de los dichos de aquel Jesús que cautivaba por su don narrativo, Leñero trazó uno de los retratos más vivos y heterodoxos del pescador de hombres en la novela El Evangelio de Lucas Gavilán (Seix Barral, 1979) que retoma elementos del discurso bíblico tradicional para yuxtaponerlos a la realidad mexicana de su tiempo y que cumple 40 años de vida editorial en este 2019.

Impulsado, como describe en su prólogo, «por el trabajo de cristianos a contrapelo del catolicismo institucional» (11), el narrador de este libro es Lucas Gavilán, quien buscará contar la historia de Cristo desde sus coordenadas personales: el México de los años 70. Jesús de Nazaret se transforma bajo la pluma de este nuevo evangelista en Jesucristo Gómez, hijo de José Gómez y María David. Hijo de padre desconocido y nacido en la calle Topacio, en el corazón popular de la Ciudad de México durante las posadas decembrinas, este Jesucristo es albañil y se convierte en un líder carismático seguido por una docena de apóstoles que, en vez de pescadores, son pepenadores, campesinos y guerrilleros.

Imitando el viaje evangelístico de Jesús en Israel, Jesucristo Gómez recorre la República Mexicana atestiguando la corrupción, la desigualdad, la ignorancia, la miseria, el esfuerzo y el hambre de sus compatriotas. Es sobre todo empático, buscador de justicia y solidario en la acción: «Cuántas veces lo vieron sacar la cara para protestar por una injusticia; cuántas veces lo vieron levantando jacales, abriendo brechas, cavando pozos» (64).

Jesucristo Gómez insiste en un cambio nacido en el fondo del corazón. Puede enseñar su doctrina en los parques, en los caminos, en los puestos de pancita y de menudo, en los tiraderos pestilentes, con una voz donde se mezclan semánticamente el estilo bíblico con el coloquialismo mexicano. «De hoy en adelante vas a pepenar hombres», le expresa a Pedro Simón, su discípulo y uno de los trabajadores de la basura, al inicio de su misión.

Encuadrando su libertad en los límites del diálogo intertextual con el Evangelio canónico de Lucas, Leñero sabe alejarse con prudencia de dos temas ríspidos en la vida del Jesús histórico: su origen (humano y/o divino) y su vida amorosa. Ambos apartados están casi ausentes en la narrativa de Lucas Gavilán, quien se vuelca en la construcción de la parábola de un enérgico demócrata social de palabras sencillas, donde afloran la protesta, la conciencia social y la denuncia.

Con esto en mente, algunos de los milagros más populares de Cristo se muestran aquí en su costado más práctico y realista, productos del sentido común o la solidaridad social: la curación de los enfermos es posible con el diálogo, sostener fuerte un timón permite calmar los peligros de una tempestad, la multiplicación de los panes se logra con la repartición más equitativa de los mismos.

Leñero también reafirma los valores de amor y perdón del galileo con un tono fresco, irreverente y callejero. Por ejemplo, Jesucristo Gómez se descuelga por un tragaluz con el Paralítico Gutiérrez para abogar por el enfermo en una reunión de sindicalistas radicales. La solución a los problemas cotidianos, para él, no está en la división, sino en la unidad de los humillados y ofendidos frente al sistema político, económico y religioso que los oprime. También tiene palabras lapidarias para nociones económicas tan definitivas como la propiedad privada: «Nadie es dueño de los caminos, ni del hambre de los demás» (88).

El mensaje de Gómez se revitaliza a quienes lo rodean. Sus palabras resucitan simbólicamente a gritos a la depresiva viuda de Naím, ahora llamada Genoveva Galindo, apelando al orgullo y la recuperación de la dignidad personal: «Tu hijo no está muerto, estúpida, la que ha estado muerta eres tú. Siempre atenida a tu esposo, a tu padre, a tu hijo. ¡Floja, inútil, miedosa, inservible, muerta! (…) ¡Nadie va a vivir por ti! ¡Tienes la fuerza de tu hijo, la sangre de tu hijo, el alma de tu hijo! ¡Vive!» (101-102).

Los fines de este líder son la vida digna y una sociedad de justicia para su pueblo. Tierno con los humildes, severo con los ricos, crítico con la iglesia oficial, misterioso para los intelectuales; Jesucristo Gómez denuncia a quienes han usado a Dios como «una idea al servicio de las situaciones injustas» y proclama a un Dios «de vivos y no de muertos» que se concreta en la vida. Desde ese lugar, exige a hombres y mujeres que salgan de su letargo y su automatismo para convertir la fe en una forma de vida activa fuera de gestos vacíos, hipocresías, supersticiones miedosas y hábitos sin sentido. El fin trágico y anunciado de la vida de Gómez acaba por nutrir la esperanza de un renacer en la lucha social de los suyos.

Con el entusiasmo de un Quijote contra los molinos de viento, el Jesucristo de Leñero arremete contra el espíritu de egoísmo y conformismo humanos para concebir un proyecto de humanidad que transforme el mundo. Y quizás sea esa idea fija, junto a la sabiduría del autor mexicano para salpicar de color, autenticidad y vitalidad el discurso tradicional sobre la figura de Cristo, lo que mantiene a El Evangelio de Lucas Gavilán como una lectura amena y capaz de cautivar a nuevos lectores al cumplir cuatro décadas de vida en la letra impresa.

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