Licencia poética: Imágenes de Daniel Sada

Imágenes de Daniel Sada

Víctor Luna

Un fulano muy espichadito llegó, ya lo esperábamos; no recuerdo la fecha, pero parece memorable. Su gorra beisbolera lo hacía, a primera impresión, verse cual jornalero agrícola, pero era literato el fulano, muy enterado y leído contradiciendo su facha. Era una tarde astrosa con jirones de nubes por todo el cielo, como si dios hubiera sido un gato en ese entonces y lo destrozara a placer. Traía en una bolsa de ixtle el fulano, o de alguna otra fibra, muchos trucos de poeta y frases al por mayor, como esa de Renard ( Ronsard), que nunca olvidó: «la frase breve es la crema del estilo», y al fulano le gustaba ponerle crema a sus textos. Venía de la Lampa vida e iba para allá: Daniel Sada se llamaba aquel excelente escritor.

Era leído y escribido. Pidió una hamburguesa en un restaurant de un cuarto de estrella michelín. Se jactaba de cosas, pequeñas hazañas realizadas en desdoro de botones y meseros, rivales menudos, a los cuales ninguna épica dedicaría más de medio verso, y eso de pasadita. «Llegué al hotel y el botones me preguntó al bajar del taxi: «¿y su equipaje, señor?» Por toda atención a su pregunta, extendí mi bolsa de ixtle con calcetines y calzoncillos, eso sí de muy fina factura y recién lavaditos».

Después de haber refinado, un buen tabaco gustamos. No recuerdo qué poeta nos acompañaba en esa tarde que ya no era lozana y se perdía en jirones de sombras. El fulano, Daniel Sada, sugirió: «deberíamos ir a una cantina, el café me causa agruras. Sí, una cantina de chancludas, donde haya viejas de esas que mascan chicle y les gusta la mala vida, gastando el tacón dorado». No recuerdo el nombre del antro de mala muerte, tugurio propio del Dante en la esquina del infierno, nosocomio mal barrido que acogió nuestros huesos, ya casi gelatinosos por el maldito calor. Se precisaba una cerveza o nada, y al fin nos la conseguimos.

Toda la noche estuvo, al lomo humeante de sus Camel, contando sabrosísimas anécdotas el referido fulano, Daniel Sada, oriundo de Mexicali, mientras apagábamos cerveza tras cerveza en ese círculo del infierno con aire acondicionado. Las traía de varios kilos, las anécdotas, y algunas muy peliagudas, pero, ante todo, ninguna era aburrida. Yo le agarré estimación a hombre tan singular, nunca negaba un cigarro a aquel que lo solicitara en los momentos de angustia, nunca negaba el saludo y su sonrisa era franca, como invitación a entrar en su jacal que apenas estaba en construcción. Cultivaba una parcela que habían dejado en barbecho João Güimaraes Rosa, Efrén Hernández y alguno que otro señor. Sus maestros fueron Rulfo y Salvador Elizondo. Por eso yo cultivé su amistad. Cuidaba lo que contaba tanto como cuidaba cómo contarlo: no era escritor, era un poeta, hasta la Wikipedia lo dice. Ahora, con su licencia, me retiro, porque hace mucho calor. 


Fichas del autor
Víctor Luna. Poeta y ensayista. Próximamente se publicará su antología Palabras al viento.

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