«Atmósferas, negaciones»: la armonía de la incertidumbre. Reseña de Francisco Meza sobre Jaime Labastida

Atmósferas, negaciones: la armonía de la incertidumbre

entrarme en el secreto de mi pecho 
y platicar en él mi interior hombre,
dó va, dó está, si vive, o qué se ha hecho.

Francisco Aldana

Francisco Meza Sánchez

Con plena conciencia de la caducidad de la carne así como de la fugacidad de los esfuerzos humanos, el poeta Jaime Labastida escribe en Atmsferas, negaciones una serie de poemas que recrean la ventura del hombre que como ave migratoria traduce y pone en juicio la luz vivida en diversas estancias vitales.    

En este libro, en que la memoria del yo poético se coloca a sí misma en tela de juicio, el verbo de la poesía conjugará tópicos primigenios de la condición humana como la muerte, el olvido, la futilidad de las acciones, la accidentalidad del ser, el deterioro de lo orgánico, la depredación histórica del hombre.

En una modernidad que registra como nunca antes nuestra presencia sobre la tierra, no puede dejar de sorprender que un autor se plantee la escritura poética como una edificación armónica de la duda de esa presencia y sus actos. En estos poemas cada vistazo al pasado será cuestionado por la misma voz que estuvo en aquellos sitios de los que se habla. Los signos de interrogación serán derroteros para nuevos cuestionamientos como si estos fueran las piedras, que arrojadas al estanque, generaran la onda en la tranquilidad del agua: la onda que seguirá expandiéndose mientras afecta la serenidad de las cosas que va tocando en su trayectoria. Serán pues la preguntas, allende las respuestas, la bitácora del hombre adentro.

Subyacente en el libro, como lo dice una advertencia que funciona a la manera de nota preliminar en la edición, la Epístola dirigida a Benito Arias Montano por parte del capitán Francisco de Aldana habrá de aparecer literalmente en varias ocasiones durante el transcurrir de los poemas; sin embargo, esta «Epístola», así como la tradición clásica a la que pertenece, donde quedaron inscritas las vicisitudes anímicas y metafísicas del  militar español, tendrá una presencia constante, será un torrente subterráneo, un hipotexto, durante toda la lectura.

A propósito de esta carta escrita en 1577 —texto, me atrevo a pensar, con  intenciones más íntimas y confesionales que literarias propiamente—, la estudiosa Rosa Navarro Durán dice que esta obra expresa con minucia los procesos íntimos, «[…] los panoramas interiores llenos de detalle y color […]», encausados ambos hacia un asunto único, primero el análisis del proceso interior del alma hacia la fusión con la divinidad y luego el lugar escogido para alcanzar la serenidad necesaria con las que se consuma dicha comunicación. Justamente, en la primera parte de Atmósferas, negaciones existe un vocativo a los «dioses»; no como divinidad o divinidades eclesiásticas, entiendo que este vocativo está más relacionado con una exclamación ante los reinos del pasado; una exclamación y un llamado frente al paso del tiempo y la memoria que se empecina, una y otra vez, en inventarlo.  

Además, sobre todo en el primer apartado, es notable la interiorización de los paisajes que van construyendo un nudo reflexivo, por momentos pesimista, mayormente agudo, en el temperamento de la voz poética; esto es, en su entender ontológico y en su capacidad descriptiva de parajes sensibles: enfáticamente en la edificación de «atmósferas», cuyos referentes concretos tienen un lugar secundario en el significado de los poemas. Con ello, entendemos que la relación con la «Epístola» de Aldana es multifactorial, más allá de un comentario o apostilla, existe un vínculo anímico, una suerte de voces reflejadas: en donde una ─la del militar─ no logró consumar sus deseos de escritura ni habitar los espacios ensoñados, eglógicos, si se me permite el término; la otra, la del escritor profeso, que contempla diversos lugares del mundo mientras disecciona con el lenguaje las distintas versiones del secreto de su pecho, de su ser hombre: animal que se piensa y se inventa hasta su muerte, «animal de silencios que se contempla en las charcas del lenguaje».               

      Por lo anterior creo que, si bien Atmósferas, negaciones puede leerse a la manera de un itinerario de viajes, también puede leerse como una correspondencia epistolar entre el que alguna vez se fue y el que se es; es decir, el presente del hombre adentro es un sustantivo formado por las diversas voces de lo acontecido, lugar común que nos recuerda que la interioridad de un hombre es el constructo de la experiencia de los múltiples «yo» que atraviesan por la edad.

Bajo la idea de una conversación entre el que se fue y el que se es; en estas páginas la voz lírica construye en el presente de la poesía un diálogo entre el que se olvida y el que lucha por recordarse: el muchacho de 20 años que estuvo a punto de naufragar en una tormenta habrá de memorarse en el hombre que sobrevivió el sismo del 85 en la Ciudad de México; aquel que se guareció en su cráneo después del terremoto será y no será el que se sienta desvalido y solo en las montañas de Corea del Norte; un atardecer en Mazatlán se petrificará en la mirada de quien habita en el secreto de su pecho. Asimismo, esos diversos «yo» serán cuestionados; sin duda, esos predicamentos sobre la versión o las versiones de experiencias concretas conforman la maquinaria con la que el poeta discurre: es decir, el temple de su tono. 

La primera parte, «Atmósferas», cuya plástica corresponde a la apuesta estética que Jaime Labastida ha venido ejercitando desde décadas atrás, tiene un ritmo sosegado y reflexivo; sin embargo, sus versos plantean complejidades, como he tratado de expresar, vertiginosas; discurre un pensamiento introspectivo que va en busca de las raíces hondas del hombre, su condición contingente en el mundo, así como su precariedad ante el tiempo. En la segunda parte, «Negaciones, trece poemas donde nada sucede», la contextura de la imagen poética se adelgaza, se aligera, para darle paso a un ritmo de mayor aceleración, lo cual proyecta una forma de hablar más intimista, no por ella menos densa en sus dilemas. Es así que la voz dará cuenta de una estirpe fantasmal, mientras proyecta la biografía del protagonista «Nadie». En sí todo el apartado será, como el título indica, una refutación de lo vivido: un negar que vivifica y afirma los actos de una existencia. En el momento en que se dice «yo jamás estuve ahí», ese «ahí» se yergue desde las neblinas del olvido: la masacre, la depredación humana de su misma especie, vuelve a sonar por los pasillos del lenguaje, de esta peculiar forma de hablar que a su vez es una forma de pensar. Asimismo, asunto que también sucede en el primer capítulo, un tiempo mítico se mezcla con un tiempo autobiográfico: cada hombre es Odiseo cuando posterga el regreso a casa para perderse con las sirenas; destaco la manera en que estos elementos míticos enriquecen las disertaciones y tribulaciones de la voz dictante.          

Debo apuntar que para mí,  Atmósfera, negaciones junto con Dominio de la tarde y La sal me sabría a polvo representan los momentos de mayor altura en la poesía de Jaime Labastida, un autor imprescindible de nuestra tradición literaria, particularmente de aquello que se ha reconocido como poesía de la inteligencia. Esta obra viene a vitalizar la presencia de su autor en nuestro tiempo; curiosamente gran parte de su modernidad y arte se explica en el diálogo que establece con autores fundacionales de la poesía española como Aldana y Garcilaso de la Vega. Lo cual queda muy bien ilustrado en el poema «Firmamento» donde el poeta tendido cara al cielo, como el Nemoroso de Garcilaso, ve pasar a la sapiente lechuza y escucha en su vuelo un quejido que duele y lástima. En sí en este poema se trasluce y sintetiza la poética de un autor que tiene la capacidad para hablar, desde la tradición profunda del verso castellano, sobre esas interrogantes que le quitaron el sueño al griego antiguo, mismas preguntas que hoy nos lo arrebatan a nosotros. 

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