Verónica G. Arredondo reseña Historia natural de la melancolía, de Daniel Wence

Gloomy sunday

Verónica G. Arredondo

Estoy abierta/ dividida
Definitivamente herida por una hoja de plata
hubo una piel entera que me fue robada
treinta años antes un domingo que llovía.


Daniel Wence

Domingo es el día perfecto para el suicidio. ¿Qué otra cosa se podría hacer sino deprimirse? “Y qué hacía yo sino llorar/ sino ver a la madre —criatura extraña— llorar/ inaugurando un dolor nuevo”.[1]  Domingo es el día planetario instaurado como si Saturno lo cubriera de melancolía, y la radio toca las canciones más tristes; es esa nostalgia por un día quieto, nublado o por la tarde. El mundo podría derrumbarse de un momento a otro, quizá sería mejor estar en compañía cuando suceda. La imagen de la caída de las Torres Gemelas es un “domingo lúgubre”, como la canción del compositor húngaro Rezső Seress: “Gloomy is Sunday, with shadows I spend it all/ My heart and I have decided to end it all”. Con esa herida abierta, ya sea de nacimiento o de extracción, comienza el poemario de Daniel Wence, porque todos tenemos una herida fundamental, nos recuerda Alejandra Pizarnik. Herida de nacimiento que nos conforma y habremos de decidir, en la evolución personal, cómo sanarla.

La otredad crea un diálogo amoroso, la tensión constante en la discusión: ella y él, la ira, el reclamo, la venganza, el apego, amor/odio: materia indisoluble que rasga. Una forma de dolerse o doler al otro son las palabras: “Jala el gatillo de tu garganta./ Maldíceme a mansalva”.[2] Otra es el amor o la traición. La catástrofe circunda el libro. La otredad usurpa el cuerpo, identidad en donde lo que se engendra es la culpa. Resulta imposible huir. La desaparición está latente. Ella, Elisabeth, es cualquier mujer, cuyo cuerpo podría aparecer mañana en la nota roja.

Lo que nos dice el domingo acerca de la soledad es lo que transcurre en las páginas del libro, tiempo-arena entre los dedos, lo que se desvaina. El abandono. Esperanza y recuerdos se queman en domingo, lugar en que se urde la melancolía. “Hacer de nuestro cuerpo un instrumento de trascendencia”[3] es posible a través de la empatía, dice Daniel Wence. Atravesar junto con el lector centímetros de domingo-navaja. “Cuchillo que raja los objetos como los domingos nos rajan el pecho”.[4] El destino será un domingo a diario, peso en la espalda, quizá el dolor del linaje heredado. Domingo negro del rumbo oeste, animal mítico: bisonte. Día en que nos visitan nuestros muertos y nos habitan.


[1] Todas las citas en Wence, Daniel. Historia natural de la melancolía. Instituto Sinaloense de Cultura. México, 2018. P. 16.
[2] P. 21.
[3] P. 60.
[4] P. 66.

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