Le llamas a Minerva desde un teléfono público, le dices que le has reservado un día de spa. Tú irás a recoger al niño. Así te encargas de impedir que suceda de nuevo. Tu otro tú estará en el laboratorio. Vas a la escuela por Betito. A diferencia de otras veces que ves el celular mientras lo esperas, esta vez te mantienes atento a la puerta de la escuela. Lo rodean los bravucones. Esos hijos de puta que provocaron su muerte lo rodean como buitres. De repente, un maestro se acerca y ellos toman caminos separados. Sientes la necesidad de bajar, de molerlos a golpes. Decides resolver las cosas de forma pacífica: evitar la muerte de Betito y luego tomar acción para detener el bullying. Respiras profundo. Betito camina hacia el coche. Sube. Te da un beso en la mejilla y pide que pongas Guns N’ Roses, el grupo favorito de ambos. Le compartiste su música desde que él aprendió a hablar. Pones una lista aleatoria en Spotify. Juntos cantan Sweet Child O’mine. Betito imita a Slash con su guitarra de aire.

Los dos bailan de camino a casa. Por un momento olvidas lo que está por ocurrir, hasta que se escucha la canción Live and let die.

This ever changin’ world

In which we’re livin’

Makes you give in and cry

Say live and let die

Te pones los lentes negros para que el niño no vea las lágrimas que comienzan a asomarse por los ojos. Cambias la canción.

—Venía la mejor parte —reclama Betito.
—Prefiero la original. —Cantas Paradise city.
El niño sigue el ritmo y ya no pregunta nada. Llegan a la casa y pide permiso para salir al parque.
—Hoy no —le dices.
—Ándale, tío, quiero ir a jugar. —Pone sus ojitos tristes y presiona los labios, esperando convencerte—. No seas malo.
—Hoy no, Betito. —Lo despeinas con la mano—. Es un mal día. Está nublado y te puedes enfermar si llueve.
—Me llevo un impermeable, ¿sí? —Corre por su impermeable rojo. —Con esto no me va a caer ni una gota.


Déjalo salir sólo si lo acompañas

No lo dejes salir

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