El apagón
«¡Mierd…!» Vociferó mientras tropezaba por segunda vez y un fuerte dolor recorría toda su pierna. «Esto de caminar a tientas cuando se corta la luz no es lo mío» pensó mientras se recuperaba del último golpe en la canilla. Se tomó un momento para acostumbrarse a la oscuridad de la habitación.
Mientras lo hacía empezó a notar las sombras irregulares que comenzaban a formarse delante de él. Un escalofrío le recorrió la espalda y le erizó los cabellos de la nuca. Por un momento se trasladó a su niñez, a la tortura que implicaba la llegada de la noche, a la madurez exigida conforme crecía y la necesidad de hacerse independiente. Mientras seguía andando a tientas, se dijo a sí mismo en voz alta, como si escuchar su voz le tranquilizara y le diera el valor que la edad logra: «todos son mitos. No existen los duendes, las hadas, las brujas, la quintrala, el trauco, la pincoya, las pieles vivas, el caleuche, el chamuco, la llorona, el gualicho, el coo, el jichi, el guajojó, el pishtaco, los monstr…». Esto último no alcanzó a pronunciarlo. Se quedó ahogado en su garganta mientras unas gruesas y afiladas garras lo hacían desaparecer bajo la cama.
La llegada
A partir de esa mañana todo cambió. El arribo de esos seres demostró que no se está solo en el universo. Con la misma lentitud con que arribaron sus naves fueron descendiendo de ellas. Sus metálicos trajes reflejaban la luz del sol de manera cegadora. Con calma y en un andar casi hipnótico se agruparon en una formación extraña. Como uno solo fueron avanzando, un paso a la vez. Los maravillados vecinos del lugar, atraídos por aquel espectáculo sin precedentes, se fueron congregando alrededor de los recién llegados. Sin previo aviso y al unísono, los seres levantaron lo que parecía una extensión de sus brazos, dirigiéndolas a todos los presentes que se arremolinaban frente a ellos. Tras un poderoso estruendo, los más cercanos empezaron a caer sin vida. Aquel sinsentido provocó desconcierto al principio y pánico después. Todos comenzaron a correr para escapar del ataque, pero solo unos cuantos malheridos lo lograron. De una boca llena de dientes negros y amarillos, salieron unos ruidos ininteligibles. Los sobrevivientes, de entender el extraño dialecto, habrían escuchado: «¡Capitán, ya puede avisar al señor Cortés que está despejado y puede venir a tomar posesión a nombre de la corona!»
El ritual del bohemio
Como todos los viernes se encuentran en la esquina de siempre Maiel, Dolf y Marcus. Como todos los viernes se saludan en silencio tras sacudirse el polvo del día. Como todos los viernes caminan con paso lento hasta el local de bebidas espirituosas y entran en él. Como todos los viernes miran y admiran los vinos y licores que hay en los estantes, tomando aquí y allá, atraídos por los colores de las etiquetas o de las botellas, acercando a veces la nariz como queriendo alcanzar un recuerdo al olfatear. Como todos los viernes concuerdan en su elección y salen con el mismo paso lento hacia el parque que les ha servido de mesa, mantel y servilleta por mucho tiempo. Como todos los viernes celebran a Baco con la solemnidad que este tipo de prácticas requiere. Como todos los viernes, cercano al amanecer, regresan en silencio a llenar sus frías tumbas, a contar las horas que faltan antes de levantarse la siguiente semana.
Ficha del autor
Marco Tulio Bustos Gutiérrez. Economista. Académico en la Universidad Católica de Temuco. Sus investigaciones se han publicado en revistas científicas como Via Inveniendi et Ludicandi y Reforma y Democracia. Mención Honorífica en 2018 con el cuento «La llegada» y Segundo lugar en 2019 del Concurso de Cuento Breve ¿Te cuento? con «El apagón».