Selene Ángeles Díaz
Crecer frente a la jacaranda: observar sus raíces, admirar su tronco erguido y todas sus bifurcaciones. Alzar la vista y nombrar. Nombrar a todas ellas que han extendido sus ramas hasta florecer. En Una jacaranda en medio del patio Zel Cabrera reencarna a las mujeres de su familia para identificarse y conformar una fotografía familiar para hablar de ellas.
Zel Cabrera (Guerrero, 1988) ha sido becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Programa de Jóvenes Creadores del fonca. Obtuvo el Premio Estatal de Poesía Joven en 2013 y el Premio Nacional de Poesía Tijuana en 2018 (este último con La arista que no se toca). Ha publicado, además, Naufragios y Troya sobre una muralla.
Una jacaranda en medio del patio es un poemario en verso conformado por siete capítulos. En ellos la autora habla de diferentes mujeres de su familia, al tiempo que toca temas relevantes en sus vidas: amor, valentía, costumbres, muerte, matrimonio, viudez, complicidad y hasta rebeldía. Más que poemas sueltos en una unidad, cuenta una historia a través de sus experiencias, dichos y decisiones.
En el apartado “Falsa memoria” la autora inicia con sus motivos: decide darle sus nombres al pasado, conformando su identidad y la de su familia. Este árbol de flores violetas fue un regalo que su bisabuela dio a todas sus hijas con una intención: hacer surgir su destino desde esa raíz.
La poeta hila la historia de su abuela, dulce como pasita; habla de la tía Oralia y su recuerdo trágico; son carretes de vida y sangre que ruedan hasta los días de Zel. Uno de mis poemas favoritos aquí es “Huir para que no me alcance la muerte”. Expone la fortaleza de una mujer para reconocer la violencia en una relación y decidir no quedarse. Es tan estremecedor como la palabra puta y tan contundente como decidir estar viva.
En “Singer” conocemos a la abuela Polocha, quien cosía, luchaba y repartía bondad por medio de su máquina; evocamos la costumbre de la muerte a través del olor a copal y el coro de rezos en el festín luctuoso de un novenario. Y reconocemos también —en nuestras vidas— a esa abuela Sinforosa que se lleva el respeto y cariño de toda su gente.
Para muchas mujeres, “El amor no crece en tierra muerta”. Es el caso de la tía Beni y la tía Elena, que se quedaron viudas y decidieron no volver a casarse, pero también el de la tía Vicenta, soltera por decisión, para no desperdiciar el amor en hombres violentos como su padre: “Si para eso me voy a casar, / mejor no me caso”.
“Herencias” es un apartado tal vez más personal, pues refleja esa complicada relación madre-hija debido a las diferencias de pensamiento. A la primera le importan el aspecto, la actitud y cumplir con ciertos roles; la otra quiere rebelarse, no obedecer patrones e incluso atreverse a estar triste. En algún punto encuentran un bello balance gracias a los frutos de crecer y madurar. Aquí, en “Mi madre teje una bufanda” aprendemos de la imperturbabilidad del amor a través de detalles sinceros que arropan y nunca pasan de moda.
En “Primas” aborda temas como el embarazo antes del matrimonio y la deshonra que esto sigue representando en familias que creen en la “pureza” de los vestidos blancos ante el altar. Habla de los esposos infieles y denuncia a la prima casada por conveniencia. También, reconocemos la valentía de esa prima intrépida que no encaja en el estereotipo, se sabe diferente y hace de ello su fortaleza.
Al final, bajo la jacaranda heredada, Zel Cabrera repara en su árbol genealógico y las observa en “Un lugar propio”: abuela, tías, primas. Todas ellas componen su historia, su dolor y su fuerza, el tronco de esa jacaranda que ha crecido tanto y ha marcado su vida.
En este libro, la poeta utiliza un lenguaje cotidiano para crear versos sinceros, regando certezas en nuestro jardín. Reconstruye de forma conmovedora las vidas de las mujeres que importan y de las que necesitamos escuchar. Así como Zel se reconoce en ellas, así nosotras también en su historia familiar, en sus palabras. Es bellísimo cómo la poesía crea mundos muy únicos y al mismo tiempo compartidos, justo como la sombra de la jacaranda plantada por Zel y puesta en medio del patio al que nos invita: Aquí empieza la vida.