Escribir desde el dolor. Entrevista a Diana del Ángel sobre Procesos de la noche
Jorge Luis Mendívil
Procesos de la noche (2017), de Diana del Ángel, narra la historia de Julio César Mondragón Fontes, estudiante normalista cuyo cuerpo asesinado y con signos de tortura fue encontrado en una de las calles de Iguala, Guerrero, el 27 de septiembre de 2014, un día después de la desaparición de los 43. Además de lo trágico del suceso, la necropsia y la inhumación del cuerpo del joven se llevan a cabo con muchas irregularidades. En consecuencia, Marisa Mendoza, la viuda de Julio, y la familia Mondragón (acompañadas por personas como Sayuri Herrera, la abogada a cargo del caso de Julio, o la propia Diana del Ángel) inician los procedimientos para la exhumación y, de esta manera, aclarar la causa de la muerte del estudiante normalista. Desde aquí surge la historia que se narra en las crónicas.
Durante los dos años, aproximadamente, que dura ese proceso, los protagonistas de este relato se enfrentan tanto a la situación económica precaria y al desamparo indignante del Estado, como a la laberíntica burocracia mexicana que parece esforzarse en obstaculizar todos los trámites posibles. A las narraciones que describen los procedimientos para la exhumación se intercalan testimonios (todos titulados Rostro) de personas cercanas al joven normalista «en un intento por “reconstruir” el rostro de Julio César Mondragón», comenta Elena Poniatowska en el prólogo.
Si bien ahora el nombre de Julio está ligado, inevitablemente, a palabras como desollado, víctima y tortura, su historia, nos dice la autora, también encarna la palabra resistencia. Por ello, los invito a leer esta entrevista, pero, principalmente, a acercarse a esos procesos de la noche que son, entre otras cosas, una forma de salir de la parálisis que causa el México en el que nos tocó vivir, y empezar a articular un lenguaje en comunión con las víctimas que el narco y del Estado ha dejado.
¿La decisión de escribir sobre la historia de Julio fue un proceso gradual o de un momento a otro?
Fue un poco gradual. Cuando a mí Sayuri Herrera me invitó el primer día, ese 2 de noviembre, yo iba con la idea solo de acompañarla porque es mi amiga, y bueno, por todo lo que implica Ayotzinapa, me movió muchísimo. Cuando estuve ahí, los tíos de Julio me decían: «¿Por qué no escribes un poema?». Ya después decidí escribir la crónica de «Tres ofrendas», la primera del libro. No pensé que iba a escribir otra. Cuando íbamos a las dirigencias, noté que había todo un vacío alrededor de Julio porque la necesidad de encontrar a los 43 llamaba toda la atención, ya que era urgente. Por otro lado, había (o hay, no sé) un miedo de que quizá eso que le hicieron a Julio le hubieran hecho a los otros 43. Entonces, esas fueron algunas de las razones por las que creo que en un primer momento no hubo atención de los medios hacia el caso de Julio. Yo empecé a escribir esas crónicas con la intención de recuperar esa historia para gente que no estaba ahí. Por ejemplo, tenía dos amigas: Marina Azahua, también escritora, que en Retrato involuntario habla sobre la relación entre fotografía y violencia; estaba en Columbia y cuando leyó las crónicas me escribió para agradecerme, me dijo: «Yo quisiera estar ahí pero no puedo. Tú texto me está poniendo al tanto». Entonces me dije que esto tiene un sentido para otras personas, no solo para mí. Ahí fue cuando tomé conciencia. Uno solo tiene la decisión de qué va a hacer frente a la situación en la que ya te tocó estar. Yo decidí comprometerme con la historia de Julio, con la historia de su familia, con Marisa, con Melisa. Así fue.
En este acercamiento a la familia de Julio, ¿hubo alguna especie de desconfianza en algún momento de ellos hacia ti o te pusieron a prueba de alguna forma para ganarte su confianza?
No. Yo conozco a mucha gente desde la prepa, desde que era activista. Ellos también son activistas y, con el paso de los años, han continuado con la actividad política en distintos espacios. Hay dos compañeros a los que yo conocía desde la prepa, militaban en Morena. Cuando el tío de Julio, don Cuitláhuac, también normalista, se acercó a otra maestra que también era de Morena, le dijo que no sabían qué estaba pasando y le pidió ayuda. Entonces ella contactó a estos dos chicos, y ellos, a su vez, contactaron a la familia de Julio con Sayuri. Fue como una red de apoyo que se conformó en ese momento. De alguna manera, como ellos ya confiaban en estas dos personas, fue mucho más fácil para mí como para otros compañeros, que nos tuvieran confianza desde un principio.
Supongo que en el proceso de escritura del libro tuviste que rechazar información o algunos datos, pero me interesa sobre todo si te autocensuraste de alguna forma por posibles repercusiones legales o incluso extralegales.
Sí, obviamente tuve que sacar algunas cosas. Después, cuando hablo sobre el libro, me acuerdo de algo y caigo en cuenta de que eso no está ahí porque lo saqué. A veces son anécdotas, idas a Iguala, donde lo único que hacíamos era estar sentadas, esperando a que nos atendieran. Eso no era atractivo narrativamente hablando. Hubo una anécdota muy «chistosa» sobre cuando se voló el techo del juzgado y se mojó todo lo que tenían que ya tampoco incluí porque quedaba fuera de las fechas que comprendían la crónica. A veces, la negligencia de los funcionarios está ligada a las condiciones precarias laborales que tienen. Lo que sucedió esa vez fue que hubo un huracán en Guerrero. El juzgado no tiene techo de concreto, sino de lámina, y se voló. Fue un fin de semana, un viernes; siguió lloviendo, nadie fue a trabajar ni el sábado ni el domingo. El lunes ya estaba todo mojado: los expedientes, las computadoras, la oficina del juez, en fin. Recuerdo que cuando fuimos, le dijimos a uno de los trabajadores que qué mal que se les había inundado todo, pero bueno, a lo mejor así ya les cambiaban las computadoras (todavía usan computadoras con pantallas de bulbo). Entonces él, se llamaba Alejandro, nos dijo: «No, licenciada, nos dijeron que las sacáramos al sol para que se secaran y las prendiéramos». Le pregunté si habían prendido y me dijo que sí, solamente tenían algunas rayas las pantallas. O sea, habían quedado dañadas, pero como sí prendieron no se las iban a cambiar. En cuanto a cuestiones con datos legales, sí hay cosas que no puse, y dudé mucho de hacerlo. Por ejemplo, el informe de la telefonía de celular que nos dieron, o sea todo el informe detallado de los datos del teléfono de Julio. Es impresionante porque lo tienen todo: cada minuto saben si estás usando datos, si estás hablando por teléfono, si entraste a WhatsApp, a internet, todo. Sayuri hizo las gestiones para que esa información le fuera dada a la familia y ella, como abogada, tenía acceso a él. Yo en algún momento me pregunté si era importante. Ese informe abarca desde la mañana del 26 de septiembre hasta abril del 2015, cuando se dejó de usar. Era un documento importante, pero si yo hubiera hablado de eso, habría afectado el caso, eso me lo dijo Sayuri muy claramente, por eso nunca hablé de ello. También hay partes del informe forense que no están detalladas. Eso no tanto por afectaciones legales que pudiera tener el caso, sino también porque ahí los peritos describen muy claramente cómo son afectados los órganos internos. En algún momento pensé en poner todo, pero ya no lo puse porque uno de los riesgos cuando se escribe sobre violencia es hacer pornografía de la violencia, esto lo escuché de Lydiett Carrión. Por ello no puse los detalles, no quería caer en eso.
Cuando leí Procesos de la noche me recordó muchísimo los textos que conforman Dolerse, de Cristina Rivera Garza, sobre todo cuando Cristina aborda el concepto de horror, esta fuerza que nos deja en una parálisis y un mutismo absoluto. Sin embargo, también habla de cómo a partir del lenguaje de las víctimas podemos salir, gradualmente, de este estado de espanto y lograr articular un lenguaje, el lenguaje del dolor. Creo que tu libro así funciona, no sé de qué forma lo veas tú…
Esos textos de Cristina Rivera Garza son muy importantes. Una idea similar está en este prólogo que hizo en Entre las cenizas, de Periodistas de a pie, que es el comienzo de esa otra forma de narrar el horror de esta guerra de baja intensidad que vivimos. Claro que comparto esta idea tanto de ella como de las Periodistas de a pie, de cómo narrar estos hechos tan traumáticos. Yo lo pienso mucho desde mi experiencia personal, de los eventos traumáticos que he tenido en mi vida. La única manera para avanzar es justamente a partir de nombrarlos. Creo mucho en que cuando vives un evento traumático y doloroso en tu vida personal, mucho de ese trauma y de ese dolor se expresa en un silencio, que es un silencio angustiante por no poder contar aquello que pasó. La sanación, o el proceso de cura, viene desde que ya lo puedes contar, desde que puedes elegir una serie de hechos para articular una historia desde la que te vas a narrar. Después te narras de una manera distinta, no es que siempre te vas a narrar como la víctima o desde el dolor. Es importante comenzar con ese proceso de sanación desde contar una historia. Eso lo veo mucho con una disciplina que se llama «prácticas narrativas», que es una corriente en psicología bastante novedosa acá en México. Es bastante útil porque se puede trabajar tanto con individuos como con comunidades, es muy bonita. Aprendí mucho del Colectivo de Prácticas Narrativas. Precisamente, enseña cómo a veces nos contamos desde los discursos del poder que nos sitúan en un lugar, y cómo desarticular esos discursos. Es importante comenzar a nombrarnos todos, como sociedad. Porque el hecho de que puedas leer las crónicas de Entre las cenizas te ayuda a nombrar eso que está pasando; primero a conocer, pero también saber que es posible contarlo no desde la nota roja, no desde la pornografía de la violencia, sino desde la dignidad de las víctimas que a pesar de vivir esa situación se organizan, son capaces de acompañarse, dejarse acompañar; son capaces de cuidar, y yo creo que eso es muy importante. Desde ahí podemos todos como sociedad imaginar una historia diferente. Cuando leo y hablo del libro, lo que pienso es que de aquí venimos: de ese dolor, de esta falta de empatía, de esta violencia, de esta crueldad, pero lo importante es hacia dónde vamos. Yo espero que Ayotzinapa no sea como el 68, que pasen cincuenta años sin que haya un procesado, sin que haya justicia, sin que sepamos en dónde están. No podemos permitirnos eso.
En este mismo libro de Dolerse, Cristina, citando a Edmond Jabès, dice que el asunto no es de si se trata o no de hacer poesía en un estado de horror, sino que debe hacerse poesía de otra manera, ¿tú crees que se está dando esa otra manera en el caso del horror en México?
Yo creo que sí hay esfuerzos muy claros, que pueden ser pequeños en comparación con esta narcoliteratura, por ejemplo, que sí abunda muchísimo, pero sí hay otras escrituras que se están generando y se están planteando hacer o construir otros mundos posibles. O sea, la escritura en realidad para mí es muy importante, y bueno, para los que estamos en este mundo, la palabra es fundamental, central en nuestras vidas, pero lo cierto es que para la mayoría de la gente no. Entonces digamos que es un esfuerzo de la escritura por construir algo dentro de la sociedad, como una contranarrativa de la violencia; de estas narrativas que están en las series de Narcos (que ahora ya incluyó el capítulo de México) y que para mucha gente son el referente. No digas tú que se van a Wikipedia, se quedan con lo que aparece ahí. Eso es gravísimo porque ahí sí puedes encontrar una apología de la violencia o puedes pensar «qué chido era ser el Jefe de jefes», en fin. Pero en ese sentido, hay un grupo de gente que no está conectado entre sí necesariamente, pero están construyendo una contranarrativa de esto que estamos viviendo.
Para terminar, ¿en qué estás trabajando actualmente?
En relación a la violencia, o más vinculado a la crónica, estoy trabajando con una serie de testimonios de chicas que denunciaron violación. Son dos historias de violadores seriales en la Ciudad de México. Lo que estoy trabajando es cómo vivieron ese proceso de denuncia. Espero que pueda publicarse pronto en artículos, no estoy pensando que sea un libro. En eso estoy ahorita.
Ficha de la autora
Diana del Ángel (1982). Doctora en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ha escrito los libros Vasija (2012), Procesos de la noche (2017) y Barranca (2018). Además, ha publicado en revistas como Círculo de poesía, Este País y Tierra Adentro. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas (2010 – 2012) y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (2014). También obtuvo la Primera Residencia de Creación Literaria Ventura + Almadía (2017), gracias a la cual pudo escribir Procesos de la noche.