Memoria hepática
A los diez años viví en el hígado.
Mi casa visceral me situaba
en un comedor de madera
con sillas completas y una rota.
Ese era mi asiento. Mamá
era la coordenada que buscaba
sacarme del exilio de la memoria viral.
A los diez años viví desde el hígado
cebado con higos antivirales.
Mil quinientos gramos rojos inflamados
comían exceso de dulces, juegos
y tareas escolares. Resultado:
color amarillo en ojos y piel,
insuficiencia y resistencia a la carne.
A los diez años, el hígado
secuestrado. Aquí adentro
ya era afuera. El hogar que me cubrió
en un plato servido por mamá.
Desde los diez años, no me gusta el hígado.
En defensa del piojo
Juegas en la blandura del jardín
con diminutas garras gatunas.
Trepas árboles foliculosos,
te aferras,
ardilla,
cuerpo de goma,
osito tardígrado,
topo escondido en pubis
y en púas del césped del peine.
Habitas la cabeza o descamas la piel.
Tú, neurona espejo
abrazas el mismo color
de la mazorca humana.
Ascendías
de la barba del suizo para jefe;
eres
ofrenda para Moctezuma.
Tú, que vives y reinas
en las momias sudamericanas
y por los siglos de los siglos
glorias.
Venus
No tengo nada
sólo tentáculos internos
que conducen el mismo amniótico
donde dormí de pequeña.
En los tentáculos,
un planeta venusiano
libera semillas de granada.
Viajan, se expulsan por dos lunas menguantes,
mis ventosas.
Huevecillos de araña
en mis ovarios.
Brotan,
clavan sus dientes
y es el síndrome
el dolor
la razón utérica-histérica de mi ciclo.
Es el gusano
mordiendo y nadando en el lodo de mi matriz,
es Venus y Mercurio gritando
la proximidad al Sol
y los quistes en llamas.
Es la leche que no gesta.
Sarah Silva. (Culiacán, 1997). Poeta, licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas. En 2019 realizó un verano científico en la Universidad Autónoma de Nuevo León en la Facultad de Filosofía y Letras. Ha trabajado en el Museo Materia y en el Centro de Ciencias de Sinaloa. Ha asistido a talleres de actuación y de poesía, y ha estudiado inglés, japonés y portugués.
Arte de María vez.