Sobre el autismo de la escritora Aurora Venturini.
“Quería un mundo a la manera de mi imaginación creadora y terminé duramente castigada”. En apariencia dramática y algo cándida, esta aseveración de Aurora Venturini cobra un sentido turbador para el lector que incursiona en su literatura que, leída en pleno 2023, a unos 60 años de empezar a escribirse y ser repudiada, continúa rebasándonos. La razón de su silenciamiento, que más se siente asfixia, porque no se me ocurre otra explicación para su más que tardío reconocimiento, tiene relación no solo con su peculiarísimo estilo narrativo, también con sus temas y la nula sutileza con que los aborda, lo cual, y he ahí lo más extraordinario, no resta a su prosa cierta cargante elegancia que colinda con la poesía, hasta en sus más álgidos picos de crueldad y brutalidad. “Enfermiza genialidad”, la definió Enrique Vila Matas. Lo que ella denomina “imaginación”, por otra parte, conforma una promiscua fusión con sus experiencias reales, tanto personales y familiares, como en su calidad de psicóloga en la Dirección de Minoridad, donde llegó a presenciar casos aberrantes, virtualmente inenarrables, de abusos contra menores y discapacitados y que, me atrevo a sugerir, la tan aludida le permitió volver más digeribles… para ella, no tanto para el lector. Sus comentaristas, no exactamente críticos (no advierto una crítica real en torno a esta obra singular y, por lo general, malinterpretada) han optado por definir a su literatura y a su persona como “extravagantes”.
Presentemos, pues, a la impresentable, Aurora Venturini Melo, nacida en La Plata el 20 de diciembre de 1921, “esposa del historiador y escritor Fermín Chávez”, introducción de Wikipedia, que, a continuación, alude al segundo aspecto considerado más destacable en la vida de esta mujer: su amistad con Eva Perón, cosa en la que cabría ahondar con mayor precisión. Estamos ante el caso más extremo de injusticia literaria con el que recuerdo haberme topado. Lo que atenúa su ruindad y la trastoca en obra maestra de las malas bromas, es, precisamente, el humor con que ella se la tragó, cuando, cumplidos los 85 años, tras 73 de autogestionarse sus publicaciones, “porque no me gusta pedirle nada a nadie”, y las editoriales no parecían dispuestas a aventurarse con semejante material, recibió vía telefónica la noticia que llevaba toda una vida esperando:
“Señora Venturini, hacemos de su conocimiento que su novela Las Primas ha sido declarada ganadora unánime del premio Nueva Novela del diario Página/12.
La respuesta, en medio de un resoplido de resignación, sería la primera de un millar de declaraciones insólitas de esta naciente leyenda de las letras argentinas:
– ¡Vaya!¡Por fin un jurado honesto!
El Jurado Honesto que, por cierto, enloqueció leyendo esta novela que les pareció, o una broma erudita de César Aira, o surgida del cerebro de un planeta equivocado, estuvo conformado, entre otros, por Mariana Enríquez, Alan Pauls, Rodrigo Fresán y quien, a través de una espontánea determinación de Aurora, habría de convertirse, primero, en su agente literaria (sin serlo profesionalmente), luego, en su albacea, yata, y que ella ha calificado como “aterradora”. No es para menos. Hay un tufillo sobrenatural en la relación de los jurados con aquel manuscrito “maldito”, desde el instante en que lo recibieron, como procedente de un no-tiempo y un no-lugar; un ejemplar cosido, mecanografiado, plagado de tachaduras y papelillos sobrepuestos con enmendaduras, cuyo contenido era revelador en múltiples sentidos. Nadie se había atrevido a ser tan arriesgas da, tan brutal, tan políticamente incorrecta (para su época, pero, más enfáticamente, para esta). La sola concesión del premio a una novela tan fuera de lo convencional, representaba un riesgo hasta para la reputación de los involucrados… pero más pudo el amor hacia dicha obra, y la oportunidad de hacerle justicia a una autora sistemáticamente desdeñada.
Cuando el seudónimo Beatrice Portinari, como la amada de Dante, genuino sarcasmo en relación con el contenido de tal obra, abandonó el sobre identitario, Viola puso manos a la obra para rastrear en Google a la misteriosa Aurora Venturini, y todo cuanto apareció fue la fotografía movida de una mujer que unos 80 años, de mirada ausente y media sonrisa sarcástica. La segunda sorpresa vendría el día con la ceremonia de entrega del premio, ante la aparición de una señora alta y espigadísima, con la cabellera teñida de un borgoña intenso, “punk”, a decir de Mariana Enríquez. Durante la recepción del premio, Aurora revelaría en su discurso un detalle que erizaría los vellos de los presentes, pero, hasta donde sé, no induciría a ninguno a preguntarse qué diablos intentaba decir con esto:
“Las primas soy yo. La familia del libro es mi familia. Mi familia es muy monstruosa. Mis hermanas eran retardadas y yo también. Es todo lo que conozco. Y yo no soy muy común. Soy una entidad rara que solo quiere escribir.”
En Aurora Venturini, la maldita, Una larga conversación (Lugar Editorial, Buenos Aires, 2016) que recoge conversaciones entre la autora y dos periodistas, José Tcherkaski y María José Seoane, interrumpido tras el súbito fallecimiento de la autora el 24 de noviembre de 2015, alude a aquella escandalosa declaración pero sin profundizar demasiado, quizá a falta de una petición expresa de sus entrevistadores para hacerlo… ¿por timidez? ¿por respeto rayano en la reverencia?… ¿Por incredulidad?
“…y cuando era chica tampoco me gustaba estar con gente. En los bailes de graduación yo nunca iba a las galas (…).
“Yo soy una superdotada. Siempre lo fui. Pero para caminar siempre fui torpe (…) No puedo abrir un frasco. No puedo levantar esto. Es discapacidad. Pero mentalmente te resuelvo cualquier operación matemática (…) veo las cifras.
Otras claves localizadas en sus libros:
“(…) y ya elegí un sitio (en el Inferno de Dante) y es el tercer recinto del noveno círculo donde el poeta derivó a los solitarios que en cierto modo son traidores a los amigos y huéspedes y aunque nunca traicioné igual prefiero estar allí con mis telas que con la gente. (Las amigas, Tusquets, México, p. 69)
“(…) un minusválido aparentemente normal como yo deja de serlo en situaciones extremas (…)” (las cursivas son mías) (Las amigas, p. 123)
“Nunca fui a una fiesta ni a un baile, en cuanto al cine, iba cuando estaba segura de que la película valía la pena. En los turnos de diciembre y marzo ya me catalogaron “monstruo” (Nosotros, los Caserta, Tusquets, Buenos Aires, 2021, p. 114)
La impresión que me queda es que el tema de la amistad de Aurora con Evita Perón, así como la no tan descabellada creencia de la propia autora de que este vínculo fue en buena medida responsable de que se le ignorara como escritora en su juventud, eclipsa cualquier otro tema, no solo en esta, sino en todas las entrevistas concedidas en vida. Las primas, oficialmente su primera novela, dista, años luz, de serlo. Fue una escritora bastante precoz que publicó sus primeros poemas a los 17 años, y a los 22 financió su primer poemario, Versos del recuerdo. Su real primera novela es Pogrom del cabecita negra, cuya edición primigenia se remonta a 1969, en una recóndita editorial Colombo, una imprenta en realidad. Ergo: otra publicación autofinanciada que, sin embargo, fue distinguida con el Premio Municipal R. Scalabrini Ortiz, de La Plata. Recientemente se le reeditó junto a Eva, Alfa y Omega en editorial Tusquets (2022), completamente distinta a Las primas, pero, asimismo, implacable, magníficamente escrita, y que corresponde a su etapa como psicóloga de adolescentes problemáticos.
Las primas (Tusquets, México, 2021) presenta irrefutables rasgos autobiográficos. Su protagonista, Yuna Riglos, guarda infinitos paralelismos con su autora, excepto que, en vez de escritora, es pintora; una empeñada en escribir su historia. Una, asimismo, muy precoz, convertida en celebridad en plena adolescencia, aparente disparidad entre protagonista y autora. Aurora, reiteramos, no conoció el verdadero éxito hasta edad provecta, pero alcanzó independencia económica a los 19 años, en una época en que no era común que una chica de esa edad alquilara un departamento y se sostuviera sola impartiendo clases de filosofía, aunque más tarde se inclinaría por la que sería su más importante vocación: la psicología. Si nos atenemos a lo expuesto en una novela muy posterior, Nosotros, los Caserta, publicada por primera vez en 2011, más autobiográfica aún, Aurora, Chela acá, gana un importante premio de novela a los doce años.
De vuelta a Las primas, La familia López, verdadero apellido de Yuna a quien su profesor de arte y descubridor, José Camaleón, le sugiere cambiar por “Riglos” (que, por cierto, figura en el árbol genealógico de la autora), está conformada por seres anómalos, en uno u otros sentidos. Por lo que respecta a las “taras”, tenemos a la propia Yuna, que jamás pone nombre a su patología, tampoco a la de Betina, su hermana menor, cuya condición se advierte bastante más crítica. Al describir su proceso de desarrollo, hasta llegar al deslumbramiento de su facilidad para el dibujo y su atracción por el arte en general, va soltando piececitas que podrían permitirnos aventurar un diagnóstico, tanto en su caso como en el de Betina, que, a juzgar por su necesidad de valerse de una silla de ruedas, la deformidad de sus miembros, su lenguaje escaso que nadie comprende, o a nadie le importa comprender, podría tratarse de una parálisis cerebral, afección para la que, en la década de los 40, en la que transcurre esta historia, no existían ni tratamiento ni expectativa de mejoría. Yuna, por su parte, adolece de una minusvalía “extraordinaria” que la lleva, primeramente, a obsesionarse por el dibujo y, en adelante, evolucionar inexorablemente su técnica de forma más bien autodidacta, no obstante, el seguimiento de Camaleón, mucho más de tipo moral y, a posteriori, en calidad de representante artístico más que como mentor. Este detalle, así como una serie de obsesiones, fobias y, muy en particular, su graciosa tendencia a asumir con literalidad dichos, bromas y aseveraciones, me lleva a ponerle nombre a su “minusvalía”: Yuna se encuentra dentro del espectro autista, más aún, considero factible sugerir que tiene autismo de alto rendimiento, incluso lo que, mediática y popularmente, sigue designándose como Síndrome de Asperger.
Su llamativa relación con las palabras y con la puntuación, que no es exclusiva de Yuna, su capacidad de verlas… de colorearlas, redondearlas, adelgazarlas, estirarlas, incluso definirlas como hace con los personajes de su entorno, en términos morbosos, no es, en definitiva, algo que pueda ni quiera hacer cualquiera que trabaje con ellas, por profesionalmente que lo hagan, pues establecen con ellas un vínculo generalmente impersonal y utilitario que solo cobra relevancia hasta conformar un discurso:
(…) Ya dije que por dentro de mi psiquis había detalles y formas, que era muy distinta a la boba de afuera que hablaba sin punto ni coma porque sí ponía punto y coma perdía la palabra hablada. A veces ponía punto o coma para respirar pero me convenía comunicarme de vida voz rápidamente para que me entendieran y evitar lagunas silenciosas que descubrían mi incapacidad de comunicación verbal porque al escucharme a mí misma me confundían los ruidos de adentro de la cabeza y el sibilante fluir de la palabra y quedaba boquiabierta pensando que existían palabras gordas y palabras flacas, palabras negras y blancas, palabras locas y criteriosas, palabras que dormían en los diccionarios y que nadie usaba (…) (Las primas, Tusquets, México, 2021, p. 60)
¡Voy más allá!: Aurora Venturini se le parece demasiado, lo necesario para adjudicarle el mismo diagnóstico. Máxime si nos atenemos a que la Chela de Nosotros, los Caserta, que reconoce autobiográfica, exhibe rarezas que, igual, encajan en el espectro. En Las amigas, que, estrictamente hablando, no es una secuela de Las primas, pero recupera al personaje de Yuna en la edad madura, entre los 53 y los 80 años, se acentúan estos rasgos, llamémosles “autistas”, acaso porque, a diferencia de su tierna juventud, nuestra protagonista ya no se siente obligada a recurrir al diccionario, casi un personaje más de Las primas, por lo que su discurso resulta más acorde con su aparente anormalidad que prefiero nombrar complejidad. La descripción física de Yuna, por cierto, es muy similar a la de Aurora, alta y en extremo delgada. Come solo para no morirse (no confundir con anorexia: Yuna es un tanto abúlica, para la comida, más para el sexo). Puedo imaginar a una Aurora joven, copiando, como Yuna, el estilo de la chica con la corbata en ondulado arabesco negro de Modigliani, que guarda a su vez cierta semejanza con la propia autora, la misma melenita corta y la alargada ausencia plasmada en una expresión donde el carmín semi negro de los labios resalta casi como una broma. Yuna se prefigura un poco en la pintora Luisa Láinez, personaje de un relato muy anterior titulado justamente “Luisa Láinez”, incluido en El marido de mi madrastra (Tusquets, Buenos Aires, 2021), aunque en este la protagonista es observada y analizada por una psicóloga en la que es factible reconocer a la propia Aurora, cuya relación con la comida y el sexo nos remite, irónicamente, a Yuna: “(…) Ya entrado el crepúsculo, ella (Luisa) cenaba y yo comía algo liviano, Mi afección hepática permite que llegue hasta ahí nomás, en cuanto a ingestiones gastronómicas; siempre quedé esquelética. Y no por anorexia.”
Como Aurora, Yuna es hija de una profesora, madre “que carga olvidos y monstruos”, aunque en sus entrevistas la autora no sugiere que su progenitora se haya conducido con la espantosa crueldad de la de Yuna, si acaso algo incomprensiva y escéptica respecto al genio de su hija rarita. Por si las rarezas de Yuna y Betina no bastaran, tenemos a las primas: Petra, “la liliputiense”, denominada así por su enanismo, y su hermana Carina, que sufre cierto retraso cognitivo, sin llegar a retardada (aunque se le califique como tal) pero, además, tiene seis dedos en cada mano. Petra es muy lista, endemoniadamente lista, aunque opte por darle un muy mal uso a esa aptitud, aunándola a su trastorno genético al que saca provecho a través de una modalidad de prostitución, la cual ira in crescendo. Las taras morales, en este caso, están representadas por Petra, pero también por la despiadada madre de Yuna y la hipócrita tía Nené, que llega al extremo de llevar a una especie de matadero a Carina, cuando esta resulta embarazada tras un abuso sexual (evento que habrá de repetirse con otras mujeres de esta familia), donde le es practicado un aborto que le cuesta la vida. La postura antiabortista de Aurora, que podría brindarnos una pista de su ideología política (mil veces ha dicho que se considera peronista, pero para nada kirchnerista, aunque la gente, los argentinos mismos, tienden en asociar lo uno con lo otro) sale a relucir no solo aquí, sino en varios de sus relatos, incluso en Las primas, aunque se manifieste como una incomodidad moral y no con un propósito proselitista. El virtual asesinato de Carina y su bebé (porque para Yuna era su sobrino; un ser humano), volverá cómplices a Yuna y a Petra, pese a ser tan radicalmente opuestas, resueltas a vengar estas muertes…aunque, por supuesto, la aviesa Petra llegará mucho más lejos. Yuna puede ser cruel, más por falta de tacto, por ansiedad, por no medirse con el lenguaje y manifestar con literalidad lo que siente y lo que piensa, pero no es un ser falto de empatía, por el contrario, sus súbitas muestras de bondad llegan a resultar muy conmovedoras, y las tiene incluso, y sobre todo, con Betina, a quien inicialmente afirma detestar y hacia cuya discapacidad se refiere sin misericordia, aunque a la larga termine decorando la silla en que se desplaza con motivos nupciales, cuando arregla un matrimonio entre esta y el hombre que abusa de ella, violando la confianza de la propia Yuna. De ninguna manera permitirá otro aborto en su familia.
Las coincidencias entre Aurora y Yuna se tornan mucho más evidentes en la madurez de esta, quien se nos presenta como una mujer, por así decir, “de mundo”, en Las amigas. Como Aurora, Yuna ha pasado buena parte de su vida en París. Los personajes reales conocidos por una lo son también por otra, como por ejemplo Alejandra Pizarnik que se desliza aquí como un personaje tácito. Lo que incita a Yuna a repasar su experiencia con una joven Pizarnik, a quien conoció en París, es la llegada de Antonella, que será su encargada de las labores domésticas, una jovencita con pavorosas vivencias, como la del incesto, que pese a su analfabetismo le recuerda mucho, en lo físico y en actitud, a la suicida Alejandra. Yuna lidia también a una antigua amiga, Matilde, asimismo pintora, que luego de ser una celebrada belleza va cobrando patetismo conforme envejece, ante su imposibilidad para estar sin un hombre. Hasta qué punto, me pregunto, Matilde representa a la roommie o colocataire parisina de Aurora, nada menos que Violette Leduc, si bien esta nunca se caracterizó por ser, en sentido estricto, una belleza. Aurora recuerda que todo el tiempo las confundían con hermanas; Violette también alta y delgadísima, aunque “yo era un poco más linda”, Aurora dixit. Tal como juró desde Las primas, Yuna no vuelve a mencionar, salvo de manera muy soslayada, a los personajes de aquella, acaso queriendo hacer borrón y cuenta nueva. Acaso debido a su proverbial literalidad.
Originalmente publicada en 2011, Nosotros, los Caserta es una novela inmediatamente posterior al reconocimiento y de la que existen varias versiones alternativas pues su escritura primaria se remonta a la década de los sesenta y la autora nunca dejó de trabajar en ella. En 2021, Tusquets publica una versión definitiva sobre la que trabajaron Liliana Viola, Paola Lucantis, editora de Tusquets, y María Paula Salerno, a quien Aurora solicitó auxiliarla en su transcripción. Esta novela guarda varios paralelismos con Las primas, si bien la protagonista de ésta, María Micaela Stradolini, “Chela”, tiene tantas diferencias como similitudes con Yuna, siendo más llamativas las últimas. La divergencia más evidente entre ambas es que Yuna se asume “retardada” con un único talento, que es la pintura; incluso, siendo ya profesora de Bellas Artes en la edad madura, continúa aludiendo a su “secreta discapacidad”. Chela, por su parte, es totalmente consciente de su sobredotación, enfocada, en gran medida, en la literatura, diestra asimismo para las matemáticas, lo cual no impide que se autoperciba como un “monstruo”. En ambos casos, las protagonistas provienen de familias plagadas de anomalías genéticas que, en el caso de Chela, se descubre casi hacia el final, provienen del lado paterno, si bien su madre insiste en inculparla por la anormalidad de su tercer hermano, Juan Sebastián, que padece enanismo y retardo mental, pues la última fase de su embarazo coincide con la rubéola que ataca a la hija mayor. Tanto Yuna como Chela tienen hermanos discapacitados, aunque, al contrario de Yuna, Chela termina prodigándole todo su amor al pequeño que sus padres insisten en esconder como una vergüenza y por el que experimentan tanta aversión como por ella, cuya genialidad es tratada como una enfermedad. Una parte de la novela corresponde al informe de una maestra de nombre María Assuri que sigue a la niña en su periplo por un instituto de niñas “normales” y reafirma la conjetura paterna de que es un monstruo. A diferencia de Yuna, testigo silencioso de las aberraciones que se suceden a su alrededor, Chela resulta agresiva en su impericia para socializar y no permite que nadie invada su muy particular mundo, que en principio comparte solo con una lechuza maltrecha de nombre Bartoldo y, posteriormente, con Juan Sebastián y una tortuga enana bautizada Bertha que la acompañará desde la adolescencia hasta entrada la adultez. Por otra parte, mientras que Yuna experimenta aversión al sexo, al grado de mantenerse virgen, Chela se enamora loca y mordelonamente de un hombre casado cuya gran virtud, según ella, es ser normal. Otro interesante paralelismo es que ambas protagonistas se asemejan a “esas mujeres larguiruchas que pintó Modigliani”, si bien Chela opta por un estilo salvaje, muy semejante a la Aurora de los retratos infantiles: morochita mal encarada, agitanada, de largos rizos negros, desvía la mirada del foco, situándola, con toda seguridad, en lo escrito en uno de sus cuadernos San Martín, mientras estruja un exangüe ramito de rosas repintadas.
Estar sin estar
Chela no descansa hasta dar con la aristocrática familia siciliana de la que proviene su padre, intuyendo que encontrará su sitio en este mundo. Conoce entonces a la tía abuela Angelina Caserta, aristócrata enana, suerte de vieja menina, que compensa ese defecto físico con una gran belleza y, en particular, una vivaz inteligencia. Tía y sobrina caen literalmente enamoradas. Por primera vez, Chela sabe lo que es sentirse en casa y bien querida por un consanguíneo.
Es en Nosotros, los Caserta, donde se lee la palabra encriptada para sus críticos y comentaristas:
(…) Me acosté pensando: qué hubiera sido de mí de no ser, en cierta manera autista, qué hubiera sido de mí abarrotada de objetividad sin apertura a la fantasía (…) (p. 195)
Aurora Venturini parte rumbo a Francia tras al golpe de estado contra Juan Domingo Perón, en 1955, en la mira del general golpista Eduardo Lonardi debido a su vínculo amistoso y profesional con la finada esposa del derrocado, quien a su vez se exilió en España. Formaba parte, en su calidad de psicóloga, de la Dirección de Minoridad, que en algún momento dependió de la Fundación Eva Perón, experiencia que definió otra muy importante vocación de tipo social y que se refleja con nitidez en varios de sus relatos. A la legendaria primera dama del peronismo la conocería entre 1946 y 1947, a través de una tal señora Mercante. La hoy legendaria Evita era solo dos años mayor que la futura escritora, por lo que estamos ante una pareja de jóvenes amigas que se embroman y chismean, “nadie me quiso ni me maltrató tanto como Eva Perón -se lee en su crónica novelada Eva, Alfa y Omega– “ (…) Desde “no seas imbécil, estúpida”, hasta “sos una genia”, corría por mi persona joven un chaparrón de palabras y palabrotas, siendo guerrillera del alma, sabía insultar peor que un “carrero borracho de La Boca” (…)” Tanto en entrevistas como en este libro, Aurora ha expuesto su relación plena de claroscuros con Evita Perón con quien, más que camaradería, compartía ideales. Lo más sobresaliente de aquella primera dama elevada, a santa pop, era su interés, casi obsesión por mejorar las condiciones de vida de los más pobres, lo que, según deja traslucir Aurora, era genuino. Su manifiesto desprecio contra las clases altas tenía algo muy personal, en vista del deprecio que ella misma padeció como producto de la relación ilícita entre un generalote y una costurera. La defensa que Aurora hace de Evita es mucho más pasional en las entrevistas que en el libro, donde su propósito parece ser acercarse lo más posible a la verdadera Evita, sin remarcar defectos ni virtudes.
Según nos relata, siempre orgullosa de su hermosa bandera, Aurora terminó por cogerle terror tras verla sobre un pequeño féretro, que no podía ser otro que el de Evita. No más el de la Evita fulgurante de cintura quebradiza y piernas ágiles, sino una escena que quebrantaría la cordura de los presentes. Los restos que el cáncer habían reducido a su mínima expresión fueron además violentados hasta la locura.
Como si no fuera suficiente la pérdida de su amiga y la violación de su cadáver, Aurora se volvió muy identificable para los enemigos del peronismo:
La sombra de Esa Mujer estaba pegada en mi piel, yo era ella, así me leían, así me insultaban: cruzaba la Plaza Moreno y de un grupo de bien vestidos y encorbatados me gritaron: “¡Prostituta como la Eva!”
(…) Quemaron mis libros de poemas en plaza Moreno. Alfredo Calcagno me llamó, buenamente me propuso que negara ser peronista. Le dije que no.”
(Eva, Alga y Omega y Pogrom de cabecita negra, Tusquets, México, 2022, p.113)
Otro aspecto impactante de la literatura de Venturini es el que tomó directamente de su experiencia como psicóloga clínica, cuando trabajó con niños y jóvenes en condiciones más que deplorables. En este tenor, el más pavoroso de sus relatos es “El marido de mi madrastra”, que da título al libro publicado por Tusquets, Argentina, en 2021. Aquí se recrea con minuciosidad casi morbosa, y en primera persona, los espantosos abusos, en particular de índole sexual, sufridos por Máxima Bellini, a manos de sus padres adoptivos, por llamarlos de algún modo. Si bien la circunstancia de Máxima es muchísimo más crítica que la de Yuna, que sólo padeció maltrato psicológico por parte de su madre, hay coincidencias entre ambas, por ejemplo, la presencia de una hermana minusválida, que no sufre el mismo maltrato de la protagonista, quizá por ser hija biológica del matrimonio, así como la visión de un muchacho en bici que les sobresalta el corazón por primera vez. La descripción de este momento epifánico es descrito de manera casi idéntica, tanto en Las primas como en el relato que nos ocupa, lo que podría inducirnos a suponer que se trata de otro episodio autobiográfico. Lo único que diferencia ambos casos, es que Máxima sabe quién es el muchacho y a qué se dedica:
Veía a un muchacho que rondaba cabalgando en su bicicleta; trabajaba de albañil en una obra, y me gustaba (…) Ese muchacho algo mayor que yo traía en su mirada el buen amor (…)” (p.p 88 y 89).
Este es uno de los pocos momentos luminosos de esta pesadilla que, suscribe Aurora en la página final, “refleja un caso que traté como psicóloga en la Dirección de Minoridad, en colaboración con el doctor Béla Székely”. Tras padecer torturas de tipo sexual a través de toda su vida, detallados de manera que resulta imposible no experimentar náuseas con respecto a los padres abusivos -incluso su aspecto físico, envuelto en olores, resulta harto repugnante-, llorar con la sola suposición de que una jovencita se encuentre soportando algo semejante justo en este momento, Máxima ejerce una venganza brutal. Todavía no alcanza la mayoría de edad y su cuerpo se encuentra marcado y disminuido por espantosas enfermedades venéreas transmitidas por el abominable monstruo que se hace llamar “padre” y ejerce en complicidad con la “madre” que, además, participa activamente de las violaciones. Este tipo de cosas que se leen veladamente en la Nota Roja de los diarios, aquí se nos presenta en su más gráfica y absoluta veracidad.
A diferencia del caso de Yuna, no obstante, la propia Máxima aventura un autodiagnóstico a su patología mental:
(…) Si pudiera liberarme, comprendería de dónde he heredado tan extensas amarguras y tan extremas penas, como así también tan espectaculares euforias. Las medianías, las medias tintas, no son mi manera. Estoy hendida de bipolaridad. No soy como los otros. (p. 70)
Tras el inusitado éxito de Las primas, Aurora alcanzó a escribir cuatro libros más, con entusiasmo y lucidez extraordinarios en una octogenaria: Las amigas, El marido de mi madrastra (que incluye relatos publicados en la década de los 60), Los rieles y Eva, Alfa y Omega que, a decir de ella, le fue solicitado por su editor de entonces. En Aurora Venturini, La Maldita, hace un recuento de lo que fue su disciplinada cotidianidad, subordinada a la escritura: “A las 7:00 a.m. me levanto a escribir, tomo algo que me lo sirvo sola porque la enfermera de noche se va a las 5 a.m. Después de desayunar y escribir un poco me acuesto de nuevo. Otras veces a las 10 a.m. viene Mariela y a veces el kinesiólogo que es el marido. Cuando el día es bueno vamos al bosque. Al museo no porque tiene muchas escaleras. Después sigo escribiendo y almuerzo a las 13:30. Me acuesto otro rato. Cada vez que me levanto es para escribir porque otra cosa no hago.
También leo.
Este ensayo forma parte del proyecto Mujeres invisibles del Boom Latinoamericano, apoyado por el Sistema Nacional de Creadores.
EVELINA GIL: Narradora, ensayista y periodista sonorense. Premio Nacional de Periodismo Fernando Benítez 1994 y Premio Nacional de Cuento Efraín Huerta 2006. Autora de los libros El suplicio de Adán, Sueños de Lot Jardines repentinos en el desierto (ensayo, ISC, Concurso Libro Sonorense 2006); La reina baila hasta morir (cuento, Ediciones Sin Nombre, Ediciones Fósforo, México, 2008); Virtus (JUS, México, 2008); La nueva ciudad de las damas (ensayo, Difusión cultural UNAM, 2009); El perrito de Lady Chatterley (cuentos casi completos, Instituto Politécnico Nacional, Col. Poliedro de El Búho, 2009); Sho-shan y la dama oscura (novela, SUMA de Letras, México, 2009); Tinta violeta (novela, SUMA de Letras, México, 2011); Doncella roja (novela, SUMA de Letras, 2013); Réquiem por una muñeca rota, reedición (punto de Lectura, 2013); Evaporadas, las chicas malas de la literatura (ensayo, Nitro press, Instituto Sinaloense de Cultura, 2019); Borrada de Dublín (novela, Camelot, España, 2020), y La cuarta Brontë (novela, Kolaval, España, 2021). Asimismo, ha participado en una veintena de antologías de muy diversos géneros y temas, en español y en inglés. Tiene a su cargo la columna “Biblioteca fantasma” en el suplemento La Jornada Semanal; colabora semanalmente en la revista en línea Crónica Sonora. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte desde 2021.
Arte de Meel Cerecer.