Sobre los tenis por Raquel Cota

 

En los años que ejercí como docente de Educación preescolar, asistir a trabajar con vestimenta y calzado cómodo era una prioridad. Caminar en sesiones maratónicas de ceca en meca tras los infantes, cantar, hacer movimientos rítmicos, saltar o agacharse, acompañarlos a la sesión de educación artística y educación física, a veces salir corriendo de la mano con ellos al baño o ir a buscarlos en el área de juegos. Sin tenis, franca misión imposible.

 En el plantel y salón de clases era una persona: jeans y tenis, playera con logo bordado de la institución, cabello recogido y el típico mandil de jardinera con varias bolsas para guardar como un tesoro, todos los objetos o monedas que los niños coleccionaban. Al salir me transformaba, como la princesa Fiona de Shrek al empezar el día, en una jovial dama con zapatos de plataforma y blusa cuello sport para continuar la rutina de la vida, llegar al super por algún pendiente, realizar un trámite bancario, pagar el agua, luz o teléfono y recoger los hijos en la escuela; por lo que era necesario cambiar de outfit empezando por el calzado, porque los tenis estaban clasificados para hacer deporte, por lo tanto, deberían ser combinados con ese estilo de ropa. 

De adolescente tuve los clásicos tenis converse, regalo de mi hermano mayor. Solo se usaban con pantalón, bermuda o shorts. Inimaginable para esa época lucir un vestido o falda con tenis. Una aberración total a los cánones de la moda. Eras un ser de otro planeta, una fachosa anacoreta que no leía las revistas con las tendencias en boga de la moda actual. Una persona estrafalaria que quizá no estaba bien de la cabeza, como el vaquero aquel, que cambió las botas por tenis y el sombrero texano por una gorra. Increíble. 

¿Quién rompió los supuestos en los estándares del buen vestir? Se dice que las primeras zapatillas de deporte se utilizaron en las olimpiadas de París en 1900 y fueron creados unos años antes por Joseph William Foster para realizar atletismo o simplemente correr. Fue tanto el éxito que le encargaron numerosos pares, por lo que estableció la compañía J.W. Foster and Sons Limited, antecedente de Reebok. Otros aseguran que fue un tal señor de apellido Dunlop, el que ideó coser tela en unas suelas de hule en el siglo dieciocho, para transitar de manera eficaz entre los caminos de terracería y breña. Los primeros sneaker no fueron estéticos, la rudimentaria fabricación los asemejaba con los terribles zapatos ortopédicos que alguna vez usamos los que tuvimos la mala fortuna de nacer con el pie plano, arco caído o alguna patología que requería ser corregida.

De acuerdo con el poder adquisitivo de tus padres, era la marca de tenis a los que podías acceder. De niña recuerdo haber calzado los gloriosos: Maratón, Super Faro y Panam, estos últimos guardaban en sus siglas el significado de la marca: Producto Auténtico Nacional Mexicano. En la década de los setenta, era difícil acceder a marcas internacionales a menos que los consiguieras con las fayuqueras, aquellas señoras que viajaban a Estados Unidos a surtirse de ropa y calzado americano. Ellas al parecer, no pagaban impuestos de importación por la mercancía, misma que traían en sendas maletas y bolsas de lona de colores a rayas con un largo cierre en la parte superior junto a las agarraderas, para después revenderla en nuestro país entre sus familiares o conocidos en cómodos y correteados abonos que anotaban en una libreta. Posteriormente y en franca empatía con el slogan “Lo hecho en México, está bien hecho”, en secundaria mis pies se ciñeron unos maravillosos tenis Decatlón, de gamuza gris con franjas azules, del extinto calzado Canadá. 

Gracias al ingenio del señor Foster, a fines de los 80 y producto de mi primer aguinaldo, tuve unos tenis de piel color blanco de botín, con agujetas y dos líneas de velcro que sujetaban el nacimiento de la pierna arriba de los tobillos. Parecidos a los de Marty McFly en “Volver al futuro 2”. Estos, tampoco eran combinables con vestidos, no eran femeninos, al contrario, parecía jornalera de los campos de tomate o también, un pollo maneado por la delgadez de mis extremidades inferiores. Lo escuché de viva voz de una tradicionalista tía. (Del regionalismo sinaloense, referido del animal que amarran de las patas para que no escape. RAE Manear: poner maneas.) 

Una marca que no tuve fue Nike, que subió sus bonos a partir de la icónica escena donde Jenny Curran, le regaló un par de tenis blancos con la clásica palomita roja a Forrest Gump para que recorriera el mundo cuando se estrenó la película del mismo nombre en 1994. En las ciudades de provincia del México de esos años, se podían encontrar en los almacenes y tiendas dedicadas al deporte a un precio estratosférico, cuando ya las arcas de la economía versaban en ahorrar para el enganche de una casa que albergara a la familia recién conformada. Esta marca, inspirada en una deidad de la mitología griega: Niké, diosa de la fuerza, velocidad y victoria; volaba en torno a los campos de batalla recompensando a los vencedores con gloria y fama. Hay una estatua en la escalinata del museo de Louvre, donde muestra sus alas símbolo de la rapidez, de ahí la clásica paloma del logo de tan inconmensurables tenis para mi presupuesto. 

Menos probable fue pensar en adquirir los que lució Uma Thurman en la película Kill Bill, estrenada a inicios del siglo veintiuno y dirigida por Quentin Tarantino: aquellos llamativos tenis Asics de color amarillo y vivos negros que hacían juego con el mono brillante del mismo tono luciendo el ágil y espectacular cuerpo de la protagonista.  Los gustos y gastos superfluos podían esperar. 

Ayer, como ahora, casi para ingresar al gremio del sesenta y más, ¡amo los tenis! Y agradezco la evolución que han tenido para calzarlos desde niña, como los zapatos de Dorothy en El mago de Oz, el clásico de la literatura infantil de L. Frank Baum, que después de vivir tantas aventuras en las que cada uno de sus amigos enfrentaban a sus propios miedos y vivían historias fantásticas, descubrió en el transcurso cómo aquel par de zapatos, podía llevarla a enfrentar el mundo. 

Aun con el calzado deportivo que pude o no tener en la etapa de adolescente, donde estar a la moda y en sintonía con todos era prioritario para pertenecer o ser aceptada por los grupos, me siento en los laureles de la libertad y la comodidad con las decenas de tenis que han arropado mis juaneteros pies de herencia familiar. El juanete, ese padecimiento que afecta el primer metatarsiano del dedo gordo, causando una protuberancia lateral que molesta e impide utilizar cualquier calzado, imposible el tacón clavo, cerrado en punta.  Así, ponerse un par de sneakers, es sinónimo de estilo y confort, se han derribado ataduras, convencionalismos rígidos en cuanto a las formas, para trascender en el status quo de los objetos apetecidos del vestir y la moda. Hoy por hoy, los tenis de vestir o sneakers, en diferentes colores o marcas, llegaron para quedarse: son válidos para fiestas elegantes, reuniones casuales y hasta para bodas y graduaciones, sin que la persona que los porte, sea criticada como cuachalota.

Raquel Cota

 Narradora sinaloense. Finalista de la 1ª edición del “Premio Primera Novela” en 2021 con el libro Al pie de la lluvia de oro, convocado por La Estrategia Nacional de Lectura, presidencia de la República y Amazon México.
Sobre los tenis por Raquel Cota Imagen: Pixabay

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