Daniel Wence
Elisabeth, yo misma
Por las mañanas lees poesía para evitar el periódico, repites las páginas cinco y diez y dejas que John Cage te diga lo mismo, siempre lo mismo: ahora que estoy iluminado/ soy tan desdichado como antes. Amas el fulgor de esas palabras. Una tristeza de domingo por la tarde se apodera del martes por la mañana, del jueves al primer bocado de la sopa italiana a la que puedes acceder, sí, durante la quincena, y dialogar con Elisabeth sobre cosas triviales: sobre viajar a Canadá o a Houston. En auto no. No. Porque Elisabeth se pone melancólica ante los atardeceres y es imposible sujetarla cuando la llama el vacío [piensas].
Es martes.
Tú frente al espagueti: bolas de carne que trituras y mezclas. Trituras. Lames el cuchillo, el tenedor. Piensas en el periódico, en tu Elisabeth.
¿Quién tendrá las peores noticias hoy?
Es martes.
Tal vez te cortes la lengua con el cuchillo, tal vez se vea elegante junto a la carne molida del espagueti [formas de mal augurio nacen de nada].
Es martes.
Tú frente al espagueti: bolas de carne que trituras y mezclas. Trituras. Lames el cuchillo, el tenedor. Piensas en el periódico, en tu Elisabeth.
¿Quién tendrá las peores noticias hoy?
Es martes.
Tal vez te cortes la lengua con el cuchillo, tal vez se vea elegante junto a la carne molida del espagueti [formas de mal augurio nacen de nada].
Es martes.
Elisabeth te espera, te maldice con el tiempo contado y tú te quedas mirando el diario aterrado: dolor de domingo.
En cambio para mí es un martes fabuloso. Buen día para calarme el vestido con flores con la diadema verde que algún amante me regaló como signo de su trascendencia, como una señal de ‘por si vuelvo a verte’.
Me juras que es martes. Tus sienes acariciadas, tu cabellera castaña cuelga larga y magnífica bajo el arco que resalta el misterio en tus ojos. Comprueba que eres hermosa y triste. Comprueba tu delgadez y tu tristeza, la curva perfecta de tus nalgas. Comprueba la dureza y redondez de dos tetas que todavía se encienden como otro efecto de la diadema: ella se enciende.
Me dice que es un buen martes. Algo se lo dijo a Elisabeth, que es un buen martes. Caminará a tu lado y la verán los hombres deseosos de tenerla: sus ojos, su diadema verde haciendo juego con el [puto] mes de marzo. Su nombre anulado que será un cuerpo infinitamente hermoso cubierto de flores
[y tú frente al periódico solo esperas que el rostro de Elisabeth delineado por el bisturí del nacimiento no venga en primera plana. Con repulsión tocas las páginas. Empujas el diario con asco, sabes que no hay noticias buenas, nunca las hay en domingo. Y esta semana será domingo a diario].
Pobre Elisabeth: eligió el peor día para desear un hombre.
Ojalá que la tarde no pase frente a sus ojos suspiros de animal agónico de las primaveras.
Ojalá que no haya rigor en su manera de apagar la luz.
Con la lengua y la dignidad adoloridas, partidas en dos como el deseo, Elisabeth intentará venirse sobre la cama oscura pensando en un alemán que caminó con ella sobre las calles briznas del Sur, y pronunciaba torpes palabras vulgares al penetrarla: los orgasmos de Elisabeth en primera plana: qué buenas noticias eran entonces. «No se clavaban puñales al salir de casa» —pienso ahora desde mi cama oscura donde un argentino practicaba el idioma de mi madre
solo para mí—.
Mi lunar de nacimiento es un cuchillo
escalpelo fino y metamorfo
se nace con un signo cutáneo
con una bisección sin cura
estoy abierta/ dividida
definitivamente herida por hoja de plata
hubo una piel entera que me fue robada
treinta años antes un domingo que llovía
y qué hacía yo sino llorar
sino ver a la madre —criatura extraña— llorar
inaugurando un dolor nuevo
Ficha del autor
Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Coeditor del Encuentro Nacional de Poetas Jóvenes Ciudad de Morelia. Es autor de tres poemarios y ha colaborado en publicaciones nacionales e internacionales como Oráculo, Tierra Adentro, Revista Cronopio, Vozquemadura, entre otros.