Viviana Gonzales
Maldiciones a primera hora de la mañana
Desde una rabia trémula y remota
sería bueno hacer trastabillar a la esperanza
en el claro de la aurora,
justo cuando toda tu historia pasa por tu versión,
no te levantes,
maldícete,
convoca las desventuras de tu pueblo
y utiliza su dolor como plegaria.
En el transparente sol de la mañana que atraviesa
la ventana sin cortinas de la habitación primera
no disimules tu egoísmo,
di que esto de vivir no es lo tuyo.
A fuerza ciega de nostalgia y arrepentimiento
quema veladoras por entre tus ropas,
lava encajes de porcelanas y vientres,
sacude sudores de pasados menguantes
y contémplate hostil y fatigada.
Agota a los individuos de tu espacio,
oríllales a la muerte tuya
que, aunque incrédulos, levanten
tu sepulcro;
carcajéate en el fondo de ellos,
maldícete de una vez y
cúlpale al miedo.
Maldícete con las cabezas rodantes
de tus enemigos,
con el soplido de los cantos de cumpleaños,
con el pastel y la crema podridas,
con los muertos sin perdones
porque, claro está,
tú no perdonas.
Culpa entonces a la vejez de lo cotidiano,
a las pláticas profanas con las doscientas cincuenta
madres redentoras,
escúpeles su idiotez, su banal prosa,
sus andrajos de invierno,
su estúpida ayuda a los animales,
su elocuente falta de sensatez.
No, la culpa no es tuya,
por eso puedes seguir maldiciendo.
Acaba con el aliento,
que el cuerpo y la sangre dejen de lado
su divinidad
para que aterricen junto a ti
en la espesura de la mierda
de tu mierda,
tu inconformidad.
Ahuyenta cenzontles y manatíes,
tira por el baño la mágica llave
de tu descendencia,
no perdones ofensas,
insúltate después de los libros,
de las lecturas que podrás hacer a los sesenta
de tu predecible soledad.
Graba panfletos radicales
en tu modernidad,
lleva el verbo tan extendido
de andarse buscando,
radicaliza por favor
tu maldición
con espumas por tu boca
con estertores en tu vientre,
con la llama hirviente del agua de la mañana.
¡Ah, el todopoderoso!
Rellena en caracolas pequeñas desesperanzas,
planta un árbol galácteo en la montaña,
no lo alcances nunca
y culpa por eso a tus padres,
si acaso te queda venganza
lanza cuchillos en las cabezas
de las amoebas de acrílico.
No te levantes hoy,
que sea de ti la palabra
y de ellos la desventura
es mejor que te acuestes
y ellos estampen en pasteles
tu espeluznante presencia
Inmóviles ante tu rabia
recobran su alianza divina y
sacuden al demonio que te habita.
Que sea de ti la palabra,
que los dioses no se escondan,
que hagan lo que tú dices,
que te escuchen por esta vez,
que Seth sea tu aliado,
que la vida no entienda de sonrisas,
que este canto te lleve por fin
entre maldiciones nauseabundas
a la muerte que tanto temes.
Atardecer con perros callejeros
Tengo trece lobos en mi espalda
y cuarenta y ocho mariposas,
municiones suficientes para habitar la urbe,
cargamento que descargo a ras de las montañas
antes del amanecer.
No he logrado poblar espacios,
los caminos son de piedra,
dos perros me miran a lo lejos,
el retrato de una niña en la casa de mi madre
sonríe
con un árbol de navidad de fondo.
Le he dicho piedra
y me ha contestado
hombre,
con los brazos en la nuca he clamado piedad
y la piedra ha vuelto a repetir
hombre.
Los perros se bañan con el agua del río
que veo desde mi ventana,
mañana volveré a tomar mi camino
empinado
y estoy segura que me he de caer
más de una vez.
La niña de la foto no sonreirá entonces,
no lo hace desde hace varios años,
luego me llamarán y me dirán que mi madre ha muerto,
antes de abrir la puerta los perros callejeros
vendrán a olerme,
el río llevará los cuerpos,
la vista desde la cocina
de la casa de mi madre.
Que alguien me diga cómo alcanzar a los dioses
Oh Dios de la mañana
de la tarde y de la noche
persigo tu olor a selva alta…
Mikeas Sánchez
Hay dioses que respiran madrugadas
ávidos de alzar en sus hombros
mercancías humanas
elevar a los seglares
hijos del trueno
y curarlos del espanto.
Hay dioses sempiternos
que alcanzan menguantes
por las noches
las jacarandas de lluvia
en sus mantos.
Dioses como hojarascas
que hablan como nosotros
que cosen lunares y mejillas
estrellas condescendientes
se esconden en mandiles y huapangos.
Dioses danzantes saltimanquis
reptiles y cucarachas
acaso también piedras lunares
ataviados de luciérnagas y esquites
comalitos diminutos
hongos de niño santo.
Hay hombres como yo
que persiguen la escalinata
divina
para alcanzar a esos dioses
que a veces
solo a veces
se hacen muy lejanos.
Visión de tristeza
Por las tardes me siento en las afueras del miedo
y espero el tren doscientos ochenta y cinco
en ocasiones el fango no me deja
levantar los pies
subir en la espesura del tiempo
y resguardarme [cobija en mano]
en el vagón primero.
Las ventanas de mi rostro
esperan su limpieza con los dedos
hay un charco de lluvia a las cuatro
un pez multicolor se desliza
río abajo
abro la boca
el pez se adentra salado en mi lengua
¡pecesito solitario!
Las paredes del miedo miden
llantos de alto, odios de ancho,
el hombre se cae
desde el piso doce de la calle Dorant
tiene el pecho atravesado de cuchillos
[así marca el pasado su existencia].
Un suicido colectivo de morsas
desde la bruma celeste de mi memoria
creo que poco más puedo decir
mientras trago peces como serpientes
como dagas punzantes
como cuchillos
alfileres plateados.
Un día también pude ver un tigre a los ojos
el aleteo de los cisnes
un suave deletreo
el nombre de las hojas.
Hay formas de no escalar paredes
[si no quieres
de preferir la tarde
[sin lluvia
de no mojarte en los charcos
de aceptar la vida.
Ficha de la autora
Viviana Gonzales (La Paz, Bolivia, 1985). Poeta y dramaturga. Licenciada en Periodismo por la Universidad Carlos III de Madrid, Máster en Arte por la Universidad Complutense de Madrid y Especialista en Seguridad Internacional por la UNED y el Instituto Gutiérrez Mellado. Premio Nacional de Literatura en Poesía (Santa Cruz, Bolivia) por su poemario Hay un árbol de piedra en mi memoria. Colabora en distintos medios digitales nacionales e internacionales. Es promotora de lectura para jóvenes; ha impartido distintos talleres de literatura. Trabaja como editora independiente. Actualmente está concluyendo una antología de cuento latinoamericano de terror para jóvenes. Su obra Yawarmanta ha sido seleccionada en el Festival Urgen Musas organizado por la SOGEM para una lectura dramatizada junto a otras dramaturgas jóvenes. Yawarmanta se encuentra actualmente en proceso de montaje en La Paz, Bolivia. Su pieza teatral “Las visitantes” forma parte de la antología Teatro mínimo. Colección Gabriela Ynclán. Edit. Padmira, México, 2019. Ha cursado talleres literarios en la UNAM, el Centro Xavier Villarrutia, casa Lamm; un diplomado en Creación Literaria en Literaria Centro de Escritores; otro en Literaturas en Lenguas Indígenas de México en el INBAL.