El hombre de negocio en las narrativas
Paris Padilla
¿De qué sirven las historias sobre empresarios? Si le preguntaran a uno de esos “emprendedores” que te hablan todo el tiempo de ganar dinero con las redes sociales, el bitcoin, las multinivel o sabe qué otra artimaña, seguramente les dirían que sirven para aprender a hacer dinero, a “emprender”, a vender hasta las piedras o a tener la actitud necesaria para hacerte rico en unos cuantos pasos. Seguramente esos mismos estarían pensando en historias sobre empresarios de las que aparecen justamente en los libros para “emprender”, en los que se habla del cambio de hábitos y mentalidades como una piedra filosofal para mejorar tus ingresos y cuyos autores más bien terminan siendo ricos por los libros que les venden a tanta gente con esas ideas que por las empresas que dirigen.
Pongo la palabra “emprender” entre comillas, porque comúnmente la gente la utiliza de una manera que no necesariamente significa lo que los teóricos del emprendimiento han analizado durante años. Basta poco para darnos cuenta de que la discusión académica sobre el emprendimiento dista mucho de lo que tratan de vender los miles de libros que uno encuentra en las estanterías sobre hacer tu propia empresa y hacerte rico con ella.
Los estudios y obras serias sobre empresarios y la actividad empresarial en realidad tienen qué ver con el impacto que tal o cual figura tiene o tuvo con la producción en masa, sobre el impacto tecnológico o social, con un planteamiento teórico o con alguna de las facetas de la innovación, pero no voy a retomar aquí una discusión que se remonta hasta el filósofo Werner Sombart o quizá más atrás. Tampoco estoy tratando de decir que esos libros no contienen ningún consejo bueno para aquel que quiera hacer dinero, pero dudo que haya muchos millonarios que se hayan vuelto lo que son influenciados por esas obras.
Lo cierto es que la figura del gran empresario ha dado para muchas otras cosas además de libros sobre lecciones de cómo volverse rico, pues el éxito empresarial en realidad parece estar relacionado con factores más allá de la actitud adecuada o la correcta administración de los recursos. Las relaciones políticas, el clima económico, el capital originario, la apropiación tecnológica, fraudes o la mera suerte pueden ser algunos de los que intervengan en la generación de riquezas o en el crecimiento de una empresa, y sobre todo esto hay una literatura bastante suculenta, películas y (amén de Netflix y otras plataformas) series de televisión.
“¿Es un villano lo que quieren? Yo haré ese papel. Después de todo ¿Qué es un drama sin un villano? “, dice Thomas Durant, personaje de la serie de televisión Hell on Wheels, quien está basado en un empresario ferrocarrilero real del siglo XIX. El monólogo completo de donde salen estas palabras probablemente se pueda relacionar al mal concepto que tuvo durante mucho tiempo una buena parte de la historiografía económica sobre el empresario, desprendida de la visión marxista que dominó en muchas universidades, en la que empresario era sinónimo del explotador que se queda con la plusvalía del obrero.
Durant seguramente correspondería también a un concepto que se utilizó mucho en la literatura estadounidense para denominar a ese tipo de empresarios: los robber barons, o, en español, los “barones ladrones”. El mote surgió a finales del siglo XIX, uno de los momentos cúspide de la industrialización del mundo y también de los monopolios, con el desencanto por la gran burguesía encabezada por los hombres de negocio más afamados de ese tiempo y los métodos que utilizaron para enriquecerse (dígase Rockefeller, Vanderbilt, Rothschild o Gould por nombrar algunos).
La novela clásica de Theodore Driesder, el Financiero, publicada originalmente en 1912, sobre el ascenso de un hombre de negocios de Filadelfia, es precisamente un retrato fiel y temprano de ese tipo de empresarios. En ella uno puede ver no solamente los métodos que se usaban en aquel entonces para enriquecerse (que no por la lejanía en el tiempo tendrían que dejar de ser útiles para el que busque aprender lecciones de ese tipo), sino que también da cuenta de aquello que impulsa la avaricia, del deseo de tener más que el vecino, de las grietas en determinada sociedad que puedan resultar provechosas para el beneficio personal.
Y es que a finales del siglo XIX abundan casos como los de Frank Cowperwood, el protagonista de la novela, quien, inspirado en Charles Yerkes, figura empresarial que hizo un imperio basado en los tranvías, nos muestra que las actividades de negocios de ese entonces tenían en buena parte qué ver con a quién conocía uno dentro del gobierno y cuánto estaba dispuesto a pagarle. Uno de los casos más sonados, por ejemplo, sea quizás el de Jay Gould y la compra de oro en contubernio con un cuñado del presidente Ulysses Grant que ocasionó un pánico financiero en 1860.
Estoy seguro de que no ha faltado el ingenuo que vea con ojos de “emprededor” películas como The Founder, The Wolf of Wallstreet, War dogs o The Network. Pero el séptimo arte (o por lo menos el bueno) no trata de dar lecciones sobre cómo emprender, ni tampoco espera que idealicemos a los personajes como lo haría alguien inspirado en la obra de Thomas Carlyle sobre el culto a los grandes hombres, sino más bien que conozcamos más facetas del ser humano, de hasta dónde puede llegar o caer por sus pasiones.
Cualquiera que haya visto Peaky Blinders con los ojos correctos podrá identificar rápidamente que esa dualidad de hombre de negocios y gangster que se conjuga en Thomas Shelby, protagonista de la serie, más que un rasgo de personaje parecería ser un complemento que cualquier buen hombre de negocios debería tener, pues con lo gangster viene también la actitud de sobrevivencia a toda costa, la naturalidad a la hora de mostrarse poderoso frente a la competencia y a la hora de hacer un trato y la frialdad para deshacerse de los recursos innecesarios.
Philip Meyer da cuenta de cómo esas mismas actitudes pueden diluirse con el paso de las generaciones cuando no se tienen los incentivos adecuados en su libro El Hijo, que aborda más cien años en el devenir de una familia en los que también conocemos una parte de la historia de Texas. En un primer momento vemos el ascenso del patriarca, el que origina el capital, el bisabuelo que tomó todo el riesgo y que sufrió todo tipo de vejaciones que lo convirtieron en un hombre práctico e inteligente; mientras que en la siguiente generación nos ponemos en la piel de su hijo más sensible, el que cuestiona los métodos de su padre y los hombres como él, el que quiere hacer las paces con sus antepasados, en pocas palabras: el que no sirve para los negocios.
Probablemente uno de los primeros hombres de negocio despreciables en la literatura sea Shylock, el prestamista judío de El Mercader de Venecia, obrade Shakespeare publicada alrededor del año 1600, quien exige que se le pague con una libra de carne humana la deuda que contrae Antonio, el protagonista. Shylock antecedió a los Gordon Gekko, a los Jordan Belfort y se puede decir que tuvo más impacto en la cultura que estos al perpetuar el estereotipo del judío usurero que tantos problemas causó en la primera mitad del siglo XX.
Pero no todo ha sido cautela a la hora de retratar al hombre de negocios en el cine, la literatura y la televisión. Si un pesimista como Charles Dickens creía que un empresario insensible y déspota podía cambiar su vida después de ser visitado por tres fantasmas en la noche de navidad, tal vez haya esperanzas. Quizá nos hacen falta más ejemplos como el de Oskar Schindler de Spielberg, que muestren que la explotación laboral, la sobreproducción y la corrupción a funcionarios es tolerable siempre y cuando se ejerza para salvar vidas.
En lo personal, creo que coincido con el gusto, llámese morboso si se prefiere, que tenía David Landes por las historias de hombres de negocios. Landes, reconocido historiador emérito de Harvard, habiendo estudiado las diferentes teorías gerenciales y empresariales para sus clases y sus libros, decía que, si bien podíamos aprender mucho sobre los negocios con estas historias, se trataba también de mujeres y hombres extraordinarios, llenos de excentricidades y genio, relatos entretenidos, drama y pasión. Este tipo de cosas, considero, dan para armar un rompecabezas más completo sobre esa figura que a veces se hunde en el pantano de las ciencias sociales y otras se erige con el papel de los libros sobre “cómo hacerte millonario”.
Ficha del autor
Paris Padilla es especialista en Historia Económica por la UNAM y Maestro en Historia Moderna y Contemporánea por el Instituto Mora. Es autor del libro El Sueño de una Generación: una historia de negocios en torno a la construcción del primer ferrocarril en México, 1857-1876. Es asesor político y de instituciones de gobierno y colabora en medios como revista Bicentenario, Huffington Post y la Silla Rota, entre otros.