La escritura y la distancia. Sobre Libro, de José Luís Peixoto
Sergio Ceyca
No sé si se pueda escribir con profundidad sobre temas que aún se están viviendo. Como si la cercanía con las historias nos cegara, como si la escritura tuviera que ver más bien con la lejanía de los acontecimientos que la detonan: Bajo el volcán, por ejemplo, fue iniciado hasta que Malcolm Lowry estuvo lejos del México que lo encarceló y deportó y fue concluido, años después, cuando regresó con Margerie Bonner para buscar las señas que encontraba por las páginas del manuscrito que ya había enviado a Jonathan Cape. Pero, además, Malcolm Lowry siempre escribía mirando hacia su pasado: Ultramarina trata de cuando abandonó su hogar para trabajar en un barco mercante; Oscuro como la tumba donde yace mi amigo sobre el regreso a México y la publicación de su obra cumbre. No es extraño, por ende, que Lowry llamara al conjunto de su obra El viaje que nunca termina.
En ese aspecto, Libro, de José Luís Peixoto (Arlequín, 2018), pareciera reflexionar a través de la escritura sobre la manera en que miramos las historias que nos anteceden cuando regresamos a un lugar que nos fue muy familiar. Y es que cuando uno abandona los lugares donde ha crecido y ha aprendido cómo debe de relacionarse con su familia, cómo debe de integrarse a la sociedad, de tener supersticiones, la mente va olvidando los detalles de aquella vida. ¿Para qué salir a conocer el mundo y llegar hasta tierras que desconoce, donde todo es una mezcla de promesas y de amenazas, donde desaparecen los espejismos a través de los que uno creía interpretar el mundo? En el inicio del libro es así como encontramos a Ilidio, su protagonista; su madre lo acaba de dejar en una fuente cercana a su casa y nunca regresa por él. Sus únicas posesiones son su ropa y un libro que ella le dio antes de salir de casa. José Luís Peixoto tiene gran habilidad para hacer primeros capítulos con fuerza: la apertura de Cementerio de pianos (la otra novela más popular de Peixoto) narra los últimos días de vida de un hombre hasta su muerte, mientras que en Libro el primer capítulo se centra en el inicio de una amistad cuando un hombre llamado Josué, que dice ser amigo de su madre, llega a recogerlo. Luego caminan a la casa de Josué. Al entrar, Ilidio aún espera ver a su madre y cuando Josué le pregunta si ya revisó el patio, cree que ahí va a encontrarla. Pero a quien encuentra es a la cabra que cuidaban en aquel hogar al que ya no regresará a vivir:
“Ilidio avanzó despacio, pero hubo algo en él que permaneció suspendido y se hundió. Cuando abrazó a la cabra sintió consuelo y tristeza al mismo tiempo. Su madre había estado allí en aquel patio desconocido y también esa idea le dio consuelo y tristeza, sobre todo tristeza. El niño demonio, que hacía berrinches, al que le daban reglazos, que se irritaba, se quedó ahí, tirado en el suelo abrazando a la cabra, llorando. Era un niño que había perdido a su madre. Ignorante del momento, con la lengua de fuera, la cabra berreaba. Josué se asomó por la puerta del patio y no supo qué decir ni qué hacer. Luego de un año estarían comiendo en su consomé las mejores partes de aquella cabra”.
Los personajes que acompañarán a Idilio en la novela empiezan a establecer distintos vínculos con él en los siguientes capítulos. Estos personajes, diversos habitantes del pueblo, también tienen sus propias historias: la de Galopim, cuando fue a la ciudad al sorteo del servicio militar; la vida y errancia del Sorna, abuelo de Ilidio, en las calles. Hay un capítulo, por ejemplo, solo dedicado a la madre de Ilidio y vamos conociéndola a través de las personas con las que interactuaba. Todas estas historias brindan la impresión de que, en los pequeños pueblos en las montañas, nunca avanza el tiempo. Ilidio crece y se enamora de Adelaide, una chica que vive con la anciana que atiende el correo del pueblo: para demostrarle su amor le regala una paloma, cien escudos y el libro que le dejó su madre. Pero la tía de Adelaide no quiere que ellos dos estén juntos, así que la manda a París: es a partir de ahí que Ilidio abandona el pueblo de Portugal donde inició la novela. Ahí entran en el libro la historia de los migrantes que cruzaban de Portugal a Francia, atravesando España, con miedo a los lobos, a ser descubiertos por la policía; una mitología que quizá no dista mucho de la de los mexicanos que cruzan el río Bravo para buscar una mejor vida en Estados Unidos. Hay un riesgo y hay ayudantes que lo mismo pueden preocuparse por uno, y lo mismo aprovecharse. Pero de igual manera, la idea de cruzar fronteras parece traer la esperanza de una mejor vida, como los relatos de los europeos que llegaban a América en barcos y eran recibidos por la estatua de la libertad a pesar de que en estos viajes siempre abundan las injusticias: ya sean los portugueses que cruzaban hasta Francia en la espera de alejarse de la dictadura de Salazar o las caravanas migrantes de hondureños que atraviesan nuestro país hasta Estados Unidos.
Eventualmente todos los personajes vuelven al pueblo, pero ninguno es el mismo. Y los ojos con los que lo miran, son también otros. Es entonces cuando los defectos resaltan, cuando las personas hablan distinto. Quizá esa extrañeza en lo conocido, en aquello de lo que estuvimos rodeados, sea uno de los efectos que alimente a la escritura, pero quizá también haya otras maneras de distanciarse de la vida presente mediante esta sin necesidad de interponer distancia física; que la escritura ayude a mirar estos matices sin necesidad de volver (que es lo que experimenta Libro, otro de los personajes de la novela). Una idea es posible: volver ajena a la vida cotidiana podría ayudar a que un desconocido empatice con aquello con lo que no suele hacerlo. Pero ese aspecto quizá Libro de Peixoto sea honesto al no ofrecer certidumbres sobre cómo deba de vivirse o experimentarse esa transformación.