Lola Ancira reseña un libro de Sergio Ceyca


La justicia es femenina

Lola Ancires


Este es el castigo más importante del culpable:

nunca ser absuelto en el tribunal de su propia conciencia.

Juvenal

El tiempo no siempre lo cura todo, a veces, las culpas y los errores se convierten en grilletes oxidados que dificultan cada paso: se vuelven un recordatorio constante de nuestras faltas.

No tendrás perdón (isic, 2018), primera novela de Sergio Ceyca, es una búsqueda de la justicia y del castigo. En cada capítulo de las tres secciones de la obra (Denuncia, Etapa probatoria y Sentencia, que refieren a algunas fases del procedimiento civil) un narrador diferente nos otorga una perspectiva mucho más amplia de los sucesos. No tendrás perdón es un entramado de voces donde lo siniestro está entrecruzado en diversos panoramas, nos acerca a historias trágicas vinculadas por penas que nutren y ayudan a entender cada personaje y situación.

Durante su infancia, debido a un accidente fatal que derivó en homicidio imprudencial, Aurora, la protagonista, vive en la continua expectativa de un castigo mayor al que ya experimenta. Sabe que, de ser enjuiciada, lo único que cambiaría sería el sitio de reclusión: su cárcel actual es una vida monótona e insatisfactoria que no se atreve a modificar porque sabe que no merece algo diferente. Su tortura es el castigo de saberse viva y cargar a cuestas con una pequeña muerta que le pesa cada vez más. En su cama, cada noche, encuentra un escenario de pesadilla: en sueños recrea una y otra vez el momento exacto en el que empuja a una de sus compañeras y el fatal desenlace. Incluso despierta saboreando la sangre de la niña muerta.

Su vida se convierte en un suplicio a pesar de resultar inmune de aquel crimen cuyo único testigo fue un niño tímido y asustado que, cuando el miedo ceda, quizá veinte o treinta años después del hecho, podría hablar y señalar a la culpable: la posibilidad yace ahí, debajo del terror.

Esa posibilidad latente siembra la semilla de la paranoia en la mujer, quien, arrepentida, aunque no al grado para delatarse, vive a la expectativa del castigo, en una pesadumbre eterna y en la sensación de acecho constante que la lleva a fantasear con su propia muerte. Aurora busca mantener abierta una llaga cuyo nombre, Rebeca, la remite a su infancia, a la tarde en que su destino se torció. Su pena por aquel lejano crimen es un continuo recordatorio a sol y sombra de un inexcusable error. La culpa la carcome y, al mismo tiempo, la deja aterida, sin poder reaccionar. Sucumbe a una vida miserable en la que ajusta a la perfección esa culpa que no la deja hacer otra cosa que sospechar de cada mirada.

Tal vez esa es la venganza de Rebeca, la niña muerta: que Aurora viva el resto de sus días evocando obsesivamente el incidente. El recuerdo del deceso de Rebeca se aferró a la consciencia de Aurora. No la acecha un fantasma sino su propia consciencia, su memoria buscando una venganza ajena. Obtener un castigo se convierte en su motivo de vida. Aurora deambula atormentada, en la imposibilidad de otorgarse el perdón, la última y definitiva justicia según Unamuno.

Laborando entre abogados, Aurora, presa del remordimiento y atada a su pasado, se ve involucrada en un caso muy similar al que la hostiga, y se convierte inesperadamente en abogada de la madre de un niño cuyo asesinato fue encubierto como un accidente, hecho que pasó inadvertido en la sociedad. Al buscar hacer justicia, ambas mujeres se enfrentan a la impunidad que recubre a aquellos con poder y dinero suficientes para callar cuantas bocas sean necesarias, para atar manos y voluntades con una sola seña o palabra. Ya lo dijo Platón: «Yo declaro que la justicia no es otra cosa que la conveniencia del más fuerte».

Frente a una madre que busca develar el asesinato de su único hijo, Aurora confiesa y se reconoce en la figura del otro niño criminal, reclamando su justo castigo.

Ceyca creó el personaje de Aurora para contar la historia de dos niños que fueron víctimas mortales del acoso escolar, pero también para traer a cuento balaceras, desapariciones, muertes accidentales y fosas clandestinas que se han convertido durante años en señas particulares de tantos puntos del país, que nuestro mapa es rojo.

Los ecos de los hechos anteriores residen en la incertidumbre y el dolor de quienes se quedan a esperar, una espera que, cuando no es eterna, termina tras la aparición de un cadáver o sus fragmentos. «La víctima como recordatorio perpetuo», nos dice el autor.

Ceyca, en esta obra, confronta al Estado fallido de Sinaloa a través del lenguaje y la literatura, y se sirve de un universo femenino para ello: la trama gira en torno a situaciones de violencia que involucran a tres mujeres y la búsqueda de la justicia (popularmente personificada en la Dama de la Justicia, la diosa romana Iustitia o la griega Dice).


Ficha del autor

Lola Ancira (Querétaro, 1987) ha escrito artículos, cuentos y reseñas literarias para diferentes medios electrónicos e impresos. Es autora de «Tusitala de óbitos».

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