Dos minificciones de Karel Apodaca

Karel Apodaca


Apretados

Mientras estamos con los cuerpos apretados, y mientras una señora, atrás de mí, con su bolso, pincha una de mis nalgas sin darse cuenta, estaba escrito, quizá por Dios, o por el Destino, o por otro sustantivo igual de mayúsculo, o por algo diferente, que yo debía componer algo. Ante tal cuadro, decido que debo escribir acerca del albañil, hombre tostado, con ligeras capas de tierra y cemento seco en sus antebrazos y ropa, de rostro desconfiado, sentado hasta allá, en el fondo; de la pareja de adultos casi mayores —quizás él mecánico, quizás ella nada—, con marcas de aguja, los dos, en ambos pliegues de sus brazos, que vienen sentados adelante, tiernamente tomados de la mano; de los rostros comunes; de los recipientes de lonche vacíos que alguien trae dentro de una bolsa de plástico; de la señora que bajó por la puerta de atrás al llegar a su destino, pero después subió por la de enfrente para pagar al chofer, porque sí, honestos, con los cuerpos apretados, mucho, venimos en el transporte público, sentados y parados, todos. Debo escribir sobre la música reguetonera, sobre el concreto con baches, sobre la terracería y sobre el largo camino. Pero, acerca de todo eso, ¿qué sabré componer?


Pactos

Se ha vuelto estrictamente necesario aceptar que él, sin ella a su lado por las mañanas, no se puede levantar. ¿Despertar? Sí, es fácil: se despierta y ya. Pero levantarse… Levantarse sin ver que ella anda de aquí para allá, sin ver que anda pintándose, sin ver que anda desnuda, luego en ropa interior y finalmente en uniforme; levantarse sin ver que anda, no puede.

Y si no puede cuando ella está, menos cuando no; él es quien se despierta, pero es ella quien se levanta.

Un grito espantoso de Tarzán resuena como alarma en el celular, él oprime un botón y lo calla. Transcurren 10 minutos y Tarzán grita otra vez: seis veces lo calla; se mantiene despierto esperando callarlo, pero no se levanta. No puede. Con ella y su calor a su lado no se levanta. Mejor la despierta, pero ella no quiere (o no puede) despertar. Esta es la razón por la cual Tarzán grita 10 veces.

No se sabe si ella despierta cuando él no está, lo que se sabe es que aun estando él, le resulta difícil.

Acordaron un pacto personal, uno así, de esos de los que toman los maduros nada más: un pacto para vivir, o un pacto para dormir, o por lo menos, un pacto para despertar. Juntos. Para iniciar el día. Los días.

Y entonces se pacta que todos los días del resto de los días que les siguen y les quedan:

Él despierte y ella se levante.

Luego él despierte y así, ella lo levante.

Pues resulta que ya está harto de faltar al trabajo.

Ficha del autor
Narrador (1978). Algunas de sus minificciones han sido seleccionadas en antología como «Breves Heroicidades» y «Pluma», Tinta y Papel». Uno de sus cuentos, «El horror de la aporía», fue publicado como colaboración para la revista Resonancias Literarias.

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