Patricia Carrillo
Tamales para la cena
Juan era un integrante más de la familia Ruiz. El tío Guillermo
se lo regaló a Blanca hacía meses, en su cumpleaños.
Blanca y su hermanita lo cargaban como a un bebé, lo mecían
en sus brazos, lo acariciaban. Hasta que Juan se hartaba
y salía corriendo detrás de los muchachos Ruiz. Ellos lo incluían
en sus juegos y Juan les seguía el paso, apresurado,
balanceando su cuerpo de un lado al otro. No pensaba que
él fuera diferente, a pesar de su baja estatura, de las plumas
blancas que cubrían la piel, de sus patas y pico color naranja.
Cuando los chicos estaban en la escuela, Juan se pavoneaba
por la casa, meneando su cola rizada y acicalando
sus alas. Seguía a la señora Ruiz como perro fiel. Hasta que
ella lo echaba, despotricando contra los tropiezos y las
plumas blancas que debía barrer. Juan se acomodaba entonces
en el balcón —vivían en un segundo piso— y les
graznaba a las pollitas que los vecinos de abajo tenían en
su patio. Pero no lograba llamar su atención. Un día decidió
usar sus alas. Brincó al barandal y voló hacia el patio.
Sólo que, desacostumbrado a los vuelos, hizo un cálculo
erróneo y aterrizó sobre una de las gallinas, aplastándola.
Las demás cacaraquearon espantadas. La dueña salió de la
cocina empuñando una escoba y lo correteó. Juan voló de
nuevo para regresar al balcón.
Iniciado en eso de los vuelos, Juan incluyó en sus correrías
la alberca del vecino que vivía a espaldas de los Ruiz.
Hace tiempo que contemplaba desde la azotea el azul cristalino
de ese estanque, que en días de calor parecía susurrar
su nombre. Voló allá y realizó un acuatizaje poco elegante,
dada la falta de práctica. Luego se dio varias zambullidas,
refrescándose. Cuando salió el vecino, gritando como si alguien
lo persiguiera y moviendo los brazos por encima de
su cabeza, Juan ejercitaba sus patas —ese día había comido
mucho maíz—. En su agitada partida, le dejó de recuerdo
unas cuantas plumas y una masa viscosa y verde que se
extendió por la límpida superficie del agua.
A la familia Ruiz le llovieron las quejas. Ya debían dos
gallinas a los vecinos de abajo y el de atrás los había amenazado,
colérico, si “su pato mugroso” se bañaba en su alberca
otra vez. El señor y la señora Ruiz no sabían qué
hacer. Hasta que Juan desapareció…
Blanca encontró unas plumas en el piso de la cocina
cuando regresó de la escuela, pero de Juan, ni rastro. Sus
hermanos subieron a la azotea, por si estaba allá. O por si
lo divisaban nadando en la alberca del vecino. Pero no lo
vieron en ninguna parte.
Tronándose los dedos, tocaron a la puerta de abajo:
—Disculpe, señora, ¿ha visto a Juan? —dijo Pepe, el mayor.
—¿Quién es Juan?
—¡Nuestro pato! —contestaron los hermanos.
—¡Denle gracias a Dios que no lo he visto! —exclamó la
vecina, alzando un puño—. ¡Porque la próxima vez, le
tuerzo el pescuezo!
—Con permiso —dijeron los hermanos y se alejaron
corriendo.
Dieron la vuelta a la cuadra para tocar el timbre de la
casa con alberca.
—Disculpe, ¿ha visto a nuestro pato? —preguntó de
nuevo Pepe a la muchacha que estaba parada en el umbral.
—Hoy no —contestó—, pero ayer vino a hacer sus cochinadas
en la alberca. Dice mi patrón que, si lo vuelve a
ver por aquí, lo caza con su escopeta —les cerró la puerta
en la cara.
Así pasaron la tarde, tratando de resolver el misterio de
la desaparición de Juan. Lo buscaron por las calles, en el
parque, preguntaron a los demás vecinos. Ni un indicio.
Cuando regresaron a casa encontraron a Blanca sentada
en las escaleras, estrujándose las manos. Sus ojos se llenaron
de lágrimas ante la negativa de sus hermanos. En eso,
su madre los llamó al comedor.
—¿Qué hay para cenar? —preguntó uno de los chicos,
tomando su lugar.
—Tamales —respondió su madre, poniendo un platón
en el centro de la mesa.
Pepe alejó su plato con un movimiento rápido y cerró los
ojos. Sus hermanas se echaron a llorar y su hermano bajó
las manos de la mesa, haciendo una mueca de espanto.
Ficha del autor
Narradora. Ha sido becaria del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Jalisco (2015-2016), que le publicó en 2016 el cuento infantil «Encrucijada», reeditado en 2018 por el Fondo Editorial del Estado de México. Aventuras de una nube se publicó en el programa de fomento a la lectura Letras para volar, de la Universidad de Guadalajara, en 2017. Nadie que me comprenda es su primer libro, publicado por Ficticia Editorial y ganador del Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen en 2015.