¿Oquedad? de la (indefinida) retórica
Leonardo González
Perderse,
abandonarse al curso del perímetro,
dar vueltas y más vueltas
como una forma secreta
de llegar.
Luigi Amara
I
El silencio se posó sobre la boca de un hombre. Sus delicadas patas de diminuto tamaño aplastando con poderosa pisada la conjunción de los labios. Inalterable solamente hasta que con su perfumada y cautelosa presencia invocó el vuelo de más silencio que se posó con un fantasmal aleteo sobre los ausentes oídos. Con el vacío vino el terror y con el terror el ruido. A partir de ahí, cada paso que diera —el hombre— sería duplicado por el sonido que mejor ocultase esa sombra acechante que traslada al confinamiento de la memoria. La palabra, la risa, el grito, cualquier golpe sonoro socavaría tan melancólica pureza.
Insecto volador que se aleja lentamente como mariposa, con un vuelo que parece negarse a ser partida, traslada en sus alas la sabiduría de la existencia. ¿Esa sabiduría es de una levedad redentora que hace flotar a la mariposa del silencio en una ruta circunscrita a nuestra esfera de percepción o somos nosotros quienes orbitamos irregularmente en torno a ella, atraídos por esa densidad que no le permite emerger a la superficie del río del lenguaje?
II
Una silenciosa lucha por el autoconocimiento sería el común denominador en la mayoría de las vidas, de no ser porque en la huida de esa lucha se asesinó al silencio. Entre las estructuras de metales que se golpean violentamente unas a otras para dar forma a un distópico monstruo de concreto, la estruendosa y sobrepoblada carrera automovilística de veinticinco kilómetros por hora y la inagotable voz del cada quien narrador de su propia vida que no logra emancipar por un par de instantes la boca de los constantes destellos de realidad que el mundo le ofrece, se logró aniquilar hasta la más infinitamente diminuta parte de segundo que no tuviera la huella sonora de la humanidad.
Con tantos sonidos trabajando en la vital tarea de ocultar el silencio, la acumulación engendró el aumento de una intensidad vibrante de la palabra. Enunciar cada invisible elemento que compone el universo propio se volvió una obligación moral que condena también al escuchar un panóptico de palabras cada vez menos relevantes.
III
La palabra aparece ante todos como un ente en vigilia que acecha al tiempo intentando emular su paso eterno. El tiempo nos envuelve en un espacio infinito y vano. Y en palabras de Pascal: “el silencio de los espacios infinitos nos aterra”. Deambulamos con tropiezos en hambrientas búsquedas, en demanda del conocimiento que nos permita entender el mundo, solo para encontrar que nuestros descubrimientos no son sino vacua vanidad que habla, el saber que hemos alcanzado dice más sobre nuestra ignorancia que el que se nos ha escapado de las manos: palabras superfluas que nos atan a una obsolescencia agonizante.
Todo aprendizaje resulta digno de enunciación, toda experiencia, toda visión, toda carencia, toda angustia. Esa obstinada lucha del lenguaje por monopolizar la realidad entera esconde una cobardía común, un pánico histórico al territorio poco frecuentado de la conciencia, turbación mental del silencio, latido sísmico de nuestro pulso, gota tormentosa de agua que cae, encuentro con el odioso Yo.
(IV
Inquieta la cantidad de remedios que encontramos para evadir(nos.) el irremediable destierro hacia el océano de la mente, preferimos colmarla de abundantes e intensas experiencias que al final solo sirven para aturdirnos en una distracción que nos vuelve incapaces de acceder a la contemplación, incapaces de saber qué es exactamente lo que percibimos: espectadores desatentos de nuestra propia vida, acaudalados en distracciones indiscernibles, de naturaleza esquiva y nebulosa; expertos en artilugios embelesantes y resignificaciones insignificantes, vehículos de huida del ensimismamiento consciente.
Ah, pero la alerta precisa, inmediata y contundente que anuncia disciplinadamente cada solaz que nos rescata de nuestra oquedad, que enuncia con espasmos sonoros agudos el mensaje, la cita, la entrada, el fin. Oh, campanada virtual que anunciará nuestra propia muerte).
V
El silencio es tierra fértil. Desierto. Mar. Cielo. Luz. Oscuridad. Posibilidad de su imposibilidad. Anulación de sí mismo. Eco infinito. Línea recta. Reposo del presente. Duda y respuesta. Puntos suspen…
VI
Avanzar a la deriva a través de un espectro en donde todo es posible, en donde la nulidad verbal lo muestra todo y al mismo tiempo lo oculta, en donde se nada por los mares de la conciencia y se revelan las preguntas, donde se niega la palabra y se niega la imagen, se anulan los límites y las formas, caen los velos distractores y hace presencia la infinitud de la verdad, donde se mancha la pureza del deseo, se abre el vórtice de los enigmas, donde yace lo indefinido, el reverso, lo otro, angustia pasada de la memoria infatigable para revivir el grito, donde comienza el incansable conteo del compás del reloj, espacio espeluznante de las horas muertas: eso es callar.