Poesía mexicana contemporánea: Daniela González

TIZNE
 
Afuera arden las calles
Un humo con aroma a hierba
vuela hasta mi balcón
 
Insidioso abre la puerta
marchita las flores plásticas
que adornan mi cama
 
Poco a poco alcanza la pared
Consume el cuadro de cerezas
que pintó mi madre
antes de morir
 
Una brasa me guía
hacia la espalda de un reloj
No encuentro hora ni espacio
en esta habitación negra
 
La espesa niebla oscura
bloquea mis pulmones
y el hollín se instala
permanente en mi pecho
 
Tiemblo de calor
Los débiles talones
ya no soportan mi cuerpo
Al caer mis uñas estallan
se entierran en mis dedos
las arrastro en el piso de cristal
 
Una nube oculta
mi carne agonizante
que con esfuerzo animal
avanza en cuatro patas
 
El humo cerca la salida
El eco de una garra muere
se extingue con el ruido
de mi cabeza que rompe el suelo



LA NEURONA DEL HAMBRE
 
Disfruto el aceite que se quema
en un sartén desgastado por la espátula
que de tanto raspar para dar vuelta
termina rasgando la cubierta del metal
 
El sabor de la carne cruda
Antes de ponerla al fuego
le arranco un trozo
para comprobar con mi lengua
que la sangre no está podrida
 
El sonido de la piel
que al contacto con la plancha ardiente
suena como si el animal aún viviera
           como si todavía pudiera chillar
 
Disfruto el caldo moviéndose 
debajo de la carne sin huesos
que deja su espectro en el vapor
 
Aroma animal arrancado del sartén
servido en plato blanco
donde me gusta ver al óleo
pintar su rastro con la sangre
que se escurre al cortar el bistec

Del bistec disfruto la textura
que se atora entre mis dientes
y se aferra a una existencia desmembrada
 
Pero cuando termino de comer
crece en mi estómago la náusea
 
Mis dos dedos me laceran
cuando rozan con sus llagas
las heridas de mi paladar
           
Siento en la viscosidad de mi garganta
el impulso de una arcada
empujando la comida
 
Resbala hasta desembocar
en el inodoro de mármol
 
Tiemblan mis piernas
por la sensación de un hueco
en mi estómago insaciable
 
De mí reniego
la piel que se infla y se comprime
el vacío voraz que reclama
y las estrías en el espejo
 

 
WISTERIA
 
Anoche soñé con tu habitación
Mi piel desnuda erizaba al viento
que vino desde el norte
y se coló entre las paredes
 
Ese viento trajo consigo al polvo
con aroma vainilla y canela
para hechizarme la columna
 
Incrustada al suelo por un clavo fantasma
miré a la nube crecer y danzar al ritmo del aire
que se volvía cada vez más escaso 
 
El polvo consumió todo
convirtió en ceniza nuestra cama
desordenó todos los cajones
destruyó nuestras fotografías
que ocultaste bajo llave
 
Después rompió el mosaico
se plantó bajo el concreto de tu suelo
se coló entre los dedos de mis pies
 
Ya no hubo aire qué respirar
mis ojos se abrieron tanto como mi boca
mis manos me apretaron el cuello
pero la asfixia no me mató
 
Sentí al polvo echar raíces
a través de mi garganta
 
Sembró entre tu piso
entre mis órganos
semillas de glicinas que florecieron
regadas por mis lágrimas
 
La hierba trepadora se abrió camino
rompió mi piel y se enredó
en todo mi cuerpo
en toda tu habitación
 
 

RESPLANDOR
 
En el marco de mi puerta una niña asoma su cabeza. Está convencida de que es perseguida por la luna. Quiere resguardarse. La dejo entrar. A la habitación entra con ella una luz plateada. Conforme se acerca, noto que tiene estrellas en lugar de ojos. Su cabello parece un río de diamantes y su piel es de cristal.
Se acurruca a mi lado. Huele a hierbas del mar. Canta la canción de cuna que mi abuela solía cantarme antes de dormir. Su voz es viento con aroma antiguo.
—¿A qué sabe el pasado? —pregunta cuando termina de cantar.
—A carlota de limón, ingenuidad y tierra.
Con el despunte del alba logro descubrir a mi huésped y sus motivos. Entiendo, al fin comprendo. Ha venido a verme el fantasma de mi muñeca favorita. El sol naciente esclarece mi pensamiento, pero ella se ha ido. Se evaporó entre la luz del día que me transporta al presente. En mi paladar no puedo distinguir otro sabor más que amargura.
 

 
CAMBIAFORMA
                       
Dentro de mí,
en el espacio que separa
las costillas de la carne,
habita un demonio.
 
Amorfo, plástico negro
se expande y comprime
todas las paredes de mi pecho.
 
Demonio pulpo crece.
Su tentáculo se extiende
de las clavículas al brazo
y lo hace temblar.
 
Lame lengua serpentina
mi oído de cristal.
Susurra un embrujo amargo,
se quiebra en mis dientes
antes de abandonar mi cuerpo.
 
Escurre
de mi boca amoratada
al suelo de la casa
un demonio brebaje
que parte el mosaico.
 
Pinta de negro cada rincón.
Envuelve la atmósfera,
la engulle, la eructa.
 
Después,
demonio culpa vuelve
para ordenar la casa
y limpiar el brebaje.
 
Se reduce hasta formar
la masa plástica
que llena mi vientre.

Ahí planta una semilla
el demonio dolor.
 
De ella renacerá
en otro tiempo,
en otra casa,
mi demonio
cambiaforma.
 
 
 
 

 
Daniela González (Saltillo, Coah., 1997). Egresada de la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Coahuila, se interesó en la literatura a edad muy temprana. Ganadora del premio La Juventud y la Mar 2012, convocado por la Secretaría de Marina del Estado. Ha cursado diversos talleres impartidos por escritores de su ciudad, desarrollándose en el ámbito de la poesía y la narrativa. Cursó el Diplomado de Literatura impartido por la CECOART de Durango.
 

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