Hugo Plascencia
Disertaciones sobre el icono de su cuerpo
I. Tótem
Antes que el Popol Vuh,
el Chilam Balam,
el poema de Gilgamesh,
la Biblia,
el Corán,
y toda extensa cita
de códices,
danzas,
ritos,
ceremonias
de noches tribales
y transmisión oral
que conmemora la memoria
del primer asentamiento
de la historia,
hubo su cuerpo:
«Cantar de los cantares»,
texto sagrado de la creación.
II. El índice de dios
Su vientre es un valle,
brecha de rumor su silencio erizo al tacto,
reflujo de caricia el eco en mi mano,
abierta agua la herida sin cicatrizar,
frondoso mi rostro en el valle de su vientre,
mi lengua: el dedo índice de dios
eléctrica ala de cometa en verano.
III. Desnuda sombra
La desnuda pared al igual que la ventana
despliega y mimetiza su cuerpo en la cama,
elipsis floricundo su sexo de olor táctil,
éxodo de la carne ante la uña
donde solo falta
la materia errante de su sombra.
IV. Imágenes paganas
En la paleta de tus pechos
con tus uñas lustraste
el rubor de mis labios,
nuestros cuerpos fueron materia
y sustancia en estado puro,
húmeda tintura y espacio
donde pintamos falsas imágenes al cerrar la puerta.
Los oficios de la noche
En el naufragio del mar nocturno,
en el pesado y rutinario aliento de las noches,
levitan las huellas del poeta.
Como el obrero ante el umbral de la fábrica
no renuncia a maquilar madrugadas
en ciudades ávidas por la fiebre de viajeros,
donde las mañanas embotellan veranos
spring breakers,
y el sol tatúa de papagayos y quimeras
los hombros de los atardeceres
como una hoja que cae en cámara lenta,
en el lento suicidio del día,
en el tenso lazo tenue del crepúsculo,
donde los autos guardan un gato encerrado
como el aliento antípoda de dragones
en madrugadas insomnes de trasnochados,
y transexuales que lucen su maquillaje de neón
y tiñen su fluorescencia en manteles y coplas
que salpican en el telón de las mesas
el ea ea intermitente de animadoras desanimadas
como un insondable secreto a voces
en la carátula y el antifaz de la noche
que revelan los misterios de cualquier hijo de nadie.
Para mantener ebrio al búho antípoda
cascando el cobalto en las trincheras de la noche
-no basta un cazador señor búho-
revelar su rostro perspicaz e infame
es como delatar la identidad de las madrugadas,
capturar entre la legión al turista con el lazo de la palabra.
Por eso todo el santo día
entre muros de Jericó y fábricas de vigilia
las gallinas aúllan como gatos enquistados,
arañan su celo contra el gemido de las mañanas,
se lamentan, arrastran y desgarran en pisos y bardas
como si quisieran escribir un verso más.
Ficha del autor
Hugo Plascencia. Poeta. Nació en México, 1978. Ha colaborado con publicaciones en Canadá, Estados Unidos, México, Inglaterra, España, Francia, Perú y Chile. Colaborador de La Jornada Semanal, el Periódico de Poesía de la UNAM y el Petit Journal. Coautor de varias antologías y autor de los libros Ahogar el grito, 2005. Todo es Babel, 2006. Calandrias underground, 2007 traducido al francés, y Razón de Bestia, 2008. Ha participado en festivales de poesía en Estados Unidos, Francia, Perú y México. Parte de su obra ha sido traducida al inglés y al francés. Realiza lecturas en colaboración con músicos y artistas visuales. Y ha colaborado en documentales en México y Francia.