La sensación del tiempo suspendido por Agustina Valenzuela.

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Sobre “El sueño de Paloma Sanlúcar” de Ernestina Yépiz.

Al abrir la puerta de esta novela me encuentro con dos historias contadas por Inés Nazzaro, una narradora con dos perspectivas: narradora-personaje y narradora en tercera persona. La escritora decide contarlas al mismo tiempo, no separarlas en líneas narrativas diferentes, sino entrelazarlas.

Marko Batre y la narradora (Inés Nazzaro) se conocen en un viaje, en el transbordador que cubre la ruta Topolobampo-La Paz, y de inmediato se relacionan como si se conocieran de siempre. Por otro lado, está la historia de Paloma y Clarissa Sanlúcar, una periodista y la otra bailarina, que llegan en 1886 y se establecen en Topolobampo, en un proyecto de ciudad de Albert Kimsey Owen, ahí se relacionan con Andrev Vladivostok, médico y poeta, quien se siente atraído por las dos hermanas.

Inés ha sido tocada por la sombra. Una mujer se comunica en sueños con ella. Decide hacer el viaje e ir en su búsqueda. La encuentra en fotografías en el Museo Regional del Fuerte.

Esta novela se mueve entre la realidad (presente) y la fantasía (lo que imagina la narradora), también entre la dualidad del ser y el no ser. Inés es una joven vital y moderna, pero se siente un fantasma. Esto apunta hacia el tema de la locura. Desde la perspectiva de la narradora, ella puede ser Paloma Sanlúcar (y otras), al mismo tiempo, Marko puede ser Andrev Vladivostok (y otros). Los personajes son cambiantes, son estos y los otros, son otros en una misma historia, como la reescritura propuesta desde el principio. Este juego crea la sensación del tiempo suspendido.

La historia de amor entre Inés Nazzaro y Marko Batre, después de conocerse en Topolobampo, continúa en Chicago y Oregón. A través de las descripciones se despiertan los sentidos del olfato y del gusto. Batre cocina, prepara ensaladas, café, hornea pasteles, entre otras delicias.

El primer apartado de la novela se cierra con la frase: Juntos hasta que la muerte los separe. Se antoja irónica en este contexto porque vemos que los personajes siguen unidos más allá de la muerte, acaso nos introducimos en el inconsciente colectivo, de la vida que se reescribe, que se repite. Es como si la autora nos quisiera decir: no hay cosa más real que la fantasía y cosa más frágil que la realidad.

El sueño de Paloma Sanlúcar de Ernestina Yépiz establece la intertextualidad con múltiples escritores sobre la poesía y la narrativa, por mencionar algunos: Sergio Pitol, Virginia Woolf, Elena Garro, Borges, Flaubert, Silvia Plath. Nos revela cosas como que no hay frontera entre géneros, la práctica de la escritura a mano y la relectura, esto último lo dice de una manera muy bella: Es como amar y volver a amar el mismo cuerpo.

La narradora-personaje retorna al lugar de origen, después de haber ido a buscar a la mujer del sueño, cargada de un conocimiento, habitada por más fantasmas, con la experiencia del amor y de la pérdida. Nos cuenta su historia familiar, sus relaciones, sus afectos, sus dificultades para relacionarse con los otros, nos cuenta su soledad. 

En la tercera parte, titulada La absurda rutina de escribir, la protagonista llega a varias anagnórisis de la escritura, así en la página 59 dice: “Me queda claro que escribo por insatisfacción, para apaciguar la soledad que me recorre el alma y mantener con vida las ausencias que guarda mi memoria”.

Más adelante revela el carácter importante de la escritura al decir en la página 63: “Estoy segura de que solo sobre el papel en blanco y a través de la escritura se puede tocar la eternidad”. 

El lenguaje poético de esta novela dispara la posibilidad de significados, la posibilidad de hacer nuestra propia reflexión, ayudados, claro, con la protagonista. Al decir por ejemplo: “Cada uno de nosotros es el fantasma de otro fantasma”. ¿Acaso no somos reales, no somos los que creemos ser, nuestra vida ya existió, la vida se repite, la vida se reescribe? Surgen muchas preguntas al ir leyendo y sintiendo la novela porque como bien dice Inés “Se escribe con la cabeza, la imaginación y el cuerpo entero”.

En el apartado Aquellos días, la narradora ya está instalada en la casa en Cedro Negro, hace una analepsis. Nos cuenta de la enfermedad y muerte de varios de sus familiares cercanos, comprendemos la situación de su estado mental, las voces que la siguen, la locura que quiere exorcizar con la escritura. La casa está habitada por sus antiguos inquilinos y ella lo percibe. 

En Encuentros inesperados va cerrando la novela con la presencia o evocación de los personajes de la historia más antigua, se revela la fuente de información sobre Paloma. La visita de Inés al cementerio me hace sentir que pudiera ser solo una sombra. La autora real juega con las ambigüedades y antítesis y nos conduce, como lectores, a habitar un mundo fantástico. 

Inés tiene la facultad de comunicarse con su bisabuela a través del sueño y desea saber más y descubrir otra historia, una desconocida por Mariana, la que finalmente desembocará en la escritura de la novela El sueño de Paloma Sanlúcar. La destreza metaliteraria me lleva a pensar que Inés es Ernestina, es Paloma, es Mariana, es Elena, es Woolf, es quien intenta continuar con el trabajo de otras y otros y que tampoco va a terminar. Inés, la protagonista de esta novela, también puede ser cualquier lectora que sueña con escribir lo que flota en el aire y que puede ser su propia historia.

Con un final predecible se cierra el círculo, pero vuelve a iniciarse.

Agustina Valenzuela: Narradora y docente. En 2007 obtuvo el IV Premio Valladolid a las Letras. Es autora de Toco el violín para olvidar que soy mujer y La musa y sus caprichos.

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