Perfil: Julio Zatarain

Julio Zatarain escritor

Julio Zatarain. Músico y comunicólogo. Ha publicado cuentos en las antologías Ráfagas de nombres (Colegio de Sinaloa, 2014), Cuentos desde la orilla (Andraval Ediciones, 2018) y Álbum Negro (Instituto Sinaloense de Cultura, 2018). Ha publicado también en diversas revistas como Tierra Adentro, Timonel y Poetómanos. Durante el periodo 2017–2018 fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) en la disciplina de novela. En 2021 gana el Premio Nacional de Cuento José Alvarado convocado por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Cofundador del Colectivo La Ballena Literata y Revista Alcantarilla en Mazatlán.

  1. ¿Cuáles son tus principales preocupaciones en la escritura?

No tener el tiempo necesario para dedicarme a ella, producir y que todos los proyectos literarios que tengo no salgan avante en sus momentos necesarios. Otra preocupación inevitable es que nadie lea lo que escribes, a pesar de nunca dejar de escribir.

  1. ¿Cómo es tu proceso creativo?

Darle vueltas a la idea por varios días, semanas o meses, hasta que tengo toda la historia en mi cabeza, de inicio a fin. Despejarme de distracciones laborales y de esparcimiento, para poder entregarme a esa historia que me dio vueltas. Generalmente es muy temprano por la mañana y unos días después la revisión.

  1. ¿Qué autores han servido como influencia o modelos para tu obra?

Rubem Fonseca, Daniel Sada, José Revueltas, Raymond Chandler. Otros.

  1. ¿Cuál es tu más reciente libro y sobre qué ejes temáticos y estéticos gira?

Se titula En qué piensan los gusanos cuando tienen hambre, una serie de cuentos que navegan entre la soledad, la violencia y la urbanidad, de personajes que varían en edades y situaciones. Juega con diversas estructuras y narradores que aportan al dinamismo de los cuentos.

  1. ¿Puedes compartirnos algunos de tus proyectos de escritura en los cuales estés trabajando?

Tengo un par de novelas escritas con las que estoy trabajando la edición y correcciones finales para afinar un primer borrador listo. A la par me encuentro escribiendo un libro de cuentos. 

  1. ¿Qué temáticas, procedimientos de escritura o autores recientes son de tu interés?

El horror y lo fantástico hispanoamericano. Me interesa el trabajo de Mariana Enríquez, Bernardo Esquinca, Fernanda Ampuero, Mónica Ojeda.

  1. ¿Qué opinión te merece la actualidad de la literatura en Sinaloa?

Radica fuertemente en Mazatlán, Los Mochis y Culiacán, sin embargo, requieren de una mayor proyección desde el estado hacia el país. A nivel de formación, no hay formalmente un espacio, en ningún municipio, en el que alguien pueda forjarse como escritor o escritora, sino talleres aquí o allá, de su interés. Los libros Álbum negro y Álbum rojo fueron detonantes para conocer cómo escriben y sobre qué escriben los jóvenes menores de 35 años hasta el 2018, de temáticas y estilos diversos.

Dos tumbas

Sus tenis ya deben estar colgados en algún cable, sin embargo, uno de ellos pisa el acelerador de su auto, un Sentra 98 con tres choques y corrosión. Había salido de su casa dispuesto a recorrer la ciudad y no detenerse hasta agotar el tanque de gasolina y encontrase, en la noche, el perdón, escondido en la frontera indómita entre la justicia y la venganza.

Lleva semanas sin descansar, bebiendo hasta caer medio muerto. Su sonrisa está muy distante. Espera en el primer semáforo, el que da salida, o entrada, de su colonia. Se siente en una canción mexicana. Los autos pasan frente a él, veloces, y por un instante piensa en pisar el acelerador y terminar. Pero: luz verde. Las dos avenidas se le aparecen enfrente, una hacia el centro y otra a la zona hotelera. Elige adonde posiblemente no hay alcoholímetros. 

Trae en el auto dos latas de cerveza Pacífico. Y antes, durante la tarde, bebió al menos una docena. Leyó el mensaje en su celular y se puso los tenis más viejos y arrancó hacia nosabíadónde. ¿Sí fui yo?, se preguntaba. El diablo sabe bien a quién se le aparece, recuerda el refrán y avanza hasta la Carretera Internacional México 15 como un barco a la deriva, sin puerto, con mucho viento, sin brújula.

Tiene difusas las últimas tres noches. Su pecado fue anteayer. Demasiada cerveza y comida de la calle. Si no hubiera visto su foto en redes sociales (cuidado con este sujeto), jamás se habría enterado de lo que hizo. Sucedió en un toquín de rock, de cochera. Al querer recordar, sólo oyó su nombre y a alguien empujándolo. ¿Fue real? Veinte años bebiendo, cero errores como ese, y ahora, de pronto, recorre la ciudad sin poder huir. 

Si tiras una piedra a un perro, ¿eres mataperros? Se pregunta, desconociéndose. Llega al bulevar donde venden camarones durante el día y le llega el tufo como una embestida. A la vuelta hay una cantina. Compra cervezas y otro tufo le llega de golpe. Sale con seis latas y dos cigarros. Busca penitencia. Se dirige adonde sabe que hay alcoholímetros, rumbo al malecón.

El mar lo baña, en sonido y aroma. Quizá por ser martes no se topa con ningún retén. ¿Debo ir a la policía? La organizadora del toquín, la dueña de la casa y del perro, aunque no iba a quitar su publicación viral de redes sociales, le aceptó finalmente las disculpas. «Pero Roberto quién sabe», leyó el último mensaje y se puso los tenis viejos, aquellos que ya debía colgar en algún cable de electricidad.

¿Es realmente quien dice ser? ¿O es otro que no acepta que es? El punto rojo de la gasolina se enciende. Vuelve a la México 15. ¿Fue un asunto de briago o de violencia animal? Sacude la cabeza y se conoce un poco más. No se siente mataperros. Logra quitarse la grasa moral de la mente y ahora que la gasolina se le acaba, piensa en volver a casa y demostrárselo a todos. (Les cuento que me cuesta perdonarme a mí mismo).

Al entrar a su calle se encuentra con una camioneta negra y sucia, como el cielo, tapando su cochera. Había esperado un rato el último semáforo en rojo antes de entrar a su colonia y cuando vio los carros veloces frente a él, lo volvió a pensar: usar las últimas gotas del tanque para que algún camión lo partiera en dos. Pero: la luz verde se encendió. Detiene el Sentra 98 frente a su casa. Mira la camioneta gris, despreocupado. Baja con dos latas de cerveza y cigarro en boca, pensando lo que iba a publicar en redes sociales (de este sujeto no deben cuidarse).

Roberto lo ve acercándose y baja de su camioneta parecida al cielo. En su mano brilla una escuadra. Dos palabras: una es un verbo transitivo, una acción final, y la otra era un nombre de perro, sencillo, limpio, puro. 

Suena el estruendo seco. Lo lleva hacia la inmensidad de la banqueta encharcada. No lo iban a salvar ni todos los alcoholímetros del mundo, mucho menos una publicación en redes sociales. Sólo pudo provocar el cuarto o quinto choque de su auto y quedar trenzado en el laminado. Pero no lo hizo por cobarde. No tiene respuestas y ahora, mientras huye el fugitivo, sabe que va a tener la mejor de todas. 

No cierra los ojos: ve sus tenis y sabe que ya debían estar colgados en algún cable de electricidad.

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