Sobre ‘El santo del crack’, de Ricardo Guerra.
Hace unas semanas estuve leyendo la novela autobiográfica-ficcional de la cantante de metal industrial Emilie Autumn, El asilo para chicas rebeldes victorianas. Aunque más cimentada en el terreno de la ficción, Autumn comenta algunos episodios de su propia estadía en un hospital psiquiátrico después de un intento de suicidio.
Quizá lo más conmovedor es cuando habla de la terapia de electroshock: Autumn explica que para su trastorno bipolar de la personalidad, hasta ese momento, ella solo había utilizado litio. Pero los psiquiatras desconocen por qué el litio genera resultados, de la misma manera que desconocen por qué deja de dar resultados (igual que Ricardo comenta que los medicamentos psiquiátricos necesitan semanas para producir resultados, semanas que a veces los suicidas no tienen). Volviendo, cuando el litio deja de surtir efecto es cuando se necesita la terapia de electroshocks. Autumn relata que a la clínica en la que está internada contra su voluntad, llega una chica llamada Chloe con un libro sobre los electroshocks. La chica luce desanimada y sin mucha energía. En el transcurso de la noche ambas pacientes empiezan a charlar y Chloe menciona que tiene semanas tirada sin querer hacer nada, sin ganas de moverse, y que se recomendó que pasaran directo a los electroshocks. Le dice a Emilie Autumn que tiene miedo. Y Autumn le exige que no lo haga, que irá, tomará la terapia y luego saldrá y se sentirá mejor, porque cuando Autumn llegué a necesitar electroshocks y tenga miedo, tiene que ser Chloe quien le brinde ánimos. Luego Chloe le pregunta: “¿Has intentado abrirte? ¿Dejarte llevar si eso es lo que necesitas? Para eso estamos aquí, para dejarnos llevar en un espacio seguro. Quizá podría ayudarte”. A lo que Autumn responde simplemente: “Ese es el problema. Este no es un espacio seguro”.
Estos dos diálogos son los que cimentan las crónicas que Ricardo Guerra de la Peña y Zel Cabrera unieron en El santo del crack. La voluntad de mejorar, pero la falta de espacios seguros para hacerlo. La búsqueda de la sobriedad y el encuentro de un sistema de salud mental desarticulado que le falla a los ciudadanos que lo necesitan. Leer este libro de crónicas es similar a conversar con su autor, quien nunca tiene cabellos en la boca para hablar de sus problemas emocionales. Es un exhibicionista emocional, quizá. Pero ahí donde Ricardo no encontraba un espacio seguro para poder dejarse llevar, decidió construirlo con su fuerza narrativa.
El arte romantiza la decadencia. La pureza es igual a la caída emocional. Si no hay sufrimiento, no hay arte. Pero en las últimas décadas, los especialistas de la salud mental –ya sea desde la psicología, desde la psiquiatría o el psicoanálisis– han cuestionado este precepto. Sobre el cantante indie Daniel Johnston, el dibujante Harvey Pekar comenta: “Basado en mi propia experiencia como paciente mental hospitalizado, entre los años 2001 y 2002, yo argumentaría que la enfermedad mental no ayuda a los grandes artistas sino que, en cambio, los obstaculiza. Daniel Johnston no es grande porque tiene trastorno bipolar, si no a pesar de ello”.
El santo del crack, editado por Los libros del perro, es un esbozo de esa lucha contra el demonio. Desde su peculiar, y a veces lleno de tafil, punto de vista, Ricardo transforma anécdotas cotidianas y normales –como asistir al estreno de Avengers Endgame, ir a la feria, entrar a un Sanborns o ver a un gato atropellado– en los cristales de sobrevivencia que son estas crónicas. La lucha contra lo que nos impulsa a destruir a los que más amamos, y a nosotros mismos.
La crónica primordial, y con la que conocí a Ricardo, es la que lleva el título de este libro: el Santo del crack es el Quijote, un adicto al crack que es internado en la misma clínica de rehabilitación que Ricardo. Pero como decían en la clínica, para que un adicto sobreviva, tiene que morir otro.
También hay un tema que revuelve las entrañas del lector: el suicidio. Erick, amigo de Ricardo, se arroja a las vías del metro de una manera que quizá muchos de los habitantes de esta ciudad han fantaseado en algún momento. “Hay quienes, como tú, impacientes de luchar se ponen una armadura y desaparecen. Solo eso: desaparecen, porque la única batalla real es la que se pelea en el borde, la trinchera desde donde te escribo”, le dice a Erick en estas páginas.
Luego habla de sus propios intentos de suicidio e, incluso, sobre las trampas antisuicidas que los han salvado.
Comenta, incluso, que Erick le mencionó El mito de Sísifo, de Albert Camus, donde el filósofo francés lanza el comentario de que el único problema filosóficamente importante es el suicidio: “El ultimo engaño que vive el suicida es creer que al matarse se está salvando”, le dice a Erick, pero parece que se lo dice más bien al lector.
El tema de la rehabilitación y la sobriedad es, entonces, el central en este libro. Aunque verlo así también pueda sonar estúpido, ¿literatura de la sobriedad? Cualquier libro donde no se hable de los excesos, en teoría, debería formar parte de esta nueva categoría. Pero la sobriedad conlleva un precio: el esfuerzo para no recaer. El esfuerzo para salvaguardarte del dolor. “Estas cansado y enfermo, pero ¿estás cansado y enfermo de estar cansado y enfermo?”, pregunta uno de los personajes de la novela de Stephen King, Doctor Sueño, la novela continuación y rehabilitación de la borrachera terrible que fue El resplandor para Danny Torrance, su protagonista. En Alcohólicos Anónimos, existe la idea de que creyendo en un poder superior, podrá alcanzarse la sobriedad. Pues Ricardo, mostrándose emocionalmente desnudo y hasta exhibicionista, parece adjudicar este poder superior a la literatura. Porque parece indicar que hay que renunciar a sabotearse a sí mismo. Para eso se echa al menos un tafil por página en el libro. Porque como dice Ricardo: “guardaré en este texto el olor de sus corbatas y la certeza de que todo amor, incluyendo el de los muertos, no debe durar para siempre”.
Sergio Ceyca (Culiacán, 1990) ha publicado la novela No tendrás perdón (Instituto Sinaloense de Cultura, 2018) y el libro de cuentos Magia moribunda (Ediciones del Olvido, 2021). Estudió leyes en la Universidad Autónoma de Sinaloa y se ha desempeñado como reportero en diversos medios electrónicos y físicos como La Jornada Semanal, Milenio, Revista Timonel y Tierra Adentro. Participó en el primer Curso-taller para jóvenes creadores de la Fundación para las Letras Mexicanas, con sede en Xalapa; y ha sido beneficiario del Programa de Estímulos para la Creación y el Desarrollo Artístico de Sinaloa durante 2018, así como de la beca de Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, en el periodo 2019-2020. Actualmente es miembro del comité editorial de Ediciones del Olvido.
Arte de Meel Cerecer.