Los gusanos de Julio Zatarain
Al terminar el último cuento del libro En qué piensan los gusanos cuando tienen hambre de Julio Zatarain vino a mi cabeza el texto “La carne y los huesos” de Rubem Fonseca. No es para mí habitual encontrar a estos seres pequeños, ciegos y viscosos en la literatura, pero cuando lo hago pienso rápido en una palabra: descomposición. En el cuento de Fonseca, así como en los de Zatarain, los personajes a veces comen gusanos y a veces son comidos por ellos. Un ciclo terrorífico que puede servir como metáfora para definir a una sociedad descompuesta, pero que también es una realidad macabra y perturbadora que ambos autores se encargan de reafirmar a través de sus historias: tarde que temprano todos seremos alimento para los gusanos.
En el texto de Fonseca, el protagonista cuenta, mientras come gusanos de Maguey, que su propio cuerpo ha sido nido de larvas, en las piernas y en el estómago. Los personajes de Julio Zatarain van más allá, pues nos muestran esas partes de Mazatlán que están enfermas, ocultas casi siempre, pero que son reales y que, poco a poco, han ganado terreno en la anatomía social y urbana. A lo largo de siete cuentos el autor aborda la muerte, la desesperanza y la violencia de una forma cruda, sin adornos y con un tratamiento literario que expone las horas de trabajo invertidas. El primer cuento, “Flores artificiales”, nos presenta de golpe este mundo adverso e ingrato por el que caminarán y tratarán de huir sus personajes. La muerte aparece desde el primer párrafo y, con una analepsis, el narrador nos habla de América, de su amor por ella y de su desaparición. Al mismo tiempo conocemos al padre del protagonista, un hombre violento al que las circunstancias y la sociedad le han normalizado su actitud con una frase simple: “Así es él”, y de la mano de esto va la degradación del ser humano, la impotencia de vivir rodeados de sangre y de intriga. Entre las muchas certeras frases que construyen el texto hay una que se clava en el pecho del lector y le recuerda que vive en un sitio parecido al de estos personajes: “Quisiera un mundo donde nadie desaparezca”. No es el único cuento que nos hace sentir esto, “Personas a las que prendimos fuego”, un texto en donde la narración corre a cargo de un personaje femenino, exhibe el abuso, el tener que resistir a los maltratos y a los engaños. Con una voz creíble y sólida se construye la historia de un asesinato y la estructura nos recuerda a Gabriel García Márquez, Eduardo Antonio Parra o Samantha Schweblin en el sentido de que lo importante no es tanto la muerte, sino saber qué fue lo que colmó el vaso, cómo se fermentó el rencor. El final del texto es tan brutal como los cuchillazos que da la protagonista a su agresor.
Alguna vez Joel Flores apuntó que escribir cuentos es como andar en bicicleta. De acuerdo al autor, “es un viaje corto, pero a gran velocidad en una sola pista, bosque, parque, calle o avenida”. Lo recordé, inevitablemente, porque en algunos de los cuentos de Julio la bicicleta es central. Sirve como escape, como moneda de cambio y también como culminación de la desgracia de algunos. En “El diablo en bicicleta”, la Toribia es un personaje más, codiciada por el mismo Lucifer, presa de la decadencia que envuelve al barrio de su dueño, Bruno Salamanca. En este texto se aborda la corrupción de la inocencia y la desgracia colectiva. Después, la bicicleta se presenta de nuevo en “La pirueta de la liebre”, donde se explora el amor en un mundo podrido y mezquino. Un tipo atormentado que se enamora de una tipa atormentada en una ciudad atormentada. Piénselo, ¿qué puede salir mal?
Algo que no quiero dejar de mencionar es la manera en la que el autor conecta a todos estos textos. Sus personajes coexisten, los protagonistas de un cuento y de otro se han visto las caras en alguna ocasión, cerrando muy bien el universo verbal de esta antología. Cuando uno termina el último texto, “El hambre de los gusanos”, siente como si acabara de bajarse de una bicicleta también. Una bicicleta que recorrió calles desoladas, de pavimento resquebrajado o terracería, baldíos llenos de maleza y con el aire salino golpeándonos la cara. Sus historias son retratos atemporales de una marginación, soledad, crisis y desasosiego, tratados, a pesar del espacio físico de sus personajes, de manera universal. ¿En qué piensan los gusanos cuando tienen hambre? Ahora todo tiene sentido. Seguramente piensan en Mazatlán, en Culiacán, en Sinaloa, en México, en el festín que representa esta sociedad tan corrompida y putrefacta que Julio Zatarain ha sabido representar muy bien en su literatura.
Julio Zatarain (Mazatlán). Narrador. Publicó en 2022 el volumen de cuentos En qué piensan los gusanos cuando tienen hambre (UANL, 2022), con el cual mereció el Premio Nacional de Cuento ‘José Alvarado’ 2021
Hernán Arturo Ruiz (Culiacán, Sinaloa, 1993) Estudió Derecho en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Fue becario del PECDA Sinaloa 2016-2017. Ha publicado el libro de cuentos Las horas que perdimos (Nitro Press/ISIC, 2020). En 2015 recibió la primera Mención Honorífica en el Premio Nacional de Cuento Beatriz Espejo. Sus cuentos han aparecido en las revistas Timonel, Aldea 21, y en las antologías Once navajas, narradores menores de treinta años (FETA, 2015), Laboratorio para Narradores (Palabras del Humaya, 2017), Álbum Negro, narrativa sinaloense de ficción (ISIC, 2018), Lados B, narrativa de alto riesgo (Nitro/Press, 2018), Sin mayoría de edad (UNAM, 2019), El espejo de Beatriz. Volumen 2. (Ficticia, 2020) y Síndrome de Astier (Abismos Editorial, 2021). Actualmente es coordinador del taller Laboratorio para Narradores y estudia la Maestría en Historia en la Universidad Autónoma de Sinaloa.
Arte de María Vez.