Ismene Venegas: Poemos* de frutas

*No, no es una errata.

durazno

En los mercados de la ciudad de México
duraznos chiquitos y amarillos
se apilan en pirámides.
Su cáscara atrapa la tierra
que enturbia el agua de remojo cuando se lavan
 
Los duraznos gabachos son enormes
como bolas de softball.
Tienen el ímpetu ganador
que les daría el triunfo en el concurso de la fruta más perra
de cualquier condado de Carolina del Sur,
con la piel de terciopelo chapeteada
pero la carne bofa y desabrida
 
En la isla conocí a los duraznos planos
parecen donas
o pequeños planetas
con anillos
como Saturno
que giran desde una pulpa blanca,
dulce y firme,
alrededor de una semilla de cereza
 
 
En medio de ese verano atroz,
perdida en un idioma hermoso que no logré descifrar,
en el momento justo en el que decidí abandonar el barco
el olor de un durazno maduro
me trajo de regreso al mundo.
 
 
granada

La granada está lista cuando su piel revienta
se asoman los granos
y entonces el verano termina.
 
Hay que comerla con cuidado:
si te salpicas la ropa con su jugo
la mancha no se va quitar nunca.
 
Hay que comerla con cuidado:
la piel amarilla que cubre a los granos sabe feo
como a semilla de limón
como a pegamento de un sobre que nunca llegó al correo
 
 
pérsimo

al pérsimo hay que dejarlo madurar,
ponerlo por días en el marco de la ventana
hasta que el sol de otoño vuelva su piel transparente

 
chabacano

se parece al garbanzo
pero no nace en vaina
 
cuando está verde
su carne es firme
ácida
y un poquito dulce
 
cuando está en su punto
se sonroja
 
ya maduro
se apachurra
nomás de verlo se hace mermelada
 
a mí me gustan los chabacanos cuando están verdes.
 
De las estrellas de la matatena que tenía
ya sólo me quedan tres
por eso juego con los huesitos del chabacano
pero sólo tengo dos y el juego acaba muy rápido.
 
Mi mamá me dice que use garbanzos, que se parecen, que es lo mismo
pero no es así:
los chabacanos no nacen en vaina.
 

manzana 

Semilla

En el tiempo de los llamados pioneros de Norteamérica, John Chapman salió de un pueblo de Pensilvania armado con una biblia, una cazuela y un saco de semillas de manzana. Se dice que por casi cuarenta años recorrió descalzo los condados del noreste de los Estados Unidos plantando sus semillas por donde quiera que anduvo. Pensilvania. Ohio. Illinois. Indiana. Virginia Occidental. Enseñó a muchos a crecer el manzano, a cocer la fruta para hacerla mantequilla, a fermentar su jugo para preparar sidra, a sacar las semillas del orujo para luego sembrarlas. Dicen que no tenía casa, que no tenía familia, que vivía solo entre los pomares que sembraba; que era amigo de los animales y que prefería apagar el fuego de su hoguera en el bosque con tal de no ver a los mosquitos y las palomillas arder al acercarse a la pira. Murió alrededor de los setenta años y múltiples condados del estado de Indiana clamaron que John Chapman, conocido como Johny Appleseed, había muerto en sus territorios. Cada condado registra una fecha diferente de su deceso, pero todos, en sus obituarios, coincidieron en que siempre anduvo descalzo a pesar de la nieve invernal y en que gracias a él se distribuyó el cultivo del pomar por los Estados Unidos. Se dice que además del manzano también distribuyó una planta llamada comúnmente dogfennel, pensando que tenía propiedades medicinales. Ahora se sabe que esa planta es extremadamente invasiva y contiene una sustancia tóxica que deteriora las funciones del hígado. Para deshacerse de ella se recomienda removerla de raíz antes de que broten las inflorescencias.

Alma

La manzana común es producto de la domesticación de una planta silvestre llamada Malus sieversii, nativa de las montañas de Kazajistán. La república de Kazajistán es un país que, además de ser el estado más extenso sin litorales del mundo, está situado simultáneamente en dos continentes: Asia y Europa oriental. La antecesora de la manzana común puede crecer hasta doce metros de altura, casi el doble que el pomar de cultivo. Sus hojas se colorean de rojo en otoño, justo después de que sus frutos maduran. Pasa el invierno dormida mientras la nieve cubre a las Montañas de Altái y en primavera despierta. Sus flores, blancas y de cinco pétalos, nacen al mismo tiempo que sus hojas brotan, como si tuviera prisa por vivir. Los árboles de la manzana común también tienen esa prisa en primavera, pero sus hojas no enrojecen al término del verano, nada más se secan y caen al suelo. Almatí es el nombre de la capital de Kazajistán y significa “Padre de las manzanas” en kazajo. En las lenguas túrquicas la manzana tiene nombres parecidos: en Turquía le llaman elmalar. Olma en Uzbekistán. En Hungría, almak. En Kazajistán: alma.

No me gustan las manzanas Granny Smith

Si uno corta una manzana transversalmente encuentra en su interior cinco compartimentos perfectamente distanciados entre sí donde descansan cinco semillas. Esa es la parte más hermosa de una manzana: su ombligo pentagonal, que guarda la memoria geométrica de la flor de la que nació. Las manzanas redondas son las más bonitas. Las de piel rosada tienen la carne bien firme. Las dulces son ricas a mordidas. Las manzanas ácidas solo me gustan cocinadas, con mantequilla y azúcar, por ejemplo. Una navidad, cuando éramos niñas, mi hermana preparó la ensalada del postre con manzanas verdes, lo cual me pareció una pésima idea. En el invierno del 2013, el peor que la costa este de Estados Unidos había visto en veinte años, visité a mi hermana en Cheltenham, un suburbio al norte de la ciudad de Filadelfia. En los mercados de la ciudad había variedades de manzanas con muchos tipos de formas y colores diferentes. Ahí probé por primera vez tres manzanas con la piel arrebolada que no conocía: la Pink lady, la Honey crisp y la Fuji. Ese invierno el vórtex polar migró un poco más al sur de lo habitual y mantuvo por varios días la temperatura a 16 grados centígrados por debajo del cero. No entiendo cómo alguien pudo sobrevivir un frío así con los pies descalzos.

Ismene Venegas es una cocinera bajacaliforniana con aspiraciones literarias. Estudió la Licenciatura en Gastronomía en la Universidad del Claustro de Sor Juana en la ciudad de México; lideró las cocinas del Restaurante La Contra en Ensenada, B.C. y El Pinar de Tres Mujeres en el Valle de Guadalupe, B.C.; es coautora, junto a Paula Pijoan, del libro Plantas nativas comestibles de Baja California, editado en 2018 por Culinary Art School, Tijuana, B.C.; ha publicado crónicas y ensayos en revistas culturales como El Septentrión, Pez Banana, Revista Plástico, Neotraba y Revista DeNada. 

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