Kazuki Alberto Ito Cervera (Guanajuato, 1983) doctor en literatura hispanoamericana por la Universidad Veracruzana. Su trabajo de investigación está relacionado con la violencia, redes culturales y grupos literarios. Ha publicado en El Cultural de La Razón. Actualmente, divide su tiempo en la literatura, la cocina japonesa, su familia y la pesca deportiva.
Fragmento de un cuento de Todos los tipos jóvenes, ganador del Premio Gilberto Owen 2025.
El corazón del Pieko
Hay sentimientos que germinan en ciertas personas; pero en otras tantas es como si cayeran en tierra estéril. Unas palabras de aliento pueden ser un bálsamo reconfortante o una cursilería estúpida en oídos de un ser mallugado por la hostilidad pedestre de la vida. Hasta las historias necesitan de oyentes con una mínima calidad humana para ser apreciadas. Esto lo contemplé en un círculo de amigos, después de no vernos por un largo tiempo.
Algunas amistades son el resultado de combinaciones entre personas. Recuerdo que, gracias a Ñañiel, conocí al Gringonita y al Sarnas, y por esos tres, al Pieko. De no ser por ellos, Pieko y yo jamás hubiéramos compartido la mesa, porque en realidad nunca nos caímos bien. Pieko me resultaba de una intensidad desagradable. Él afirmaba que podía besar a cualquier hombre en la boca sin miedo, porque tenía plena seguridad en su orientación sexual: “Si no me quieres besar, es porque tienes una homosexualidad latente”. Yo le dije que era innecesaria tanta maroma discursiva para salir del clóset, si él quería besarse con hombres, que lo hiciera y dejara tanta palabrería absurda. A pesar de que los otros respondían de manera más tajante y mordaz a esos desfiguros, el Pieko lo tomaba personal conmigo. Quizá, al ser yo el nuevo integrante, buscaba marcarme la línea y dejar clara mi condición de intruso en aquel círculo.
A Ñañiel lo conocí a mediados de la carrera, cuando estudiaba la licenciatura en literatura. Él era estudiante de filosofía y dirigía el cineclub. En una reunión de estudiantes de la facultad, quité la desastrosa música y puse Weasels ripped my flesh de Frank Zappa. Me senté a jugar dominó y los demás rezongaron; pero él celebró mi elección. Ñañiel resultó ser un conocedor musical altivo y pedante. Cuando me tocó jugar contra él, puso a prueba mi bagaje musical y pude demostrarle que yo no era un presuntuoso impostor, sino un verdadero amante de Zappa. Tardamos un tiempo en dejar atrás las hostilidades, debido a que los dos éramos personas sin filtros y decíamos las cosas como las pensábamos, sin tacto ni sutilezas, sólo franqueza pura y dura: “Necesitas un cinturón octavo dan en humor para entender tus bromas”, dijo una vez Ñañiel al entablar nuestro primer contacto amistoso y descubrimos que nos hacían reír las mismas cosas que el común de la gente las consideraban meras irreverencias.
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