Reseña del libro Nada hay que cante bajo el agua de Sergio H. García
Por Victor Parra Avellaneda
La naturaleza no es humana, y por lo tanto no obedece nuestra moral, ética o esperanzas. Simplemente es; mientras la existencia de las criaturas que la pueblan y conforman, es pasajera, acaso imperceptible en su dinámica. De ella nace la vida y también florece la muerte, en una danza que no tiene fin y cuya música resuena en cada elemento presente en el mundo; uno que sigue las pautas de leyes frías, exactas y con una acción matemática, la cual se nos antoja cruel cuando entre sus procesos somos parte de la ecuación donde el resultado es la aniquilación. De aquí que los poemas de Sergio H. García, contenidos en el libro Nada hay que cante bajo el agua, ganador del XLVII Premio Anual de Poesía Trapichillo 2024, se enmarquen en estas reflexiones; son el testimonio no de una persona, sino de un pueblo, de miles de voces, sobrevivientes una tragedia natural, pero también personal, social y cultural. Tras una larga agonía, las voces del poemario se alzan, como los primeros brotes en suelo cenizo tras un incendio.
El libro de Sergio tiene un trasfondo cuyas raíces se remontan al año 2018, cuando el huracán Willa arribó a las costas del estado mexicano de Nayarit, cuyas aguas se precipitaron iracundas en la Sierra e hicieron sobrepasar los niveles del Río San Pedro, en el norte del estado. La corriente no pudo contenerse, y el flujo desbordado borró las fronteras trazadas por la mano del ser humano; eliminó las carreteras y caminos; convirtió los valles en el fondo de un mar inmenso y arrastró en cada gota el germen de la vida, cuya semilla emerge tras el colapso, devastación y corrupción del cuerpo mortal.
Las primeras palabras son una crónica periodística relatando lo ocurrido con el huracán. Para después empezar con los poemas. El primer poema es una introducción o preludio es el testimonio del poeta encontrando los objetos y cuerpos que el agua ha devorado entre sus turbias corrientes y el lodo espeso. Su tono remite a una elegía, mientras la voz poética nos retrata el apaleo de mugre, el caminar dentro del estancamiento y el observar interminable de la muerte. Una muerte que flota, que pulula, que huele. Pero lo más fuerte es la ansiedad al pensarse muerto; al preguntarse si uno como sobreviviente realmente está con vida:
Tengo miedo (…)
miedo de que ninguna persona haya vuelto
y los límites geopolíticos de sus tumbas
hayan logrado la expansión
(…)
Temo regresar y descubrir
que el que estuvo enterrado siempre
fui yo.
Las palabras son reflejo del shock o estrés postraumático ante un evento como una inundación, una guerra, un acto terrorista; es decir, sobrevivir a la destrucción causa un profundo efecto en quien contempla el mundo desaparecido. Sus memorias, el presente y el futuro potencial que se proyectaba han desaparecido. Se entrevé también un horror al ver que lo cotidiano, lo que siempre hemos visto, puede transmutarse, volverse completamente irreconocible en un pestañeo; reconocer que en cada segundo que respiramos la destrucción nos vigila, se resguarda en caudales mansos en ríos de una montaña lejana, y se desbordan cuando las aguas arrecian por el efecto de un huracán que emergió casi de la nada, con la evaporación del agua conformando un monstruo.
Después el libro nos adentra en el curso de la inundación; la ilusión de dos mundos superpuestos; una realidad de vida y otra en la que existe el dominio de la devastación; el cielo de un lado y el espejo del agua por el otro, junto al anhelo de cruzar este umbral para escapar de la agonía:
Por eso buscamos nuestro reflejo en el lodo
para entrar a uno de esos dos mundos
y sacar del ahogo
a alguien que se nos parezca
Esta parte del libro abandona el enfoque individual y recae en el plural. No habla alguien, sino muchos; habla el pueblo como testigo de una memoria que no quiere perder. Aquí encontramos poemas cuyo eje es la transformación de la naturaleza en las formas de vida; a veces es destructiva, llevándose consigo los recuerdos, el presente y el porvenir; pero también extinguiendo todas las posibilidades del futuro. Ahora el panorama hacia el porvenir resulta incierto; sólo tenemos lodo, una corriente iracunda arremetiendo contra los muros de las casas, entrando y devorando cada resquicio de la huella humana, su colapso y disolución. Se describen el nacimiento de epidemias surgidas de las condiciones ambientales perturbadas; el lodo y el agua, que arrastran microorganismos, hacen propagar bacterias, parásitos, larvas de insectos que aprovechan las condiciones para diseminarse; el agua no es ya un sinónimo de vida para el ser humano, sino también el resurgir de la vida natural que reclama su espacio y que implica el riesgo de la nuestra. Beber el agua, lo que antes era aceptado como inofensivo, ahora es peligroso. La lluvia, antes vista con nostalgia, con alegría por las cosechas, actúa con la misma fuerza que el fuego.
No siempre la vida puede ser beneficiosa, y más si esa vida implica estar ante un mar de infecciones que ven en los cuerpos y en la inmundicia del desastre, un nicho que ocupar. La muerte de uno es el paraíso de otro. Sin embargo, parece ser que Sergio nos indica que lo que vemos no es la muerte, sino la vida en una de sus facetas más intensas; donde el colapso de los cuerpos permite el devenir de millones de entidades que repoblarán la destrucción. Sí, hay vida, pero no la nuestra, no la humana; es otra la que nos superará y germinará sobre nuestros cadáveres, ahora convertidos en elementos del todo:
Tras la inundación
de este lodo
también nacen
los cinco dedos
de la mano izquierda
que arrastra un cuerpo
Hay una exploración de esta enfermedad biológica, pero también la enfermedad de los objetos humanos, de los muebles y las casas; pues los hogares son la extensión de nuestros pensamientos y acciones, son obra de nuestra mano; pueden perecer, pueden sufrir convulsiones y ver las ronchas de la humedad recorriendo sus cimientos hasta explotar en torrentes con hedor a descomposición. Una ciudad y un pueblo, al ser esta extensión, conforman quizás organismos vivos, verdaderas entidades dinámicas que necesitan recursos para crecer. Me parece que los poemas de Sergio además ahondan en esta cuestión; la muerte colectiva, de la arquitectura que encierra significados y una historia.
Otro aspecto que quisiera resaltar es el ojo naturalista del poeta en todo el libro. No son textos cargados de melodrama, de sufrimiento interminable; sino una hibridación entre la poesía y la crónica. Creo que a este punto se podría decir que la poesía, al ser expresión humana y contar en sus palabras con la realidad, es una crónica de los sentidos. De esta forma, Sergio H. García describe la reacción de estos sentidos al enfrentarse y después asimilar la brumadora fuerza externa del mundo:
La inundación es un equivoco
Es el río que está olvidando
su huida
No puede negarse la incursión en uno de los temas de actualidad en literatura y en estudios ambientales, como la ecoansiedad. Si bien el libro de Sergio es una crónica sobre un momento específico, este no deja de ser testimonio de lo que se está fraguando en el panorama ambiental a nivel global. Se sabe que las tormentas tropicales y, en especial, los huracanes, año con año se están formando con mayor rapidez e intensidad; son más grandes y golpean con una trayectoria a veces impredecible. Para la fecha de los hechos de la inundación de Tuxpan, ya se habían presentado tormentas anormales cuya presencia provocaron conmoción en la comunidad científica; como el caso del Huracán Patricia en 2015, con vientos superiores a los 400 kilómetros por hora. Su aparición, caso una visión espectral en medio del Océano Pacífico, fue preludio para más espectros de los mares acechando las costas mexicanas. Más recientemente, en 2023, el Huracán Otis pasó de ser una tormenta tropical en el sur de Guerrero, a convertirse en un huracán de categoría 5, en menos de 24 horas. Tales casos de estudio para la posteridad de la climatología nos hablan de un patrón que no podemos ignorar y que cada día es una realidad que nos absorbe: el clima ya no es el mismo.
De ahí que la ecoansiedad se presente como el miedo y preocupación intensa por el estado del medio ambiente. México ha sufrido en los últimos años sequías y temperaturas que han rondado los 50 grados Celsius, el asedios de los huracanes e inundaciones más y más frecuentes. No es que la naturaleza esté cambiando, es que ya cambió y no somos capaces de adaptarnos. Desconozco si la intención del autor fue manifestar este tipo de ansiedad por el estado natural del clima, pero su lectura, años después de haber ocurrido, resuenan como una visión actual y atemporal.
Siguiendo a esta ansiedad por el clima, y el testimonio de sus efectos, el libro nos lleva por las imágenes de la muerte, la transformación del cuerpo cuyos órganos y tejidos se convierten en elementos de la naturaleza; esa misma fuerza destructiva pero también dadora de vida tiene para nosotros una ambigüedad aterradora. Es sutil la línea existente entre el idilio de la tranquilidad de un cauce, hasta que nos arrebata la individualidad. Nos convertimos en parte del todo; aunque esto no es siempre algo romántico de ver como lo postularían distintas cosmogonías.
Al leer los poemas de Sergio siento que volver a los elementos de la Tierra, a lo que algunos llaman la Naturaleza o Dios, recae en una descomposición del cuerpo, en un espectáculo de hedor, de pestilencia y de imágenes que el ojo humano no puede comprender. Esto es actuar del clima, del cielo mismo, de las fuerzas invisibles que nos atraviesan; será tal vez una manifestación de lo divino del mundo. Si es así, lo divino encierra tanto lo idílico, celestial, como lo infernal:
La caricia sumergida
en una persona
que jamás devendrá persona
que nunca
se nombrará
ni recordará
como persona
y que ni siquiera
en este poema
llamaremos persona
sino lodo
Este fragmento en especial me hace a la idea de que la muerte es un proceso que continúa sin dar dádivas a ningún precepto. Aparece en el cuerpo, lo hace suyo y después lo va alejando de su identidad. ¿Será que cuando el cuerpo muere en realidad ya no vemos a la persona que lo habitó? Sí, tiene la apariencia de un ser humano, pero quizás ya no lo es; es algo fuera de nuestra jurisdicción como especie, es ahora parte del ecosistema y es en parte un nuevo ecosistema para los microorganismos.
Después del desastre nos queda el mundo transformado; la posibilidad de rehacerlo todo. No revertir los efectos, porque ya están con una huella imposible de borrar, sino formar un nuevo presente y un futuro aunque ello implique caminar sobre los muertos:
A un hombre le escurre
el mar por la cara
lo prueba
se reconforta con su propia inundación
y sigue apaleando
Entonces, va naciendo la esperanza entre la tormenta. No siempre este sentimiento debe estar acompañado de un entorno positivo. Se puede tener esperanza aunque el mundo se está cayendo, aunque uno esté en la agonía. Así lo percibo en este fragmento de uno de los poemas:
Ningún frío en el mundo nace
sin su contraparte de fuego
En domingos familiares
de asador y lentes oscuros
siempre hay un Sol
más hondo y luminoso
que este río
La imagen de este fragmento me hace pensar en que no importa cuánta devastación se produzca; cuánta energía destructiva arrecie sobre nosotros, siempre habrá un punto donde terminará. La energía, claro está, no es infinita; tampoco la vida y tampoco lo es la muerte. Si es así, existe un equilibrio, aunque parezca que presenciamos el fin de todo. Porque incluso en la oscuridad del vacío del espacio, el brillo de las estrellas refulge anunciando el nacimiento de soles y planetas con vida.
La resurrección tras el desastre es retratada desde distintos matices. El poeta va recorriendo los esfuerzos por quitar el lodo de las casas, banquetas y calles; así como recoger los cuerpos de anónimos. Sin embargo, un hecho que relata Sergio es la resurrección de la identidad, del nombre y del apellido. Ya yendo hacia el final de la crónica, se nos describe cómo tras perderse documentos, papeles de identidad, se vuelven a emitir y es como si estuvieran en una segunda oportunidad de vivir. Por un momento los sobrevivientes se mantuvieron en un limbo para pasar de nuevo a respirar.
Además, se nos muestra un aspecto cultural que parece único en México, y es la actitud frente a la tragedia. En nuestro país se tiene una idea de la muerte distinta al resto del mundo; de ahí el día de los muertos como parte cultural tan intrínseca de nuestra identidad. Para nosotros la muerte es parte de este recorrido que llamamos vida; se le respeta más no se le teme. Ejemplos de esta actitud están ante eventos como terremotos, en donde la sociedad toma iniciativa, sin esperar la respuesta de las autoridades, para conglomerarse en un solo organismo solidario y desinteresado. No son raros los ejemplos de personas que salen a las calles tras colapsar los muros de una ciudad, para juntar sus escombros, deambular entre las ruinas para escuchar los sonidos de personas atrapadas, o bien, encontrar los muertos para darles la digna despedida. Con las inundaciones el caso es similar; en Tuxpan, como en tantos casos donde el clima ha golpeado la sociedad, las personas se sobreponen ante la tragedia; salen en lanchas rescatando personas, se adentran en las calles para sacar el lodo con palas y carretillas; acuden todo tipo de personas y de toda condición en una vorágine imparable.
La obra concluye, dejando el lenguaje de la pluralidad; nos habla a nosotros, en un tono de esperanza, casi un canto a la vida, pero en sus líneas es posible sentir la precaución, pues en cualquier momento se puede desaparecer del mundo. Suena casi como una guía de supervivencia, una cápsula del tiempo:
En este momento el lector
debe abrir los ojos
abrazar el mundo
(…)
el lector debe cerrar los ojos
respirar
asirse como aire de este mundo
y agradecer
que no está bajo el agua
Sergio H. García nos va retratando la gente sobreviviente, la que, si bien aún está afectada por la presencia de la muerte y la aniquilación, no pierde la esperanza.
Al final creo que este libro habla sobre esto y es un motivo valioso para leerlo y explorar sus matices. Es testimonio y memoria de los que ya no tienen voz. Es una crónica para las generaciones que vienen, pues estos eventos no se han detenido. Por lo tanto, es una lectura que trasciende las fronteras geográficas en las que está ambientado, para convertirse en un libro cuyos textos adquieren un carácter universal.
De esta forma, Sergio se posiciona como un autor cuya voz mantiene una identidad definida en los temas que explora, que van desde la transformación del cuerpo y la mente. Un escritor nayarita cuyas letras ya son parte de un acervo invaluable en la cultura de Nayarit y de México.
El libro se presentará en La casa del poeta el lunes 30 de junio. Más información aquí.
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Víctor Parra Avellaneda (Nayarit, México 1998). Biólogo y escritor mexicano. Ha publicado en revistas como Axxón, Anapoyesis, Cósmica Calavera, Penumbria, Pirocromo (UAA), La Colmena (UAEM), Sci:fdI (UCM), Zur (UFRO), The Temz Review, Piker Press, Spelk, The Pink Hydra, Spillwords y Historias Extraordinárias, entre otras. Autor del libro Más allá del horizonte (Ediciones del Olvido, 2022) y la novela Cuando las nubes salen a cazar (Fondo Editorial de la Universidad de Sonora, 2025). Miembro de la Asociación de Literatura de Ciencia Ficción y Fantástica Chilena (ALCIFF) y de la International Association of Science Fiction and Fantasy Authors (IASFA). Obtuvo el Premio Nacional de Literatura Fantástica de la Universidad de Sonora 2024.