Semblanza
Jobyoán Villarreal (Culiacán, Sinaloa, 19 de abril de 1985) es ingeniero industrial y de sistemas, egresado de la Universidad Autónoma de Occidente, campus Culiacán (UAdeO, 2003–2007). Es autor de los poemarios Dime qué somos donde las estaciones se ensamblan (H. Ayuntamiento de Culiacán, 2014) y Semilla: remanencia de la luz (ISIC, 2019). También ha publicado la plaquette de poesía Lo que dicen los espejos y Hialurgia (Trajín Literario, México, 2021).
En 2008 fue becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes (FOECA), en la categoría de Jóvenes Creadores, en la disciplina de poesía. Fue finalista del VIII Premio Internacional de Poesía Jovellanos, “El Mejor Poema del Mundo”, con su poema Llanto de tierra (Ediciones Nobel, Asturias, España, 2021), y recibió una mención de honor en la 1.ª Convocatoria Internacional de Poesía Vuela Palabra (Vuela Palabra, Concord, California, 2021).
Sus poemas han sido incluidos en cinco antologías, tanto nacionales como internacionales, y algunos de ellos han sido traducidos al italiano y al inglés. Villarreal ha impartido talleres, charlas y conferencias sobre poesía en diversas instituciones, y ha participado en numerosos eventos culturales. Sus obras han sido publicadas en medios impresos y electrónicos. Desde 2018 reside en Vancouver, Canadá.
¿Cuáles son tus principales preocupaciones en la escritura? Siento que mi preocupación con el lenguaje tiene que ver con despojarlo de todo lo que lo aleja de lo esencial. Quiero acercarme a su núcleo, a esa sustancia abstracta, escurridiza… al mecanismo que la sostiene. Y en ese proceso, encontrar una palabra que abra grietas. Para mí, la escritura debe ser una forma de vaciar el mundo para que algo más alto lo habite, es decir, escribir no es llenar el mundo de palabras, sino vaciarlo un poco. No busco tapar el vacío, sino medirlo, delinearlo, explorar el asombro que existe en él.
También me importa dejar constancia de que esa “sustancia” existe. Que el poema la haga latir. Me inquieta cuando la poesía se aleja de ese centro. Y hay algo más: me preocupa lo que se esconde entre líneas, entre realidades no evidentes, esas que están ocultas tras dos o tres capas de retórica. Me duele pensar que el poema pierda su capacidad de ser puerta hacia lo oculto, de abrazar la incertidumbre. Me intriga esa estructura palpitante, su carácter contemplativo, su misticismo.
Intento escribir desde esa tensión. No para explicar, sino para intuir. Para mí, la poesía es un territorio vedado, al que solo se accede con dedicación, con esmero, con una especie de fe. Y, por último, creo que detrás de la poesía, más allá de su ritmo, su coherencia, su correspondencia y/o su retórica— hay una filosofía entera sobre cómo mirar la realidad. La humanidad ha fallado, sobre todo en estos tiempos, en su tarea de aprender a disfrutar los momentos más inertes del día. Y tal vez la misión final de la poesía sea esa: enaltecer lo simple, lo cotidiano, pero hacerlo de tal forma que esos momentos insignificantes puedan llenarnos completamente.
¿Cómo es tu proceso creativo? Bueno… primero tengo que decir que soy extremadamente lento para escribir. No me apresuro en absoluto. Soy de los que creen que las ideas necesitan madurar poco a poco. Me viene a la mente una cita de Onetti, cuando decía que para él la literatura era más como una amante que como un cónyuge. Es decir, no siento ninguna obligación de sentarme a escribir, pero a veces aparece una urgencia difícil de explicar.
Creo que el poeta, en cierto sentido, es como un médium porque se sirve de algo que no comprende del todo, algo que lo supera. Y es en esa línea de pensamiento donde llega el momento en que el poema se impone por sí solo. Dicho esto, diría que mi proceso creativo se compone de tres elementos: los hallazgos poéticos —como me gusta llamarlos— que surgen, primero, de la vida cotidiana; segundo, de la lectura; y tercero, del trabajo de creación y corrección de textos. Casi siempre escribo en la computadora, aunque también acumulo notas en el celular, en papeles sueltos o en libretas. Todo eso termina condensándose en un archivo de Word.
A medida que los textos van tomando forma y aclaran su intención, los voy moviendo e incorporando a otras agrupaciones afines, hasta que poco a poco se va formando un libro. Luego trabajo ese libro el tiempo que sea necesario, hasta que ocurren dos cosas: la primera, que ya no tengo fuerzas para agregarle ni quitarle nada al texto —como decía Valéry—, y la segunda, que siento una extraña conformidad con lo que el texto es y con la intención que logra cumplir.
¿Qué autores han servido como influencia o modelos para tu obra? Dar una lista de influencias, de nombres concretos, puede ser algo incierto. A veces nos marcan cosas de las que ni siquiera somos del todo conscientes: una escena de cine, una conversación con amigos, una experiencia cotidiana, incluso palabras dichas por personas ajenas al mundo literario.
Sin embargo, y tratando de hacer justicia a la pregunta, podría decir que las piedras angulares de mis lecturas han sido, sobre todo, esos poemas de largo aliento que dejan una huella profunda. Pienso en Muerte sin fin de Gorostiza, Piedra de sol de Octavio Paz, Sinbad el varado de Owen, Altazor de Huidobro, La tierra baldía y Cuatro cuartetos de T. S. Eliot, las Elegías de Duino de Rilke. Y si retrocedemos un poco más, no puedo dejar de mencionar Polifemo y Galatea y Soledades de Góngora, o el Primero sueño de Sor Juana. Ya más cerca de nuestro tiempo, Incurable de David Huerta y el Cántico cósmico de Ernesto Cardenal. También hay otros autores que me han impactado profundamente y de quienes he aprendido mucho: Pessoa, Roberto Juarroz, Oliverio Girondo, Marco Antonio Montes de Oca, y, por supuesto, Vallejo —quien nunca puede quedar fuera de esta lista.
¿Cuál es tu más reciente libro y sobre qué ejes temáticos y estéticos gira? Mi libro más reciente se titula Semilla: Remanencia de la luz. Es un poemario que nace de una reflexión profunda sobre el amor, no solo en su dimensión romántica, sino como una fuerza que estructura la vida misma. El eje temático principal gira en torno a una concepción del amor que es a la vez bíblica y platónica, una forma de amor que se preserva en lo terrenal pero que apunta hacia lo trascendente.
El libro comenzó como una serie de soliloquios, una especie de diálogo íntimo con la figura de Diotima, esa mujer sabia de la antigüedad que aparece en El Banquete de Platón. A partir de ahí, fui desarrollando una visión del amor como una mecánica sutil, casi invisible, que atraviesa tanto al ser humano como a la naturaleza.
Estéticamente, el poemario transita entre la oda y la elegía. Comienza como una celebración del amor y de la mujer amada, y poco a poco se transforma en una meditación sobre la pérdida, la muerte y la orfandad. Hay una búsqueda constante de correspondencias, de resonancias entre lo visible y lo invisible, entre lo que se dice y lo que apenas se insinúa. En ese sentido, la poesía se convierte en una manifestación de esa mecánica amorosa, en un intento por captar lo indefinido.
Dedico este libro a mi esposa, quien aparece transfigurada en múltiples formas: como ángel, como sustancia, como zarza ardiente, como Sulamita. Es un libro íntimo, escrito desde la contemplación y la nostalgia, que intenta abrazar la plenitud del amor y también su inevitable pérdida.
¿Puedes compartirnos algunos de tus proyectos de escritura en los cuales estés trabajando? He estado trabajando en varios proyectos al mismo tiempo. Por ejemplo, tengo uno o dos poemarios aún inconclusos que siguen tomando forma poco a poco. También he estado desarrollando, aunque de manera muy lenta, un libro de ensayos que por ahora es bastante caótico, pero que espero algún día pueda ver la luz. Hay otro proyecto que ya considero en su etapa final y que quizás pronto salga a la luz. Este último lo he trabajado durante muchos años —ya perdí la cuenta— y, de alguna manera, representa el pago de una deuda personal con mis lecturas. Es, sin duda, lo más ambicioso que he escrito hasta ahora
¿Qué temáticas, procedimientos de escritura o autores recientes son de tu interés? No soy muy clavado con la literatura que se hace hoy. Sé que por ahí retozan escritores que se empeñan en borrar la línea entre poesía y narrativa; otros que escriben poesía temática como si fuera un diario de confesiones, con muy buena retórica; y algunos más que usan la poesía como herramienta para el activismo social. Lo cual, aunque no me parece mal, como dicen los angloparlantes, It’s not my cup of tea. Considero ese tipo de poesía como una que anda por las periferias de su núcleo.
Me interesa la poesía que se hace en Sinaloa. Me gusta la poesía de la llamada generación del 79, sobre todo la de Francisco Alcaraz y Francisco Meza. Me preocupa que no se le haga justicia a la poesía de Jesús Ramón Ibarra y A. E. Quintero, y que se deje fuera, una y otra vez, a Jaime Labastida, que también es Sinaloense.
¿Qué opinión te merece la actualidad de la literatura en Sinaloa? Uno podría pensar que en Culiacán —y en general en Sinaloa— hay de todo menos un ambiente propicio para la literatura. Sin embargo, ocurre algo curioso: hay un spleen poético muy particular que, lejos de obstaculizar, favorece la creación artística. La literatura en Sinaloa es una forma de resistencia. Existe una dualidad monstruosa en un estado donde se intenta combatir la violencia con cultura. Esa tensión genera voces potentes, honestas.
Tenemos cinco poetas que han ganado el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes, que es la presea de mayor prestigio a nivel nacional, además de otros autores que han sido reconocidos en certámenes de poesía de alto nivel. También contamos con narradores de talla internacional, como Eduardo Ruiz Sosa y Élmer Mendoza, entre otros. En resumen, la literatura sinaloense actual ha logrado abrirse cada vez más camino a nivel nacional. Está viva, en constante movimiento, y cargada de una sensibilidad única.
Muestra de obra
*
(hoy un cuchillo cortó mi mano)
hoy un cuchillo cortó mi mano
el cuchillo la cortó
con un contorno fino de su forma
con el dibujo de sus lindes
donde terminó el cuchillo
empecé a ser yo
pero demasiado
quizás el arte
sea algo similar
*
Dime, Diótima,
qué somos nosotros,
los que seguimos tramontando el vuelo bajo la lluvia
pragmáticos del espíritu
que perdemos la vida
para darnos cuenta de pronto
de que el traje de nuestra alma ya no nos ajusta bien
ni en su forma encontramos un vestigio de nuestro ser,
que perdimos aquellas tardes en que corrimos libres
y la vida nos dio la espalda,
nos ató los brazos y nos soltó las alas,
nos enseñó a susurrar en la ciudad nuestro nombre y
calladamente a cargar con nuestros fantasmas,
la máscara
que nos ciñe
hasta la asfixia.
*
(El amor en tres tiempos)
1
El mundo afuera
intercambia toda clase de hechos,
y me encuentro aquí contigo
en la estela que todo deja,
en un sonido que nos hiere a lo lejos
porque pasamos sin tregua
y los ojos sueltan no sé qué;
hoy estamos tú y yo
y el azar nos ha favorecido.
2
Me viste en tu sueño,
cuando las sombras
entraron a un callejón para besarse.
Éramos nosotros en la plenitud;
te había explicado que la rutina
era un desierto de lengua seca
o un platillo ya demasiado frío para comerse.
Pero estábamos en el callejón
en la plenitud de aquello,
las sombras y tus piernas tibias,
tu falda y mis brazos:
tus piernas como el arco
de la diosa que detiene la noche.
Era un baño tibio
la respiración de la noche
que soportaban tus piernas.
3
Pero la noche crecía en otro lado
y el callejón se había ido
y estábamos nosotros ahora
en la cama hablando de números,
haciendo las cuentas de la vida,
poblando de razones el espacio
mientras las sábanas eran nuestro mar
y afuera el viento nos movía la piel
y aquí una lámpara encandilaba tu pelo
y tus pies eran dos peces helados
(los tomé con mis manos
sin que se resbalaran).
Pero hay números.
«¿Dónde venderemos tus cuadros y mis poemas?»
La vida no siempre es buena comerciante.
Entonces me tocaste la cara
como si quisieras limpiarme
el polvo de los años.
*
Alguien me espera
del otro lado de la noche,
un hombre con manos de vacío.
Sé a dónde llevas a este pobre viejo:
la casa oscura,
su lugar de niño.
Reconozco bajo la noche tus murmullos,
las sílabas disonantes de tu nombre.
Harás retroceder el tiempo
para contar mis pasos
y adelgazarlos como pisadas de gaviota.
Verás en mis ojos las veces que fui cobijado
por una madre que cargó el peso del invierno
en sus hombros.
En las tertulias de la noche
viciarás los misterios
de una penumbra articulada,
tu mano fría en litorales
extendida con una osamenta desconocida.
Pensaré haber recobrado mi niñez:
me veré corriendo por la playa
y mi madre me cobijará
porque en la tarde
el viento corre muy fuerte.
*
Para cuando muera
quiero que mi tumba
huela a primavera
Oscar Chávez
Prométeme, amor,
que cuando muera
irás a regar mi tumba
con tu cuerpo
más calentado por los años
que por el sol.
Promete
que como antes,
de tu boca bajarán las rosas
y que tu caricia ahora la darás
hacia dentro de ti misma
sobre mi tumba.
Nota: A excepción del poema “hoy un cuchillo contó mi mano” —merecedor de una mención honorífica en la I Convocatoria Internacional de Poesía Vuela Palabra (2021)—, todos los poemas han sido tomados de los poemarios Dime qué somos donde las estaciones se ensamblan (H. Ayuntamiento de Culiacán, 2014) y Semilla: Remanencia de la luz (Instituto Sinaloense de Cultura, 2019), del autor Jobyoán Villarreal.
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