Las calles también son ríos. Retrospectiva de la narrativa de Miguel Tapia

collage María Vez

Dejen que el río lance su hechizo sobre mí.
Nick Cave y Warren Ellis

Culiacán parece ser una ciudad cuya geografía, muchas veces, es hostil contra sus habitantes. La mayor parte de la distribución urbana está repartida en una serie de relieves y cañadas que se forman a lo largo de un valle, las cuales transforman algunas partes de la ciudad en zonas de subidas y bajadas con pendientes peligrosas. Esta forma de “terracería” –como se le llama a los caminos sin asfalto– hace que en la época de lluvias o de huracanes el agua corra por la ciudad arrasando todo en su búsqueda de los ríos principales. 

Sobre esto, en el siglo pasado circuló un poemario que con humor habló sobre la idea de las corrientes que se forman al existir esta topografía accidentada: el Romance del arroyo de los perros del poeta Eudromóndaro Higuera alias “El Tuerto”. Dicho poemario se centra en el Arroyo de los Perros –al igual que ahora hay un Arroyo del Piojo, y cerca de cien corrientes más a lo largo de la ciudad, según información que Protección Civil liberó hace algunos años–, el cual se formaba en la colonia Almada y, durante las lluvias, arrastraba río abajo a todos los perros del vecindario; según algunos testimonios recopilados por Leónidas Alfaro en un texto para Revista Espejo, siempre eran cientos los animales que eran víctimas del agua.

Sobre dicha afluencia canta “El Tuerto”: “Ni Humaya ni Tamazula/ figuran en mis recuerdos…/ Sólo tú llenas mi mente/ Ay, Arroyo de los Perros”. Desde esa visión de una ciudad avasallada por su geografía, el sinaloense Miguel Tapia Alcaraz (Culiacán, 1972) narra en sus dos primeras novelas la vida juvenil de sus recuerdos. Una vida juvenil que aconteció entre las afluencias del agua. Su primera novela se titula Los ríos errantes (Ediciones Era, 2017) y abre con el protagonista del libro a punto de huir de la ciudad (no sabemos por qué); se encuentra en el patio de su casa hablando con su padre y otras personas, mientras observa la corriente del Río Tamazula, ya que este pasa detrás del terreno de su hogar. Dicha escena plantea que los ríos se bifurcan, corren, agarran derroteros que no se pueden predecir porque el agua, quizá, sigue algún designio desconocido para nosotros, como seres humanos; así, también, es la vida de los personajes que entran y salen de la novela. El narrador –cuyo nombre es irrelevante– sobrevive a medio tiempo con pequeños trabajos veraniegos mientras tiene una intensa vida personal: muchos amoríos adolescentes, problemas con viejos amigos, e incluso con otros con quienes la relación nunca fue buena. 

El eje central que une todas estas historias sueltas es su enamoramiento de una misteriosa chica, una femme fatale, de una familia rica, la cual aparece y desaparece en su vida. Poco a poco los personajes, como arroyos sobre la tierra seca y caliente de la novela, van convergiendo para desencadenar el evento violento que hará que el protagonista tenga que huir de la ciudad. Y dicho evento violento ocurre, dónde más podría ser, en una parte de la ribera del Tamazula.

Miguel Tapia Alcaraz tiene un buen tino para narrar no sólo desde la distancia física y emocional, ya que vive en París, sino también para rescatar el lenguaje oral de los jóvenes de Culiacán con el que él creció; en especial el habla que se creaba en la vida social y nocturna que aconteció antes de la tan llamada Guerra contra el Narcotráfico. Una época en que había conciertos de bandas de rock por distintas partes de la ciudad, ya fuera en establecimientos convencionales o en las cocheras de las casas; en que los fines de semana consistían en visitar fiestas ajenas para embriagarse con desconocidos. A partir de estas fiestas, los jóvenes culiacanenses de la escena alternativa estaban siempre teniendo contacto con la mayor parte de los miembros de los círculos sociales de la ciudad; sin ninguna distinción para relacionarse entre jóvenes de distintos niveles económicos mientras todos fueran fanáticos de música importada que no sonaba, ni de cerca, similar a la regional.

La música es otro elemento presente en las novelas de Miguel Tapia Alcaraz. Es en Tumbas de agua (Pretextos, 2020) donde se pasa a un ambiente en el que se dejan de lado los círculos alternativos o contraculturales; y es en ella donde, también, el agua es un elemento ominoso no por su voluntad de arrastre sino por su incapacidad de llegar a un nivel total de pureza. Aquí el protagonista es un limpiador de albercas llamado Joaquín, que trabaja en las colonias privadas a orillas de la ciudad; hay una casa, en específico, donde siempre espera ver a la misma chica, una mujer de quien está enamorado a la distancia; al igual que el protagonista de Los ríos errantes, vive la circunstancia de tener un padre ausente, salvo que aquí Joaquín intenta suplir ese papel de director de la familia controlando la vida emocional y romántica de sus hermanas menores. Busca ser el hombre de la casa. Y cree poder controlar y salvar todo: en especial la pureza del agua llena de cloro que forma las piscinas que limpia; lo obsesiona la idea mencionada por un compañero, de que no existe forma de limpiar de manera total el líquido cristalino y helado de una alberca.

Pero a veces en Culiacán por su topografía, parafraseando a Nick Cave, las calles pueden volverse ríos y es en estas mismas donde la violencia generada por el narcotráfico irrumpe en su vida y hace que el resto del libro, cerca del último tercio de la novela, sea arrastrado corriente abajo; mientras Joaquín atestigua cómo se fragmenta su familia, cómo se inmiscuye en problemas graves, y cómo la familia que tanto luchaba por mantener se le escurre como líquido entre los dedos. 

Aunque las décadas han permitido que la infraestructura de vaciado hidráulico mejore y que el Arroyo de los Perros ya nada más sea parte de la historia local, Culiacán sigue repleta de corrientes que forman parte de la vida cotidiana de sus habitantes, aunque Tapia Alcaraz ni siquiera la nombre. De hecho, en ambos libros nunca se especifica en qué territorio acontece la historia. Pero el miedo a los destrozos que puede provocar el agua está plasmado en sus páginas: con los inicios de las temporadas de lluvias son muy comunes los accidentes relacionados con el agua: coches que quedan atrapados en la corriente, ciudadanos que son arrastrados hasta registros de distribución. Culiacán es una ciudad que es inundada y sobrepasada por la criminalidad, pero también por ese líquido tan vital que, además, la mayor parte del año escasea.

Aunque la afluencia del Tamazula durante el verano no es más que lodo seco y agrietado, en temporada de huracanes suele sobrepasarse y arrasar e inundar gran parte del centro histórico. En la ciudad hay problemas cuando no hay agua, y hay problemas cuando hay agua. Es desde esta visión en la que este elemento puede significar un peligro, y no necesariamente la vida, desde donde Miguel Tapia Alcaraz pone a sus personajes masculinos a descubrir el amor, la música y la violencia que imperan en nuestra tierra.

Miguel Tapia Alcaraz (Culiacán, 1972). Doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Sorbonne-Nouvelle Paris 3, donde fue maestro durante algunos años. Ha estudiado ingeniería, música y periodismo y ha ejercido esos oficios en la Ciudad de México, Barcelona y París. Además de la ya mencionada Tumbas de agua, que mereció el Premio Internacional de Novela Ciudad de Estepona 2019, Tapia Alcaraz es autor de los libros de cuentos Los caimanes (Almadía, 2006), así como de la novela Los ríos errantes (Era, 2017). Actualmente es profesor en la Universidad Paris-Est Créteil.

Sergio Ceyca (Culiacán, 1990) ha publicado la novela No tendrás perdón (ISIC, 2018) y el libro de cuentos Magia moribunda (Ediciones del Olvido, 2021). Estudió leyes en la Universidad Autónoma de Sinaloa y se ha desempeñado como reportero en diversos medios electrónicos. Participó en el primer Curso-taller para jóvenes creadores de la Fundación para las Letras Mexicanas, con sede en Xalapa; y ha sido beneficiario del Programa de Estímulos para la Creación y el Desarrollo Artístico de Sinaloa durante 2018, así como de la beca de Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, en el periodo 2019-2020.

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