Perfil: Sarah Silva (poeta)

Semblanza: 

Sarah Silva (Culiacán, Sinaloa, 1997) estudió la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Recibió la beca PECDA Sinaloa en 2022. Trabajó en el Instituto Sinaloense de Cultura. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas, en el área de Poesía. Actualmente, es becaria de Jóvenes Creadores y labora en la Casa del Poeta “Ramón López Velarde”.

  1. ¿Cuáles son tus principales preocupaciones en la escritura? Creo que mi principal preocupación es la sinceridad. Que un poema sea auténtico. En una tutoría en la Fundación para las Letras Mexicanas, escuché decir a un compañero que José Watanabe le dijo a un joven escritor que debía sentir la experiencia real de la palabra. Creo que fue Watanabe quien lo dijo, pero incluso si no, me parece lindo pensar que esas fueron sus palabras. Entonces me preocupa que el poema en verdad hable: que, si hay dolor, entonces que sea en verdad dolor. Y para eso hay que sentirlo. Hay que vivir y sentir intensamente. Cuando escribo trato de sentir esa emoción que quiero que esté en el poema. Ese es un primer borrador. Luego habrá que tachonear todas las barbaridades que dije.
  1. ¿Cómo es tu proceso creativo? Depende. A veces es caótico. Otras veces es más ordenado y tengo las ideas claras. Hay días en los que me encierro y escribo seguido sin parar, sin ningún tipo de distracción. Creo que la poesía demanda soledad. Entonces me encierro y leo, leo mucho, luego me suelto a escribir. Cuando escribo lo hago con música clásica o música en otros idiomas que no entiendo, así no interfieren con la palabra ni con lo que quiero decir. También, admito que el anime y el manga me ayudan mucho. Las imágenes que veo y busco en ambos son brutales.
  1. ¿Qué autores han servido como influencia o modelos para tu obra? Dos poetas son los que han influido tanto en mi escritura como en la forma en la que veo la poesía: Gonzalo Rojas y Antonio Cisneros. De Gonzalito —le digo así por el gran cariño que le tengo— he aprendido la fuerza y el uso primordial del verbo. También he aprendido, gracias a Gonzalito, a no tener miedo al fracaso. De Toñito aprendí la crónica y que la expresión personal también es política. Lo aprendí cuando leí su poema “Tres testimonios de Ayacucho”, que me ha marcado desde entonces. Considero que ellos son mis dos principales maestros, pero incluyo también a Jaime Sáenz, Olga Orozco y Abigael Bohórquez. Por supuesto, debo mencionar a mi querida maestra María Baranda. Sin ella, mi escritura no sería la que es ahora.
  1. ¿Cuál es tu más reciente libro y sobre qué ejes temáticos y estéticos gira? Todavía no tengo libro publicado, pero he escrito, en la sombra, dos libros y escribo un tercero. Uno habla sobre Culiacán y mi experiencia de vivir lejos de la ciudad que me vio nacer y crecer. Los otros hablan de la enfermedad. Últimamente, la infancia también me ha llamado mucho.
  1. ¿Puedes compartirnos algunos de tus proyectos de escritura en los cuales estés trabajando? En estos momentos estoy trabajando en la beca de Jóvenes Creadores, un proyecto sobre la enfermedad.
  1. ¿Qué temáticas, procedimientos de escritura o autores recientes son de tu interés? Me he enfocado en leer la tradición y leer en español. Recientemente, hay un poeta en específico que tuve que leerlo dos veces por lo increíble que me parece: José Carlos Becerra. Admiro a los poetas que usan el versículo, pero admiro de él, en concreto, que el versículo le da rapidez y lo lleva a una expansión de imágenes. Es un gran poeta. Hablando del versículo, también lo usan Olga Orozco y Jaime Sáenz. Esta forma del verso me atrae mucho, creo que es por la fuerza y el magnetismo que guardan en él. No escribo siempre en versículo, pero admiro mucho a quienes lo logran.
  1. ¿Qué opinión te merece la actualidad de la literatura en Sinaloa? Celebro las voces que están naciendo en la literatura sinaloense. Y noto que la preocupación de nuestra tierra nos une: lo que está pasando y cómo nos atraviesa es un tema que sólo nosotros vivimos y podemos compartir. Fuera de eso, leo en ciertos trabajos alguna mención del calor, del sol o alguna variante. Yo misma me cacho haciendo lo mismo. También, celebro la gestión cultural y literaria que hacen, sobre todo, que haya espacios para nuevas personas sin que se sientan juzgados ni criticados. Quizá la poesía no es un género que uno llegue al inicio de su vida, sino más adelante. Yo empecé a escribir poesía a mis 24 años. Pero creo, como me enseñó María Baranda, que en algún lugar del mundo hay un poema que está escrito para alguien. Y espacios gestionados por mis compañeras y compañeros ayudan a encontrar ese poema.

Muestra de obra

La daga

Quería un poema de respiración tensa
y sin enigma.
Tal como el viento dispersa hojas.
Un poema que fuese
oscuro fuego de Dios.

Creí que para eso

habría de auscultar el corazón.

Sentir, como los cerdos,

la daga

y con la herida animal trazar el mapa

para oír mi propia isla acuosa,

los pájaros marinos pescando,

los ojos expectantes de los cocodrilos,

y decir: aquí, en esta línea

me encuentro

contra el silencio del agua.

Luego preguntarme

si realmente los puntos cardinales

me conducen a algo:

si con la rosa de los vientos

entenderé el campaneo roto de mi tobillo,

o a la misma rosa.

¿Descifraré     su composición áurea

                     y los dedos

que arrancan    pétalos grietas?

Entendimiento, no.

Lo que buscaba era un poema,

una reforma del silencio,

la música que cae en las olas,

la luz y la sombra en cópula súbita.

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Sarah Silva poeta

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