Colección Literaria Dámaso Murúa. Una reseña por Dina Grijalva

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Es un reto presentar una obra tan grande y no me refiero solo al número de libros y de páginas, sino a la riqueza escritural de Dámaso Murúa. Misma que se percibe en los temas, en la imaginación y en la variedad de géneros literarios y de recursos lingüísticos, entre estos últimos destaca, y es uno de sus más significativos méritos, la incorporación del habla sinaloense a la literatura.

Como sabemos, nuestra lengua, la de Sor Juana, es una y muchas a la vez. Es una sola lengua porque nos permite comunicarnos a les hablantes de más de dos decenas de países (más de 580 millones de personas tenemos el privilegio de ser hispanoparlantes) y nos permite también leer textos con siglos de antigüedad. Esas distancias geográficas y temporales otorgan un sabor especial a la lengua española. Y dentro de cada país también la lengua adquiere características especiales. Dámaso Murúa tuvo la virtud de incorporar palabras, frases y giros lingüísticos de Sinaloa, sobre todo del sur del estado.

Dámaso Murúa, en su escritura, incorpora temas, anécdotas y el habla coloquial del sur de Sinaloa, y lo hace trascendiendo el regionalismo: él logra incluir lo local en lo universal, y hacer de su obra, además de documento y testimonio de un espacio y una época, una obra literaria plena. En los textos de Dámaso Murúa cobra vida la célebre frase: “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”, también traducida como “pinta tu aldea y serás universal”, atribuida al escritor ruso León Tolstoi.

La Colección Literaria Dámaso Murúa está integrada por ocho libros. Murúa escribió cuentos, crónicas, artículos periodísticos y minificciones; en muchos de sus textos, como sucede en escritores de la modernidad, no es fácil, ni necesario, dibujar fronteras entre un género escritural y otro. También las fronteras entre imaginación y realidad se desdibujan y, al leer, no sabemos dónde termina una y empieza la otra; pero es tan placentero leerlo que no interesa delimitar esas fronteras. Veré, tratando de ser breve, algunos textos.

Empecemos con “Carta para Varsovia”, la cual hace gala de su talento literario para describir las causas de la muerte de una persona entrañable para el autor de la carta y la destinataria de ella: “resentido de las coronarias, él no pudo resistir el segundo aletear de pájaros en el espacio izquierdo y alto de su cuerpo. Como fue hombre de cóleras y ternuras, la muerte tuvo que pegarle por ese lado. Por el derecho estaba sano y quizá hubiera vivido hasta los noventa”. En estas líneas disfrutamos de dos de las virtudes escriturales de Dámaso: su capacidad para un registro poético y su magnífico sentido del humor. En la misma Carta, leemos también el elogio de la generosidad de les habitantes de Escuinapa y de la naturaleza que al ser tan espléndida lo lleva a evocar el edén: “¿Qué tiene este pueblo nuestro (…)? ¿Qué magia humana hay, allá en Escuinapa…? Y líneas más adelante nos dice: “Este pueblo increíble, entrañable comunidad de nuestra infancia, siempre tiene un pedazo de pan para todos. Aprendimos a dar nuestras cosas porque la naturaleza nos dio todos sus frutos y en cierta forma, cuando volvemos al rumbo, comprobamos que somos los hijos del paraíso”.

En el mismo libro donde aparece “Carta para Varsovia”: Vacum Totoliboque,  leemos tres textos (de los 20 que integran el libro) en donde el personaje protagónico es Jorge Luis Borges, entre esos tres textos, encontramos la minificción titulada: “El escritor argentino que corrió aventuras en México”;  como en tantos relatos de Dámaso Murúa, mediante el artificio literario, realidad y ficción se combinan; aunque en este caso particular sí es posible delimitar una de otra. En esta brevedad textual (una sola cuartilla) se nos cuenta de una visita de uno de los más célebres escritores argentinos a México (este es un suceso que puede perfectamente constatarse, que pertenece al registro de lo real: Borges visitó nuestro país) y acto seguido empieza la elaboración ficticia, literaria: “El año pasado que vino Jorge Luis a México (…) subrepticiamente se le escapó al Canal Trece y fue a tratar de lograr su inscripción en el PARM; uno de los más peores (SIC) partidos políticos mexicanos, que para operar enchufado en oficial presupuesto, apoya obcecadamente a los candidatos del PRI, el solitario dragón revolucionario…”  El texto narra el rechazo a la solicitud de Borges y cómo fue sacado por la fuerza del local del PARM. Y, después leemos: “Jorge se regresó más que contento a la avenida Florida, desde donde despotrica contra la revolución de 1910 cada ocasión que provoca, afirmando cuando se bebe un cortado, que huele a cadáver de 50 años, pero que a los mexicanos nos da por creer que está viva todavía y que en un alarde nuestro muy boriskarlofista acostumbramos ponerle suero cada sexenio” Como podemos apreciar claramente, en esta ocasión Murúa a partir del hecho real de la visita de Borges a México, elabora un cronicuento en donde mezcla ficción y realidad y esa estrategia literaria le permite expresar su opinión crítica demoledora, que siempre expresó, sobre el régimen político del México de esos años.

Veamos ahora Las playas de las cabras, libro evocador del mar, los camarones y la cerveza fría. De los 17 relatos que lo forman, me detendré en “El misterio del cuarto 729”, cuento que desde el título nos remite a la llamada literatura policiaca, género en el que Dámaso Murúa se muestra como un autor con gran habilidad y talento. El espacio en donde transcurre la historia es el puerto de Veracruz, los personajes son: Horacio Collazo, quien llega en jet y: “bajó por la puerta trasera y luego sintió el viento del trópico, calentándole el rostro, mientras apretaba las asas del veliz negro que traía consigo. El hombre del gabán que lo había identificado desde el restaurante del aeropuerto, no lo perdió desde entonces de vista. Iba provisto de un viejo catalejo que le vendieron en los muelles”. Desde el primer párrafo se instaura el género: hombre con maletín negro y hombre de gabán, provisto de catalejo. En el segundo párrafo, aparece el investigador: “Dicen en el puerto que quien protege la tranquilidad es Chumino Oceguera, porque las seis antenas de su coche no solo lo conectan con Houston, pues presume que se palabreó dos veces con Hoover el del FBI cuando el caso del gringo avioneta, quien se cayó desparramando ron (…) Desde ese caso, chumino ganó fama internacional y en la procuraduría local lo llaman para instruirse con sus opiniones sobre los asesinatos con piedras o con machete filoso. Pero su investigación más célebre es la del vodka holandés, llamada La Flor de León. Ese asunto lo acreditó como agente 007 costeño”.

En las siguientes páginas, el narrador nos lleva por el trayecto al hotel Emporio, a donde se dirige el hombre del maletín, seguido por el hombre del gabán. A partir de allí se entrelazan en la narración la historia del ladrón que entra a la habitación del hotel y se roba el pantalón del personaje del maletín (el ladrón iba enmascarado con medias: “se acercó caminando a brincos como de pantera rosa”, al entrar a la habitación “se puso a gatas, respiró hondo (…) y se metió a robar con puntería De teodolito, los pantalones que traían cartera y tarjetas adineradas del Banamex. Salió triunfante con el trofeo, no tocó el maletín (…) Me salí porque oí el zumbido de la sirena de Chumino (…) Carajo, a lo mejor en el maletín dejé algo más valioso”.

Al seguir avanzando en la lectura de la narración, nos enteramos de las rutinas de Chumino, el 007 costeño, de que en el maletín negro estaba un proyecto millonario de construcción, de cómo resolvió el 007 el misterio de la muerte causada por el vodka holandés, de que el presidente municipal es el célebre beisbolista Beto Ávila y cuando estamos esperando la revelación del enigma, la narración da un giro sorpresivo e irónico y concluye así: “Chumino Oceguera no entró en acción policiaca, porque los reumas lo traían cojeando desde la semana pasada. Su fama perdió la oportunidad de ser más ancha y alta, con el caso del cuarto 729.” Con este final irónico, Murúa se muestra como gran escritor, capaz de crear un suspense que nos mantiene intrigades  por saber cómo llega el 007 costeño a la solución del enigma, y, justo en el momento en el que creemos que nos contará cómo llega a ella, da ese magnífico giro irónico.

Les invito a leer, poco a poco, para disfrutar al máximo, cada uno de los textos (crónicas, cuentos, ensayos, artículos, minificciones, cronicuentos) que se encuentran en los libros de Dámaso Murúa.

Junto con la invitación a leer la literatura de quien merece ser llamado el juglar de Sinaloa, nuestro entrañable Dámaso Murúa, comparto aquí lo escrito por Luis Manuel Reza en el prólogo a Las mujeres primero, uno de los ocho libros de la Colección Literaria que hoy celebramos, cito:

“Murúa es un referente indispensable en el florecimiento de la literatura sinaloense. Sus relatos son pródigos en historias de mar, de amor y desamor. Hay pesca, pleitos y fiesta; lealtad y traición. Nos conduce por pueblos y ciudades, a sus hogares, plazas, cantinas, cabarets, oficinas y confesionarios. Hay crimen y hay ley (o perversión de la misma); hay injusticia y corrupción. Narra riñas domésticas o callejeras, ejecuciones y emboscadas. Vemos sensualidad y lujuria, contención y culpa; machismo, misoginia, doble moral, hipocresía y religión. Las delicias gastronómicas, los vinos, cervezas y licores son tan frecuentes en sus páginas como lo fueron en su mesa”. 

Para concluir, en un intento por decir en pocas palabras algunos de los méritos de Dámaso Murúa, como escritor y como hombre, mencionaré:

  1. Su capacidad para introducir en la literatura el habla sinaloense.
  2. Su ética política.
  3. Su ética literaria.
  4. Su humor y
  5. Su imaginación que nos sigue deslumbrando al leerlo.

Me interesa destacar la importancia que tiene el haber introducido el habla sinaloense en el ámbito literario, tanto nacional como internacional. Y lo hizo con plena conciencia: “Vengo con el son que me toca como escritor regional, porque sé, ahora sí lo sé, cuánto podemos hacer con el simple contar de lo que pasa en este país”, escribió. Dámaso Murúa logra la magia literaria de, a partir de aparentar reproducir el lenguaje de la oralidad del habla del sur de Sinaloa, reproduciendo palabras, dichos populares, giros idiomáticos de su región; pero transformando lo escrito al adaptarlo al discurso literario; de alguna manera haciendo lo que hizo Juan Rulfo. Ambos escritores integran el habla oral de sus regiones al discurso literario, superando la mera transcripción mimética del habla regional e integrándola al universo literario.

El libro en donde el discurso coloquial sinaloense alcanza su máximo esplendor es El Güilo Mentiras, el libro más leído de nuestro autor. Cada uno de los cuentos que integran el libro es una celebración de la oralidad sinaloense; en cada uno de ellos, Dámaso Murúa hace gala de creatividad, imaginación y un humor que siempre se agradece. Y, con el recurso de la ironía y el humor, el célebre personaje devela mucho de la realidad mexicana; el escritor uruguayo Eduardo Galeano, gran amigo de nuestro autor, escribió: “El Güilo es un narrador realista y serio. A pesar de su nombre, él nunca miente. Sólo miente cuando dice: / -Yo jamasito miento. / Todo el resto es pura verdad, literatura realista que retrata el mundo tal cual es: este mundo loco de remate donde el verano hiela y el invierno hierve, y donde abundan las serpientes de cincuenta metros y los políticos honestos”. Fin de la cita.  

    Nuestro autor vivió su vida profesional como funcionario y su desarrollo como escritor durante la época que Vargas Llosa llamó la dictadura perfecta, en donde el entonces partido oficial todo lo asimilaba o devoraba; bueno, afortunadamente, casi todo, porque siempre hubo líderes políticos honestos y, Dámaso Murúa se encuentra entre los pocos escritores que no cayeron en la intrincada telaraña del Ogro Filantrópico (como la llamó el también Nobel Octavio Paz), Ogro que tenía una enorme y perversa capacidad para engullir a artistas e intelectuales. Dámaso Murúa, como José Revueltas, tuvo la entereza y convicción para no ser seducido por las mieles que el régimen de la monarquía sexenal ofrecía como señuelo. El reconocido periodista Iván Restrepo, quien fue también amigo de nuestro autor, escribió en el prólogo de El Güilo Mentiras: “También puedo escribir sobre la amistad. Y es lo que hago esta ocasión para rendirle tributo a mi maestro en la Escuela Superior de Economía y a mi amigo entrañable y generoso. Y que predicó con el ejemplo de que México necesita funcionarios probos, como lo fue Dámaso Murúa Beltrán, y no saqueadores del erario que se enriquecen con el poder”.  (p.13)

Les reitero la invitación a leer (o releer) a Dámaso Murúa ¡Juro que no se arrepentirán!

Fichas
Dina Grijalva: Doctora en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Durante 2 años realizó una estancia postdoctoral en la Universidad de Salamanca. Ha publicado 12 libros, entre ellos: Eldorado: Mito y evocación en la narrativa de Inés Arredondo, Goza la gula, Las dos caras de la luna, Mínimos deleites y Miniaturas Salmantinas.Minificciones suyas han sido incluidas en decenas de antologías y publicadas en España, Colombia, Argentina y Perú. Ha sido traducida al mixe, al zapoteco, al mixteco, al griego y al francés.

Dámaso Murua (Escuinapa, Sinaloa): fue un narrador y ensayista. Estudió contaduría y auditoría en el IPN. Fundador de Salamandra (revista de Monterrey); director fundador de Albatros (revista de la UAS de Culiacán). Colaborador de Crisis (Buenos Aires), El Día, El Nacional, México al Día, y Salamandra. Premio de Cuento Puerto Vallarta 1984 por “El tiburón larín”.

Arte de Meel Cerecer.

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