El currículum de una madre no se compone de sus horas de sueño
“Su cuerpo me pidió nacer, cederle el paso,
darle un sitio en el mundo,
la provisión de tiempo necesaria a su historia.”
Rosario Castellanos
Desde hace años siento que soy la peor trabajadora, la peor amiga, la peor artista y la peor mamá. El punto de partida para esta conclusión ha sido siempre la maternidad. Pareciera que cuando una decide ser madre no hay punto de retorno, dejas atrás todo y te reinicias en una nueva vida. A veces siento que me puse la soga al cuello, y es que, aunque sé que no soy la peor de todas, el rendimiento y el tiempo que le doy a mis actividades no es del cien por ciento, porque ahora esta cantidad se divide en todo.
No voy a mentir, en ocasiones me siento poderosa por estar en todo al mismo tiempo, cumplir con mis responsabilidades y alguna que otra expectativa de la vida de adulta —es como volverse omnipresente—, sí o sí he aprendido a organizarme, a usar la agenda. Aun así, el tiempo se ha convertido en mi peor enemigo, el tiempo no alcanza para nada cuando eres madre. Queda tan poco para sí.
Es importante poner sobre la mesa la idea tan romantizada que se tiene de la maternidad, es verdad cuando se dice que es una experiencia única y hermosa, pero también es compleja y bastante difícil. Cuando sostengo a mi hijo entre mis brazos, estoy segura de que allí se escode todo el amor y todo el dolor del mundo al mismo tiempo. El instinto se activa en todos los sentidos, y como animal es necesario proteger a la cría, porque pareciera que la sociedad en la que estamos no está preparada para las infancias o no quiere hacerse cargo de ellas, no se quiere trabajar en comunidad, no se quieren crear redes de apoyo, el adultocentrismo y el patriarcado nos deja toda la tarea a nosotras, y entonces tenemos que luchar como fieras para lograrlo, y lo logramos.
Tampoco ayudan las mínimas horas de sueño, el cansancio extremo, el maternar en soledad, las pocas oportunidades laborales, la sobreexigencia que hay hacia las madres o el que nosotras tengamos que buscar empleos que se adapten a los horarios de nuestros hijos; porque en lugar de sumar a tu vida, pareciera que este proceso lo único que hace es restarle puntos al currículum.
Si pudiera elaborar un CV sobre todo lo que he aprendido en los últimos seis años, no terminaría, y aun así eso no me sirve de nada a la hora de pedir trabajo. Este conocimiento empírico lo paso a otras que se encuentran una situación similar, a las que apenas inician en este camino, al final creo que todo sirve para generar redes de apoyo, tan necesarias, porque sin estas redes no sé qué sería de nosotras, maternar es el trabajo más difícil, menos remunerado y, sólo se reconoce una vez al año.
Se exige de las mujeres que críen como si no trabajaran y que trabajen como si no maternaran se invisibiliza por completo la doble o triple jornada laboral que muchas desempeñamos en este país, la maternidad es una estafa, es trabajo no remunerado, todo se hace por amor.
Según Silvia Federici en Calibán y la Bruja: Mujeres, cuerpo y acumulación originaria (2010), el trabajo doméstico desde hace siglos ha sido el mejor invento que se han creado los hombres, pues los más beneficiados siempre han sido ellos. De esta manera, pueden estar bien atendidos, alimentados y listos para el desarrollo profesional, crecen en el espacio público, su economía va al alza a costa del trabajo no pagado hacia la esposa, por el contrario, las mujeres desempañando un papel de servidumbre. Han pasado años desde esta reflexión, y parece que las cosas no han cambiado lo suficiente.
Las actividades de atención y cuidados corresponden casi exclusivamente a las madresposas, según la categoría utilizada por Marcela Lagarde y de los Ríos (2014) en su tesis doctoral Los cautiverios de las mujeres: Madresposas, monjas, putas, presas y locas. Estamos en pleno siglo XXI, las mujeres hemos salido y ocupado el campo laboral con toda la preparación profesional que se requiere, listas para competir en el espacio que antes sólo pertenecía a los hombres, salimos de la casa con el discurso del empoderamiento tatuado en nuestra frente, con la seguridad que nuestras ancestras no tenían, pero al volver a casa la mayoría tiene que cumplir al cien por ciento con el trabajo doméstico.
He visto a las mujeres más inteligentes y profesionales desmoronarse en el baño del trabajo porque sus hijos están enfermos y no pueden acompañarlos; están las que se frustran por no llegar a tiempo por ellos a la escuela porque pidieron en el trabajo algo de última hora; las que prefieren mentir para poder asistir al festival escolar —porque para la empresa eso no es importante—; o que descuentan de la nómina el salario de una compañera porque su hija estuvo internada por varios días, y salen con su discurso de: “un hijo no tendría por qué ser un impedimento para su desarrollo profesional”.
Exactamente, no tendría que serlo, pero mientras las condiciones estructurales, materiales y, las cero empatías hacia estos procesos no se transformen, las cosas permanecerán igual, seguiremos sosteniendo el mundo sobre nuestros hombros y todo estará bien, porque realmente a nadie le importan las mujeres que maternan, y en las empresas la mayor parte del tiempo parece que nos hicieran un favor al contratarnos.
En los espacios laborales, vemos que entre mayor sea la jerarquía son menos las mujeres que ocupan esos lugares, y esto está directamente relacionado con la vida privada, con la condición de maternidad, con el CV interrumpido, con esa hija o hijo que estorba. El mercado laboral prácticamente no está diseñado para que las madres estén en él y puedan seguirse desarrollando profesionalmente, aun así y con todo en contra, lo logramos y seguimos estando presentes.
Se nos castiga social y laboralmente porque el propio ejercicio de la maternidad requiere desconexiones y permisos, ¡claro, porque ahora la prioridad es la vida de un infante!, entonces me pregunto, ¿pues que no se supone que estamos a favor de la vida, de las infancias, de las nuevas generaciones?
Se tiene una idea muy distorsionada de lo que es la maternidad, y para ello es importante reconocer este proceso como algo diverso. Aceptar que no existe un sólo tipo de maternidad, sino que son muchas las maternidades que se viven diariamente, que cada historia es muy particular y que esto depende del contexto social, político, económico y cultural.
En el mundo laboral todavía faltan políticas públicas que logren balancear la vida personal del trabajo: la exigencia hacia las mujeres que maternan, entre otras cosas van limitando el acceso al mercado de trabajo, su permanencia y desarrollo de carrera. Quizá por ello de la pandemia para acá hay más emprendedoras ocupando el trabajo informal, las mujeres siguieron generando ingresos desde casa o en las ventas, porque esta flexibilidad de horarios, la atención emocional, y el tiempo con los hijos es la que se requiere para sus necesidades como madres.
La brecha salarial sigue siendo un tema importante que no debe dejarse de lado, porque mucho se habla de equidad, y sí, se ha avanzado en algunos términos, pero también es cierto que a la mayoría de las empresas no les ha quedado de otra, culturalmente la sociedad mexicana sigue sin estar preparada y sin saber qué hacer con las maternidades, porque para ellos sería mucho más fácil no tener mujeres con hijos ocupando estos espacios.
En este sentido, no sólo los trabajos, sino que la sociedad entera tiene una gran deuda con las madres, por no saber acompañar ni sostener, por no ser comunidad, por no tener empatía y por no querer hacerlo.
Aquí puedes leer tres poemas de Gloria Manyula.
Gloria Manyula (Mazatlán, Sinaloa). Poeta, actriz y activista. Es Licenciada en Sociología y egresada de la Maestría en Ciencias Sociales con Énfasis en Estudios Regionales por la Universidad Autónoma de Sinaloa, cuenta con trabajos de investigación bajo las líneas: violencia, género y feminismos.